Opinion

Nada se entiende sin la evolución…

Investigador/a sénior

Jaume Terradas Serra

Nacido en Barcelona, ​​1943. Es catedrático honorario de Ecología de la Universidad Autónoma de Barcelona, ​​después de haber sido catedrático emérito. Organizó el primer equipo de investigación sobre ecosistemas terrestres
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Esta frase se repite muy a menudo entre biólogos, pero ya sería hora de que la entendieran también los que no lo son. En la sesión inaugural del curso de este año en el Institut d’Estudis Catalans, Jordi Casanova explicó, a la luz de los conocimientos actuales, que los humanos somos animales, no sólo en nuestra biología (hecho del todo evidente) sino también en nuestra conducta: los estudios con simios sobre todo han puesto de manifiesto la existencia en nuestros parientes cercanos de sentimientos como celos, envidia, sentido de la injusticia, rebeldía... Yo añadiría la empatía, la defensa de la jerarquía, el anhelo de poder.

Camps de conreu. Foto: Wikipedia (CC)
Campos de cultivo. Foto: Wikipedia (CC)

La evolución de la socialización y del cerebro han llevado a este tipo de conductas. El omnivorismo y la sociabilidad han contribuido a modelar evolutivamente habilidades mentales y manuales para manipular muchos recursos de tamaño y características diferentes, para comunicarnos y para idear herramientas. Pero, al igual que nuestras sorprendentes habilidades nacidas de la evolución nos han permitido ocupar prácticamente cualquier hábitat, la agresividad, el territorialismo, la envidia o los celos también forman parte sustancial (aunque menos halagüeña) de nuestra herencia evolutiva.

Si entendemos la evolución en una dimensión más amplia que la de la genética de poblaciones, veremos que ha tenido, y tiene aún, lugar en un contexto de interacciones con el medio físico y otros organismos, incluidos los otros humanos (véase mi libro Noticias sobre evolución, publicado en línea). El desarrollo de la cultura (las culturas) no es un proceso independiente de la evolución biológica, es una consecuencia de ella, y la cultura se convierte a su vez en factor de interacción con la biología.

Pensamos localmente y actuamos globalmente, sin que las repercusiones globales de nuestras acciones nos alerten demasiado, mientras mantengamos nuestro estatus en el colectivo, siempre pequeño, del que nos sentimos parte.

Por un lado, las sociedades humanas se apropian del medio físico, lo transforman más que ninguna otra especie antes. A su vez, las sociedades integran en sí mismas a otras especies controladas para alimentarse o acompañarse y a una multitud creciente de artefactos. Las prótesis, los fármacos, las vacunas, interfieren en los procesos de selección. No digamos la manipulación genética. La cultura, producto de la evolución biológica, comienza a controlar a la evolución biológica. Esto hace entrever todo tipo de posibilidades, algunas esperanzadoras, otras inquietantes: nuestra esencial animalidad conlleva que no podamos esperar un uso sólo idílico de los nuevos conocimientos y tecnologías.

Nuestra relación con el medio también condicionará mucho el futuro de la especie. Llegamos a todas partes, nos multiplicamos como una plaga, disponemos de enormes cantidades de energía y de técnicas que pueden transformar el mundo y actuamos según emociones no demasiado diferentes de las de los chimpancés. Pensamos localmente y actuamos globalmente, sin que las repercusiones globales de nuestras acciones nos alerten demasiado, mientras mantengamos nuestro estatus en el colectivo, siempre pequeño, del que nos sentimos parte. Una actitud peligrosa: el cambio global es una amenaza para todos.

Esto es lo que hay. Como una vez me contestó Edward O.Wilson, sólo podríamos esperar quizás una reacción col lectiva solidaria de todos los humanos en el caso hipotético de una invasión extraterrestre. Por lo tanto, con crecimientos demográficos y tecnológicos como los actuales, nunca vistos antes, y un proceso de degradación brutal de los sistemas de soporte de vida, ¿qué podemos hacer? El primer paso es entendernos desde la evolución. Entender qué nos hace empáticos o criminales, individuos o grupos bien adaptados u obsesionados por la riqueza y el poder, conservacionistas o explotadores desenfrenados de los recursos.

Domesticació animal a l'Antic Egipte. Foto: Wikipedia (CC)
Domesticación animal en el Antiguo Egipto. Foto: Wikipedia (CC)

Hoy, las neurociencias, la biología molecular o la ecología son tan indispensables como lo puedan ser la economía y otras ciencias sociales para construir la sabiduría, si se quiere la filosofía, y la ética, para ayudarnos a salir del problema. Hoy, el lema "Conócete a ti mismo" significa entiende el juego de evolución biológica y sociocultural que ha producido los animales humanos. Hoy, la ecología nos debe ayudar a entender cómo funcionan los sistemas de soporte de vida para aprender de ellos, en la línea que comenté en este mismo blog el 1 de Octubre.

Es esencial que hallemos la manera de que los mensajes sobre los riesgos globales lleguen y perduren en mentes que no están preparadas para sentirse miembros de un colectivo que incluya a todos los humanos y a todo el planeta. De momento, no lo hemos logrado (véase mi comentario sobre la educación ambiental en este  blog). Y si somos mucho más emocionales que racionales, el progreso en nuestra manera de entendernos, de entender el mundo y nuestra posición en el seno de la biosfera tendrá que avanzar por la vía de la emoción al tiempo que por la de la razón. Sólo desde una comprensión racional y emocional mucho mayor que la actual, existe, quizás, la posibilidad de orientarnos hacia un futuro mejor.

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