13/08/2018 Opinion

Una historia en Trieste

Investigador/a sénior

Francisco Lloret Maya

Catedrático de Ecología de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB) e investigador del CREAF.  Es miembro del Comité Ejecutivo de la European Ecological Federation, de la Socied
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A finales de siglo XIX la región fronteriza entre Italia y Eslovenia tenía montañas peladas de árboles. Una reforestación masiva ordenada por el Imperio Austrohúngaro permitió recuperar los bosques y revitalizar el territorio. Ahora, sin embargo, aquellos pinos plantados hace un siglo empiezan a estar en peligro.

FL11_ESP_Trieste

Para Roberto y Andrea.

Roberto Valenti trabaja en el Centro Didattico de Basovizza, una pequeña localidad a 8 km de la ciudad de Trieste. Triestino de nacimiento y convicción, hijo de un italiano y una eslovena, es reflejo de una Europa de pasado complejo y turbulento donde las fronteras interiores tienden a diluirse de forma vacilante. Roberto trabaja para el cuerpo forestal y conoce bien los bosques de la región, en los que aparecen agazapados entre los árboles letreros oxidados, más bien anacrónicos, que anuncian el límite del estado a 350 metros. Roberto explica con pasión la titánica tarea emprendida por el cuerpo forestal del imperio austro-húngaro para repoblar con pino negro la región costera de la Istria a principios del siglo XX. Como en tantas otras zonas de la cuenca mediterránea, la actividad humana había esquilmado la vegetación dejando la roca al descubierto. El sobrepastoreo, una larga historia de guerras, la demanda de madera para la construcción de barcos en una zona donde el comercio marítimo era esencial —se estima que se necesitaban 120.000 troncos de árbol para mantener un barco a lo largo de sus 150 años de vida— y la demanda de madera para la industria y la minería en Eslovenia y Bosnia y Herzegovina habían convertido la región en un desierto de piedras.

Fig 1_ Pinus nigra Trieste medium
Bosques en las proximidades de Trieste, con un dosel dominado por Pinus nigra plantado a principios del siglo XX y un denso sotobosque de frondosas

Con la particularidad de que nos encontramos en la región del Carso o Kras, que ha dado nombre a las formaciones de karst, sistemas geológicos en los que la roca caliza se deshace por acción del ácido carbónico disuelto en el agua. Esta disolución de la roca se produce tanto en superficie, dando lugar por ejemplo a las típicas rocas estriadas de lapiaz, como en profundidad produciendo una compleja red de cavidades, con grutas conectadas entre sí y ríos subterráneos. Así lo describió Jovan Cvijic por primera vez en 1893 cuando al realizar su tesis doctoral descubrió la relación entre el relieve superficial y el subterráneo en la región próxima a Trieste, observando los cortes en la roca abiertos durante la construcción de ferrocarril que conectaba esta ciudad con el corazón del imperio austro-húngaro. De hecho, estas formaciones kársticas son bastante frecuentes en la cuenca mediterránea como resultado de una historia geológica en la que la colisión del continente africano y el europeo, junto a varias microplacas continentales, promovió la acumulación de sedimentos marinos cerca de la orilla de las tierras emergidas. Como veremos más adelante, esta compleja historia geológica tiene bastante que ver con la biodiversidad de la región. En la península Ibérica encontramos formaciones kársticas en el macizo del Garraf cerca de Barcelona, en el Torcal de Antequera, en la Ciudad Encantada de Cuenca, en el Cañón del Rio Lobo en Soria, o en el macizo de Larra en Navarra, entre otros muchos sitios.

Fig 2_ Karst Cañon Rio Lobo_medium
Formación kárstica en el Cañón del Río Lobo, Soria.

Esta disolución de las rocas calizas ilustra bien un mecanismo que, a escala de milenios, regula las concentraciones de CO2 atmosférico. Este CO2 se disuelve en el agua de lluvia dando lugar a ácido carbónico, que una vez ha reaccionado con la roca se transforma en bicarbonato y es arrastrado hasta los ríos y el mar. A su vez, la vegetación contribuye a la acidificación de estas aguas al generar humus, contribuyendo también a la meteorización en profundidad de estas rocas. De esta forma se elimina CO2 de la atmósfera. Se ha calculado que este proceso reduce el espesor de la roca varios centímetros cada milenio. Puede que a primera vista no parezca mucho, pero cuando multiplicamos por millones de años y por toda la superficie de la Tierra recubierta por rocas, entendemos que a escala geológica la meteorización es uno de los principales mecanismos de control del clima de la Tierra. Su importancia es aún mayor porque el proceso se autorregula: cuanto más alta es la concentración de CO2 en la atmósfera, el clima de la Tierra es más cálido como consecuencia del efecto invernadero que causa este gas. A su vez, la meteorización de la roca se acelera con la temperatura, con lo que aumenta el consumo de CO2, y su concentración en la atmosfera se reduce. Se produce por tanto una retroalimentación negativa —feed-back— que evita que las temperaturas se disparen. Todo ello a una escala geológica que sería difícil de aprehender sino fuera por esas formas sinuosas, cortantes y llenas de concavidades que nos deja el karst y que nos visualiza el ciclo del carbono en la Tierra.

Fig 3_ Plantacio Dalmacia
Plantación a mano de Pinus nigra en los años 1904-1906 sobre la roca caliza de la región de Trieste

La tarea de reforestación en la región dinárica ya había comenzado a mediados del siglo XIX. El objetivo de los ingenieros austro-húngaros no era exclusivamente restaurador del entorno natural, sino que también buscaba aprovisionar de madera la flota, la industria y el ferrocarril del imperio en una región estratégica. Trieste constituía la salida por excelencia del imperio al mar Mediterráneo. Eso explica los magníficos edificios de la ciudad —algunos de ellos fueron sede de importantes compañías navieras y de seguros— y el cosmopolitismo de una sociedad que permitió a James Joyce sobrevivir dando clases de inglés mientras escribía Ulysses. Los ingenieros austro-húngaros escogieron al pino negral, cuya área de distribución se extiende por el sur de Europa con diferentes variedades y especies. Reconocieron en esta especie, particularmente en la variedad procedente de la cercana Dalmacia, una gran resistencia a un entorno exigente. Movilizaron cientos de personas que excavaron huecos en la roca, transportaron tierra para rellenarlos y allí plantaron los pinos que habían hecho crecer en viveros construidos a tal fin. Fue una inyección económica en un entorno rural empobrecido, pese a su proximidad a la floreciente ciudad. El plan era que los pinos construyeran un hábitat —gracias al humus y al microclima generado— apropiado para el establecimiento y crecimiento de especies de frondosas más propias del lugar. Debemos entender que, con más de 1000 mm de precipitación anual, el clima en Trieste es mucho más húmedo que en otros lugares de la cuenca mediterránea.

El cuerpo de ingenieros de montes español, inspirado en la escuela germánica, aplicó también estos principios que combinaban objetivos productivos con la preservación de suelos frente a la erosión, favoreciendo la recuperación de la cubierta vegetal y regulando así el ciclo hidrológico de las cuencas. Hoy en día hablaríamos de la multifuncionalidad de los bosques a la hora de justificar intervenciones con estos mismos objetivos. Por ejemplo, a principios del siglo XX los ingenieros del Servicio Hidrológico-Forestal promovieran en el bosc de Poblet, en las montañas de Prades de Tarragona, una ingente labor de reforestación cuyo resultado podemos apreciar hoy en la zona protegida del Paratge Natural de Poblet. Estas prácticas se reanudaron en España con intensidad durante el franquismo, en un momento político en el que se promovió el autoabastecimiento de recursos a escala nacional. Con un régimen de lluvias más escaso, el éxito de esas repoblaciones como generadoras de hábitat fue considerablemente menor en la península Ibérica que en Trieste. El resultado fueron masas homogéneas de árboles, a menudo raquíticas y vulnerables a las plagas y a los incendios. Esta vulnerabilidad se acentuaba en localidades con unas condiciones climáticas o edáficas extremas, incluso para especies tan resistentes como el pino carrasco o el pino negral. Actualmente vemos el deterioro de esas masas durante los años de sequía, devoradas por plagas como la procesionaria o los insectos perforadores, o quemadas por los incendios. A partir de la década de 1980 las políticas activas de repoblación forestal decayeron drásticamente, y lentamente se impuso el paradigma de promover bosques con mayor diversidad de especies y con un mayor papel de las quercíneas, al menos allá donde la prioridad es la conservación de los suelos y la cubierta vegetal.

Fig 4_ Transformacio historica bosc Prades
Evolución del bosque de Poblet antes y después de las repoblaciones de principio del siglo XX. Fuente: Manel Martínez

Cien años después, hay que reconocer el éxito de la actuación de los ingenieros austro-húngaros. Bajo un dosel disperso de pinos de hasta 20 metros de altura se ha desarrollado un denso tapiz de robles, fresnos, carpinos y arces.  La regeneración de los pinos es escasa, pero el dosel de frondosas se regenera bien. Se hace difícil imaginar allí un paisaje dominado por la roca viva, sino fuera por las fotografías que nos han quedado de principios del siglo XX. Esta historia ilustra como se pueden aprovechar las propias fuerzas de la naturaleza para su conservación. Se trata del clásico principio ecológico que explica la sucesión vegetal como una secuencia de reemplazamientos de especies en la que una especie transforma el medio y lo hace más favorable a otras especies. Los colegas del departamento de Ecología de la Universidad de Granada han aplicado el mismo principio a una escala más modesta proponiendo los arbustos mediterráneos, incluso de pequeño porte, como nodrizas facilitadoras del establecimiento de árboles.

Pero la naturaleza no cesa de sorprendernos. Actualmente, los pinos, pese a su dominancia en el dosel arbóreo, presentan importantes señales de decaimiento y muchos ya han muerto. No parece que los árboles sean demasiado viejos: un siglo no es demasiado para una especie centenaria. La mortalidad de los árboles se evidenció después de 2012, cuando hubo un verano extraordinariamente seco, algo que ya había sucedido en 2003. Los ecofisiólogos que trabajan en la zona, como Andrea Nardini, han observado que los árboles más afectados fueron aquellos que habían crecido mejor a lo largo del siglo XX, formando unos vasos conductores anchos que los hacían vulnerables durante los periodos particularmente secos. Por el contrario, los árboles que resisten mejor son más eficientes en el uso del agua, cerrando sus estomas y obteniendo el agua de niveles freáticos más profundos.  No es un patrón raro. En muchos bosques del mundo se están observando fenómenos de decaimiento y mortalidad asociados a periodos extremos de sequía. Una de las conclusiones que se están obteniendo es que los árboles que mueren ya iniciaron su declive años antes, a menudo asociados a periodos anteriores de sequía.  Con frecuencia se trata de árboles que se habían aclimatado a vivir en buenas condiciones, lo cual ha incrementado su vulnerabilidad a un entorno climático que en muchas regiones se está volviendo más árido como consecuencia del aumento de las temperaturas.

Fig 5_ Pinus nigra Trieste decaiment
Pinus nigra afectado por decaimiento en los bosques de Trieste.

A pesar del éxito de la repoblación, Roberto Valenti está preocupado. Han aparecido nuevos problemas: especies arbóreas exóticas, como los ailantos y las acacias, amenazan con extenderse, aunque de momento dominan principalmente en las orlas del bosque. Otro problema que acecha a estos bosques próximos a Trieste son los incendios, ya que se encuentran en medio de un paisaje altamente humanizado y las condiciones climáticas se están haciendo más propicias a los fuegos. Roberto teme el verano, con sus largos retenes, pertrechado con el equipo de extinción de incendios, aguantando los calores estivales. Pero seguramente lo que más preocupa a Roberto es que la propia extensión del bosque, tan laboriosamente conseguida, amenaza uno de los principales valores naturales de la zona. Las regiones balcánicas y egeas se caracterizan por su extraordinaria diversidad de especies vegetales. Allí habitan más de 6.500 especies de plantas, de las cuales una 1.500 son endémicas. Este hecho ha sido reconocido por la normativa conservacionista europea. Por tanto, se ha convertido en una prioridad para los gestores como Roberto, que ven que debería reducirse la superficie forestal tan arduamente conseguida, ya que la mayoría de estas especies endémicas viven en hábitats abiertos como matorrales y pastizales. De hecho, esta diversidad florística es superior a la que encontramos en la península ibérica, ya de por sí muy rica en especies y una de las más altas de la cuenca Mediterránea, un auténtico hot-spot de biodiversidad. Muchas de las especies endémicas de esta región son especies anuales o de vida corta, lo cual facilita la especiación ya que producen un gran número de generaciones en relativamente pocos años. La diversidad de la cuenca mediterránea se ha atribuido a una compleja historia biogeográfica en un paisaje ya de por sí muy heterogéneo, con pequeñas placas continentales aisladas pero que acabaron juntándose, ocasionando levantamientos de montañas y una gran diversidad de sustratos litológicos y climas, como veíamos al principio. En ese medio con una compleja orografía y acentuados gradientes climáticos, se ha generado una rica biota con la confluencia de especies con diferentes procedencias:  subtropical, centroeuropea, subsahariana, asiática, además de la originada en el propio entorno mediterráneo. Más recientemente, a esa historia biogeográfica se ha añadido la acción humana, generadora también de una importante heterogeneidad de hábitats.

La historia de los bosques de Trieste nos cuenta muchas cosas. Nos habla del funcionamiento de los procesos naturales y de cómo las sociedades humanas interfieren en ellos, atendiendo a diferentes objetivos. Es cierto que los sistemas naturales son complejos y la actividad humana suele producir efectos colaterales. Pero hasta cierto punto los objetivos se suelen conseguir. Pasa también que las necesidades de las sociedades se modifican con el tiempo. Cuando los ingenieros austro-húngaros diseñaron su plan de actuación, la biodiversidad simplemente no estaba en la agenda. Los objetivos de la gestión del medio natural, particularmente cuando intervienen procesos a largo plazo, cambian porque el lapso entre la acción y el resultado necesita tiempo, durante el cual la sociedad humana ha modificado sus intereses. Una de las ventajas de la gestión adaptativa es que incorpora en su esencia el re-análisis de los objetivos, junto a la evaluación de las acciones realizadas. Pero esta sensación de que aun en el mejor de los casos nunca llegamos a la situación ideal se debe en gran medida al incremento de nuestro conocimiento. A menudo se dice que la ciencia obedece a modas, como por ejemplo cuando trata la biodiversidad o el cambio climático. En realidad, lo que hacen los científicos es estudiar de forma acelerada nuevos campos que surgen al incorporar más conocimiento, particularmente cuando esta investigación puede tener repercusión en las sociedades humanas. Vemos pues que el cambio está en la esencia de los sistemas naturales y humanos; por tanto, debemos incorporarlo sin complejos en la gestión del medio, de acuerdo con los avances del conocimiento.

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