Diana Pascual o la vida a través del bosque

Ser una de las pocas ingenieras de montes del CREAF y haber llegado desde la consultoría ambiental y la modelización hidráulica confiere un perfil singular a Diana Pascual. La suya es una trayectoria de decisiones valientes tomadas a menudo desde la intuición, como la de involucrarse en proyectos de investigación desde un perfil profesional marcadamente orientado a la transferencia de conocimiento. “Nunca pensé que trabajaría en ciencia, yo iba directa a la empresa” exclama, mientras recuerda que su bagaje en modelos fluviales para evaluar riesgos de inundación consecuencia del cambio climático fue clave para incorporarse al proyecto ACCUA del CREAF hace 15 años. A continuación, contribuyó al proyecto LIFE MEDACC, se integró en el grupo de investigación especializado en agua del centro y cada día consolida el íntimo deseo de que el medio ambiente sea el protagonista de su dedicación profesional. “Mi relación con la naturaleza es muy intensa, es una de las mejores experiencias que tengo”, rememora. 

Nunca pensé que trabajaría en ciencia, yo iba directa a la empresa.

De forma elocuente explica que el agua es como “un vector que fluye” en su dedicación profesional, orientada a la transferencia de conocimiento para informar tanto a la acción política, como a muchas decisiones técnicas, por ejemplo, de comunidades de propiedad forestal. "Siempre he pensado que mi dedicación a la transferencia de conocimiento científico está muy arraigada, es muy visual y permite mucha aplicación y replicación", asegura. 

Piensa rápido y se expresa con mucha agilidad, como si tuviera la certeza de que conviene albergar el máximo de información en un tiempo finito que hay que aprovechar. Y da tal cantidad de datos que, cuando has reaccionado, te ha explicado por qué se sintió tan cómoda estudiando Ingeniería técnica forestal en la Universidad de Valladolid y después la superior en la Universidad de Lleida; las becas posteriores que obtuvo para estudiar en Estados Unidos, Bélgica y Hungría y los voluntariados para organizaciones como una escuela forestal de Colombia y un proyecto de cooperación sobre derechos humanos y agua en El Salvador. “La universidad fue una de las mejores experiencias que he tenido, la oportunidad que me brindó también ha contribuido a ser lo que soy. Y, además, Ingeniería de Montes es preciosa porque conoces el funcionamiento de los ecosistemas, aprendes a identificar especies vegetales y animales, entiendes procedimientos de la naturaleza... Cabe decir que la parte de ingeniería es dura, pero me llenó mucho: me gustan mucho los números, tengo facilidad para hacer cálculos y disfruto jugando con ellos”, recuerda. 

La mente de una ingeniera

La transferencia de conocimiento científico a la que se dedica Diana Pascual apoya la ciencia, tal y como expresa ella misma. “Me dedico más a la transferencia que a la ciencia, porque el resultado de mi trabajo es más aplicable desde la gestión forestal y desde la propiedad ganadera y del territorio, por ejemplo, que desde la ciencia”, clarifica. "Contribuyo a la ciencia y diseño e impulso muchos experimentos de gestión forestal en el campo, midiendo, aplicando criterio científico... obviamente, para que los resultados se puedan aplicar y sean consistentes". Una de las principales derivadas de su dedicación es informar desde el rigor científico la elaboración de políticas públicas. 

Una de las principales consecuencias es que publica en revistas divulgativas, interviene en la redacción de manuales y artículos de posicionamiento dirigidos, por ejemplo, a la Comisión Europea, y comparte resultados en seminarios y charlas, por nombrar algunos. Admite que en el pasado sintió el peso de una cierta auto presión para publicar artículos científicos y que, incluso, valoró matricularse en los cursos de doctorado: “No lo descarto en un futuro, no lo descarto...”, afirma. Si bien pone énfasis en que nunca había pensado dedicarse a la carrera científica.

Y cierra con una suave contundencia que es característica, para explicar cómo transita por el entorno científico, todavía bastante jerárquico: “No me siento una intrusa. No experimento en absoluto el síndrome de la impostora: lo que ocurre es que tengo más la cabeza amueblada como una ingeniera que como una científica. Y, por tanto, me dejo llevar por cosas prácticas y aplicadas y no me siento tan cómoda escribiendo artículos científicos. Hoy me encuentro más en mi lugar interviniendo en una charla de transferencia, que en un congreso científico”. 

Trabajo a 4 manos

De repente pasa al plural y ya no lo abandona: es cuando relata la colaboración codo con codo con el investigador del CREAF Eduard Pla, con quien comparte propuestas, trabajo de campo, diseño de experimentos sobre el terreno, horas de análisis y búsqueda de soluciones desde el primer día que puso los pies en el centro. Puede hablarse de un tándem profesional consolidado sobre el eje de la implicación y la capacidad de trabajo.

A lo largo de 15 años, el foco de su colaboración conjunta ha ido evolucionando, si bien sobre la mesa siempre ha habido agua, bosque, gestión forestal, sequía y cambio climático. A su ámbito de conocimiento sobre bosque y adaptación al cambio climático están incorporando aspectos de viabilidad socioeconómica. "Hemos introducido la variable de ganadería extensiva, para disponer de más carbono en el suelo, mantener el efecto de la gestión forestal en el tiempo y mejorar los pastos y la biodiversidad", explica. “Hablamos mucho del concepto de paisaje en mosaico, para disponer de diferentes usos y servicios, reducir el riesgo de incendio y mejorar la biodiversidad, y lo estudiamos desde parcelas experimentales, en un trabajo con 200 personas en Girona, Huesca y La Rioja. Una de las voluntades es que los sistemas pastorales de montaña lleguen a la Comisión Europea y puedan transformarse en políticas". Este es, de hecho, uno de los requisitos de la Comisión en los proyectos de investigación Life. 

El bosque recorre su vida y el último movimiento que ha hecho la ha llevado a la provincia más forestal del territorio español, Soria, para instalarse en un pequeño pueblo de montaña. La voluntad inicial es acercarse a la familia y la consecuencia más radical es vivir en un pueblo de 50 habitantes. “No lo hemos pensado mucho”, afirma sin pesar. “Llevo más de 20 años de alquiler y quería tener la libertad de ir a donde me lleven los movimientos. No me dan miedo estos cambios”.