Para hacer frente a los grandes incendios es necesario impulsar un nuevo modelo de gestión forestal
No basta con aplicar las mejores medidas posibles de prevención y extinción del fuego de que disponemos, si continuamos haciendo la misma silvicultura de siempre. Ha llegado la hora de plantear y aplicar un nuevo modelo de gestión forestal.
Articulo de opinión del Dr. Josep Maria Espelta y Dr. Jose Luis Ordoñez, investigadores del CREAF
Contrariamente a lo que puede ser hoy un sentimiento popular muy extendido, no es cierto que no aprendiéramos nada de los grandes incendios que asolaron Cataluña a finales del siglo XX, ni que las administraciones hayan permanecido desde entonces de brazos cruzados. Haciendo una brevísima síntesis, los incendios de 1986 (ej. Montserrat) sirvieron de punto de partida para promover nuevas estrategias de prevención y extinción de incendios, como el programa FUEGO VERDE o el desarrollo de las agrupaciones de defensa forestal (ADFs), y hasta impulsaron la creación de un centro de investigación en ecología forestal, el CREAF, con diferentes líneas de investigación vinculadas al estudio de la ecología del fuego, su comportamiento, o la gestión preventiva y la recuperación de las zonas quemadas.
Por su parte, los incendios de la Cataluña central de 1994 y 1998 fueron determinantes en la creación de los GRAF (grupos de apoyo de actuaciones forestales al cuerpo de bomberos). Los GRAF son un grupo de especialistas en el análisis, modelización y gestión de los incendios forestales, que plantearon (o recuperaron) nuevas estrategias de prevención y extinción de los fuegos (fuegos controlados, contrafuegos, etc), con un altísimo compromiso en su tarea, como tristemente puso de manifiesto la muerte de algunos de sus componentes en el incendio de Horta de Sant Joan (2009).
¿Qué podemos extraer, pues, de este nuevo gran incendio que ha devastado buena parte del Alt Empordà?
No basta con aplicar las mejores medidas posibles de prevención y extinción del fuego de que disponemos, si continuamos haciendo la misma silvicultura de siempre. Ha llegado la hora de plantear y aplicar un nuevo modelo de gestión forestal. Tenemos que adaptar nuestras prácticas silvícolas a la realidad que nos ha tocado vivir. Como declaraba ayer Xavier Úbeda en el diario Ara, nos toca asumir que quizá "hay más vegetación de la que nos podemos permitir". Desde el abandono progresivo de los cultivos en la década de 1960, los bosques catalanes han crecido de una manera muy incontrolada, y a resultas de ello, actualmente buena parte del país es un auténtico polvorín.
¿Qué más podemos hacer para intentar, en la medida de lo posible, disminuir la monstruosa dimensión de estos grandes incendios?
Nuestros bosques son sobre todo masas de árboles jóvenes (es decir, árboles bajos, con una gran proporción de ramas y hojas), son bosques muy densos (es decir, con una fuerte competencia por el agua y, por tanto, con árboles más bien secos), y a menudo cuentan con un sotobosque muy desarrollado. Esto asegura una continuidad muy elevada entre el estrato arbustivo y del estrato arbóreo, lo que quiere decir que, cuando un fuego empieza en el sotobosque (como casi todos), le es muy fácil propagarse tanto en horizontal como en vertical, y en función de las condiciones metereológicas que encuentra, puede alcanzar unas dimensiones que escapan totalmente al control de los efectivos de extinción.
Por si esto no fuera suficiente, no podemos pasar por alto que todas las predicciones basadas en los modelos de cambio climático y de cambio global para nuestra zona pronostican un aumento de temperatura y un descenso más que notable de la disponibilidad hídrica (y cada vez tenemos más indicios al respecto). Esto quiere decir que, si hay menos agua, no habrá otro remedio que enfocar nuestra gestión forestal hacia una reducción de la densidad de árboles en nuestros bosques.
Si en el futuro habrá menos agua disponible, sería mejor tener menos árboles pero mejor conformados
Antes de hacerlo, tendremos que detectar dónde es más vulnerable el territorio y decidir cuáles deberán ser las actuaciones prioritarias, qué bosques queremos mantener como son ahora, qué espacios habrá que abrir (recuperar cultivos y zonas baldías) y qué otros deberemos conectar para asegurar que las funciones ecosistémicas se sigan cumpliendo de la manera más óptima. Finalmente tendremos también, no lo olvidemos, - y de manera urgente en un contexto de grave crisis económica como el actual- que definir un modelo de financiación y de distribución de las ayudas para hacer posible esta gestión, garantizando un uso eficiente de los recursos públicos invertidos , promoviendo (entre otros) el asociacionismo entre propietarios y una gestión colegiada de los bosques.
¡Menos, pero mejores arboles!