Cuando las personas hablan de limpiar los cauces de los ríos hacen referencia a extraer su vegetación y esto es un error hidrológico y ecológico grave.
"Las canalizaciones de los ríos y las (mal llamadas) limpiezas de los cauces aumentan la velocidad del agua y, por tanto, su fuerza destructiva"
Ante las graves consecuencias que ha tenido la DANA en Valencia, muchas personas han empezado a preguntarse qué hacer para prevenir los impactos devastadores de las riadas –más aún si consideramos que su frecuencia va en aumento. Desgraciadamente, entre las propuestas para mejorar la prevención han circulado algunas desinformaciones que aconsejan realizar más canalizaciones en los ríos y extraer la vegetación de sus cauces para prevenir las riadas. Esta afirmación es falsa y hemos hablado de ello con nuestro técnico de investigación Pau Fortuño para clarificarlo, ya que ha centrado su tesis en el estudio de los ríos mediterráneos.
"Cuando las personas hablan de limpiar los cauces de los ríos hacen referencia a extraer su vegetación y esto es un error hidrológico y ecológico grave. La vegetación que rodea a los ríos está adaptada a las crecidas del río, porque es flexible y robusta a la vez, y hace de freno cuando hay avenidas. Es parte de su función natural. En cambio, si extraemos esta vegetación y empezamos a canalizar los ríos, el agua va cogiendo más y más velocidad a medida que desciende desde las cabeceras o la zona del temporal porque no encuentra ninguna fricción que la frene y, cuando encuentra una curva por dónde salir, los efectos son peores”, explica Fortuño. Así pues, podemos decir "que las canalizaciones de los ríos y las (mal llamadas) limpiezas de los cauces aumentan la velocidad del agua y, por tanto, su fuerza destructiva". Precisamente, muchas veces los grandes males de una riada no vienen dados por la riada en sí misma sino porque el agua toma estas grandes velocidades arrolladoras.
¿Cómo protegemos, entonces, las ciudades frente a las riadas con una estrategia de futuro? Según el experto, “no existe riesgo cero, pero para disminuir las consecuencias de las riadas es necesario que los cauces no estén ocupados por casas, naves industriales o comerciales, carreteras, vías de tren o muros de contención y que tengan márgenes suficientemente anchos para crecer y decrecer sin poner en peligro a la población. Además, en estos márgenes no puede faltar la vegetación autóctona, el clásico bosque de ribera, porque es el que nos ayudará a controlar la velocidad del río de forma estable a lo largo de los años. Es una restauración de la naturaleza urgente”.
Río con bosque de ribera. Imagen de dominio público.
Desviar el problema
Desviar el problema
En la misma línea de desinformaciones, algunas personas defendían en las redes sociales que la canalización del Turia en el año 69 –durante el Régimen franquista– ha salvado a Valencia de una tragedia aún peor. La realidad, sin embargo, es que “la canalización del Turia ha ayudado a que en Valencia ciudad no se hayan dado graves problemas, pero, en parte, también ha desviado el problema hacia el sur de la ciudad, justamente en la zona de la Ribera Baixa, que ha sido la más afectada y donde fueron a parar también otros arroyos y barrancos que llevaban volúmenes de agua inmensos. Y esos volúmenes ni los canales ni los muros de contención los hubieran podido contener en ninguna parte, así que no son la clave para la prevención a largo plazo. Y ahora menos, que deberían reconstruirse cada 50 u 80 años si consideramos que cada vez habrá más virulencia en los fenómenos climáticos debido al cambio climático”, apunta Fortuño.
En el caso valenciano, "la suma de unas rieras estrechas, edificadas en los alrededores, canalizadas, con vías de comunicación transversales y sin vegetación ha sido uno de los motivos de tanta potencia de impacto". Pero no es el único caso, ya que en Catalunya también existen muchas zonas inundables con estos mecanismos, como por ejemplo en el río Llobregat o el Garona, que ya causó destrozos en Vielha en el 2013. Más aún: ya hay casos de éxito demostrado de cómo la retirada de canalizaciones y el retorno del río a su canal natural están evitando inundaciones, como en el caso del tramo final del río Arga, en Navarra.
Las canalizaciones de los ríos y las (mal llamadas) limpiezas de los cauces aumentan la velocidad del agua y, por tanto, su fuerza destructiva. Ilustración: Ramon Curto, El Periódico
La caña y el bosque de ribera
La caña y el bosque de ribera
Para clarificar un concepto clave, cuando hablamos de vegetación en torno a los ríos, no hablamos de la caña. La caña común (Arundo donax) es una especie exótica e invasora y en ningún caso está protegida –otra fake new de estos días–. De hecho, existen ayudas y planes de erradicación para su control frecuente e ir eliminando de la orilla de los ríos. “El problema es que la caña tiene un poder de colonización brutal, con volúmenes de masa muy elevados, y como en muchas zonas no tenemos bosques de ribera sanos no tiene ningún control natural. Si los cauces del río tuvieran los árboles que les corresponden, como son los olmos o los chopos, la caña no tendría toda la luz que necesita para crecer. En cambio, con esta idea errónea de dejar los cauces pelados, favorecemos que la caña crezca más y más”, apunta Pau Fortuño.
Así pues, cuando hablamos de un bosque ribera hablamos de la vegetación autóctona que crece y madura alrededor de los ríos y que en el mediterráneo corresponde a especies como el chopo, el taray, el aliso, el fresno de hoja estrecha y hoja ancha, el avellano, el saúco... propias de zonas húmedas.