05/11/2015 Opinió

Comunidades naturales

Investigador/a sénior

Jaume Terradas Serra

Nacido en Barcelona, ​​1943. Es catedrático honorario de Ecología de la Universidad Autónoma de Barcelona, ​​después de haber sido catedrático emérito. Organizó el primer equipo de investigación sobre ecosistemas terrestres
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Cuando yo estudiaba la asignatura de Ecología, hacia el año 1964-65 (hace cincuenta años!), en la Universidad de Barcelona, Ramon Margalef era el profesor, aunque todavía no era catedrático sino investigador (y director) del Instituto de Investigaciones Pesqueras del CSIC (hoy, Instituto de Ciencias del Mar). Las clases eran en el edificio de la plaza Universidad, las prácticas en el Instituto. Había sólo un libro de la materia traducido al castellano, el de Clarke, que no tenía demasiada relación con lo Margalef explicaba. Pudimos adquirir, no sé cómo, pero haciéndolo traer de fuera, un libro ciclostilado y encuadernado con tapas blandas grises que el propio Margalef había escrito para un curso en la Universidad de Puerto Rico. Se llamaba Las comunidades naturales.

Aiguamoll. Foto: J.P.Roja (CC BY-NC 2.0)
Humedal. Foto: J.P.Roja (CC BY-NC 2.0)

El concepto de comunidad nos era familiar, ya que era también el punto de partida de los estudios de geobotánica de la escuela de Josías Braun-Blanquet, seguida por Oriol de Bolòs y Josep Vigo, nuestros profesores de Botánica. La comunidad parecía pues la unidad básica indiscutible para el estudio de la ecología. Pronto descubrimos que esto no era tan evidente para todos y que el debate sobre este concepto venía de muy lejos, ya había sido muy vivo en las tres primeras décadas del siglo veinte.

Mientras Frederick Clements había visto en la comunidad un ente con un alto nivel de organización, casi orgánico, Henry Gleason afirmaba que los vínculos entre las especies de una comunidad eran muy débiles y la coexistencia, salvo casos especiales de simbiosis, era más producto de coincidencias en los requerimientos ambientales que de unas relaciones particularmente fuertes entre los componentes de la comunidad. Muchos años después, los estudios paleoecológicos sobre la forma en que se desintegraron y reorganizaron las comunidades como resultado de las fluctuaciones climáticas ligadas a las recientes fluctuaciones glaciales dieron argumentos a favor de las tesis individualistas de Gleason. En los años 1980 la ecología se dirigió mayoritariamente hacia una visión reduccionista, más dirigida al estudio de las poblaciones que al de las comunidades, pero las comunidades no desaparecieron del campo.

El premio internacional Ramon Margalef de ecología de este año lo ha ganado el ecólogo y ornitólogo estadounidense Robert Ricklefs, dos libros del cuál fueron textos muy utilizados durante unos años (Ecología, 1973, y Economía de la naturaleza, 1983) entre la época en que tuvimos como referencia la Ecología de Margalef (1974) - libro insuperable pero excesivo para un solo curso- y la que llevó al predominio del libro Ecología: individuos, poblaciones, comunidades, de Begon et al (1986). 

Ricklefs no ha ganado el premio por sus libros de texto sino por sus aportaciones sobre todo en el estudio de la comunidad. En la conferencia que hizo el pasado 28 de octubre en la Facultad de Biología de la Universidad de Barcelona, cuestionó un punto considerado normalmente central: que la competencia tiene un papel básico en su organización. 

Foto: A. Maseda (CC BY-NC-SA 2.0)
Foto: A. Maseda (CC BY-NC-SA 2.0)

La visión tradicional de una comunidad compuesta por nichos, cada uno de los cuales está ocupado por la especie más capacitada para hacerlo, que excluye competitivamente a las rivales, no convence Ricklefs (tampoco convencía a Margalef, que creía que el concepto de nicho había quedado superado, y la ecología actual tiende a pensar que no hay nichos preexistentes sino que cada especie se lo construye).

Ricklefs piensa que la competitividad juega muy poco papel y que para entender las comunidades locales hay que tener muy presentes fenómenos regionales, desde la ecología a la biogeografía.

A lo largo del tiempo, dice, las poblaciones sufren expansiones y regresiones en sus áreas de distribución, asociadas a pequeños cambios debidos a complejas interacciones sobre todo con patógenos. Estos ciclos expansión-retroacción pueden durar muchos siglos o milenios y dar lugar a posibilidades evolutivas con la fragmentación y aislamiento de grupos pequeños de individuos. Por lo tanto, Ricklefs pide, con razón, que prestemos atención a procesos complejos a gran escala, más allá de la comunidad.

Sin embargo, su llamamiento “gleasoniano”  a desintegrar la comunidad local en distribuciones superpuestas (en la práctica, a prescindir del estudio de diversidad y composiciones de especies en las escalas finas) hecha en 2008 en un artículo en American Naturalist no es aceptada por la mayoría de ecólogos y fue replicada por Brooker y otros (uno de ellos Francisco Pugnaire) en la misma revista al año siguiente con una defensa de la necesidad de estudiar la comunidad local y de una investigación integradora entre escalas espaciales diferentes . de hecho, la posición de Ricklefs parecerá a muchos demasiado radical pero hay que agradecerla como un estímulo al pensamiento.

Repasar aquí más de un siglo de controversias sobre la comunidad es imposible, pero el premio a Ricklefs puede ser una manera de recordar que el debate sobre la comunidad está vivo, ya que nuevos puntos de vista son aún posibles y eso, al fin y al cabo, son buenas noticias.

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