Nuestros alimentos
Antes de dar al pueblo sacerdotes, soldados y maestros, sería oportuno saber si acaso no se está muriendo de hambre, L. Tolstoi. Llega un nuevo apunte de Terradas sobre el papel de los humanos en las redes tróficas y la organización social.
En octubre de 2015 publiqué un apunte en este blog sobre el lugar del hombre en los ecosistemas donde, entre otras cosas, me quejaba de que se estudia poco nuestro papel en las redes tróficas. Sin embargo, se me había escapado un trabajo que ahora me gustará comentar, junto con unas pocas cosas más sobre un tema tan vasto como el de nuestros alimentos.
Nuestro papel en las redes tróficas.
En condiciones extremas, los humanos podemos comer cualquier cosa. Una de las grandes escenas de la historia del cine caricaturiza esta afirmación: Charlot comiendo el cuero hervido de sus botas y chupando de ella con deleite los cordones y los clavos en La quimera del oro (1925), en un medio glacial extremadamente adverso. Este tema Chaplin lo retomaba en la avidez de Paulette Godard, que roba plátanos y barras de pan, en Tiempos modernos (1936), una sátira durísima del capitalismo industrial donde la Godard es la hija mayor de un obrero muerto de un disparo durante un manifestación de parados y vaga por el barrio del puerto decidida a no morir de hambre. También podemos hacer de las comidas una fiesta de los sentidos, afirmación que tiene quizás su máxima expresión cinematográfica en El festín de Babette (1987), film danés de Gabriel Axel ganador del Oscar a la mejor película de habla no inglesa, basado en un cuento de Isak Dinesen, la autora de Memorias de África. Babette es una católica que ama los placeres de la vida, en contraste con el severo entorno luterano.
"De los alimentos que consumimos los humanos, tres cuartas partes nos las proporcionan una docena de plantas y cinco animales"
Pero, dejando de lado la barroca riqueza del banquete, es curioso que un animal tan generalista como el humano emplee básicamente una proporción tan pequeña de especies para alimentarse. El conjunto de la población humana fundamenta su alimentación en sólo unas doscientas especies de plantas, con un peso enormemente mayoritario de maíz, arroz y trigo, cuando se calcula que hay del orden de 300.000 especies de plantas en principio comestibles. Tres cuartas partes de los alimentos totales nos las proporcionan una docena de plantas y cinco animales. También es sorprendente que hasta hace seis años ningún ecólogo hubiera planteado un estudio serio del lugar de los humanos en la red trófica. A mí este tema me inquietaba sobre todo porque encontraba que las antiguas representaciones de las pirámides tróficas de los libros de texto situaban un gran depredador en la cima de estos esquemas, águila, león, oso blanco, etc., pero que el hombre o las hormigas demostraban que los que controlaban los ecosistemas no eran estos grandes depredadores. Escribí sobre ello en varias publicaciones (Terradas, 2006; Terradas y Peñuelas, 2011, Terradas 2015), insistiendo en el papel crucial de los omnívoros, como los humanos, que a menudo ni se mencionaban en los libros de ecología antiguos ni en las lecciones de ecología de bachillerato.
En 2013 apareció un trabajo, de Bonhommeau y otros, que sí se enfrentaba decididamente con el lugar de los humanos en las redes tróficas. Este trabajo combina teoría ecológica, demografía y socio-economía para calcular el nivel trófico humano (NTH) en el contexto de las redes tróficas. Por cierto que en la bibliografía de este trabajo se cita la Ecología de Margalef. El resultado es que el NTH humano es cercano a los valores calculados para la anchoveta peruana (Engraulis ringens) y los cerdos...
¿Cómo podemos tener un nivel trófico tan bajo?
Vayamos por partes. Los niveles tróficos pueden variar, en este estudio, entre 1 (productores primarios) y 5 (depredadores en el ápice de la pirámide). Los autores calculan un NTH global de 2:21 (coincidente con el de la anchoveta), dentro de un intervalo entre 2.04 y 2.57, que incluye gran variedad de dietas. Encuentran que el NTH presenta una buena relación con indicadores socioeconómicos y ambientales y que permite interesantes comparaciones entre países. Los autores lo calculan a partir de datos de la FAO de consumo alimentario per cápita, año y país entre 1961 y 2009, para 176 países. A la vista de los resultados, agrupan los países en cinco grandes conjuntos. El primer grupo incluye la mayoría de los países subsaharianos y muchos del sudeste asiático, con dietas sobre todo vegetales, escasas y estables. El grupo 2 incluye países de África, Asia (con China e India) y Sudamérica, con NTH bajo pero creciente. El grupo 3 incluye Centroamérica, Brasil, Chile, Europa meridional, algunos países africanos y Japón, con valores más altos de NTH y también crecientes hacia el consumo de animales. El grupo 4 comprende Norteamérica, Norte y Este de Europa, Australia y Nueva Zelanda y su NTH fue alto y estable hasta 1990, año en que comenzó a decrecer. El grupo 5, que incluye Islandia, Escandinavia, Mongolia y Mauritania, tiene el NTH más alto y tiende a decrecer: en las dietas tradicionales predominan la carne, el pescado y los productos lácteos mientras que el consumo vegetal es escaso.
O sea que, a pesar de un NTH medio de 2.21, los humanos dominan los ecosistemas, y lo hacen mediante cambios de usos del suelo, con alteración de los ciclos biogeoquímicos, de la biodiversidad y del clima a una escala global, hasta el punto que no es posible estudiar ecosistemas sin tener en cuenta el efecto humano. El resultado digno de mención es, pues, que no hay que estar en la cima de la pirámide para controlar el sistema. Esto es posible que no guste a muchos conservacionistas, que tienden a enfatizar el papel de los super-depredadores en el funcionamiento de los ecosistemas y que han demostrado a veces que la desaparición de estos animales tiene efectos negativos en cascada en toda la red trófica. Sin negar esto, y las pérdidas de biodiversidad asociadas, es bastante evidente que los humanos han tendido a eliminar super-depredadores en muy amplios territorios y a reestructurar ecosistemas, los cuáles, en general, siguen siendo funcionales (Europa vs. Àfrica, p.e.).
"No hace falta estar en la cima de la pirámide para controlar el sistema.Pero esto es posible que no guste a muchos conservacionistas"
El aumento global observado en el estudio que comento (0.15) del NTH se debe al paso de dietas sobre todo vegetales a dietas con más carne, grasa y lácteos, es decir productos que provienen de animales, predominantemente herbívoros u omnívoros (como el cerdo). No hay apenas desplazamiento hacia el consumo de animales de niveles tróficos más altos (quiero decir aves rapaces, grandes felinos, mamíferos carnívoros, orcas, tiburones -aunque de estos se consumen las aletas y se devuelve el animal aún vivo sin ellas al mar, condenado a una muerte lenta y cruel); el consumo de animales marinos ha disminuido de niveles de 2.88 a 2.69 como resultado de la reducción de los niveles tróficos en las capturas pesqueras por agotamiento de la mayoría de las poblaciones de peces grandes (en este sentido, el éxito en Occidente de los restaurantes japoneses, donde se sirve sobre todo pescado, es una tendencia poco adaptada a la situación del recurso). La globalización y el desarrollo económico favorecen la convergencia en los NTH todo el mundo. En los países de los grupos 4 y 5, los problemas de salud llevan a estimular el consumo de vegetales. En el caso de Mauritania y Mongolia el cambio va ligado al aumento de la urbanización y la reducción del nomadismo ganadero.
La globalización y su contribución en los niveles tróficos
Si dejamos de lado las estadísticas globales, es un hecho que, en el detalle, sí hay una considerable variedad gastronómica entre las diferentes culturas. Antes de que los supermercados hayan tendido a uniformizar la oferta de productos "globales", el consumo de proximidad estaba más ligado a aquello que las condiciones climáticas permitían cultivar. Y antes de que se aprendiera a secar o salar el pescado y la carne, sólo estaban al alcance las especies que vivían en aguas o tierras cercanas. La antropología, y la ecología humana hasta 1970-1980, han aportado mucha información sobre las dietas en pueblos considerados "primitivos". En estos trabajos está presente, de manera más o menos explícita, la red trófica en que se integran estas poblaciones. Es obvio que hay diferencias grandes entre los cazadores-recolectores, los pastores nómadas o los agricultores, y también dentro de cada una de estas grandes categorías según la geografía y la cultura.
"La ramadería tiene muchos fuertes efectos en el calentamiento climático y la epidemia de obsesidad que afecta a países desenvolupados".
Dados los muy fuertes efectos de la ganadería en el calentamiento climático y la epidemia de obesidad (y diabetes) que afecta a los países desarrollados, además de la crisis de las pesquerías, sería muy recomendable una reducción del NTH. Por razones diferentes, algunas basadas en creencias discutibles sobre la salud, ha crecido el número de adeptos al vegetarianismo y al veganismo. Esta es una tendencia que, desde el punto de vista ecológico, resulta beneficiosa. Sin embargo, hay que lamentar la multiplicación de libros pseudo-científicos que a menudo hacen recomendaciones dietéticas que pueden ser peligrosas, al menos para ciertos sectores de población. Las creencias en los potenciales curativos o rejuvenecedores de determinados alimentos no son hoy menores que en tiempos en que la ciencia era casi inexistente, y no parece que esta tendencia vaya a cambiar, aunque sí cambian las "modas".
De vez en cuando, aparece la creencia en que el consumo de un determinado producto es una verdadera panacea, hasta que el negocio declina y sale alguna otra cosa (con el apoyo de la publicidad engañosa o como una fe que se esparce de boca en boca). Recuerdo que, en mi pre-adolescencia, se puso de moda el consumo del "bolet", un hongo que se cultivaba en un recipiente con infusión de té negro o de algunas otras plantas. Se trataba, de hecho, de varias especies de la familia Aspergillus, con levaduras y bacterias asociadas. El líquido en el que flotaba esta combinación microbiana se consideraba un remedio para casi todo y Font Quer (1973) trata de ello largamente y de manera crítica en Plantas medicinales, donde incluye una divertida historieta.
La alimentación humana está muy presente en diversos aspectos de la crisis ambiental. El crecimiento demográfico, que no parece que se haya de estabilizar hasta llegar a 10 a 12.000 millones de personas hacia mediados de siglo, la concentración de la población en ciudades que parece que tiende al 80%, el uso de abonos y plaguicidas en la agricultura industrializada, los costes ambientales de la ganadería o los posibles efectos del calentamiento y fenómenos asociados en la capacidad productiva agraria, hacen que el espectro del economista y demógrafo Malthus no desaparezca de las previsiones de futuro, aunque hasta ahora las predicciones que él hizo en 1798 no se han cumplido.
"Las redes alimentarias están caracterizadas por distancias cortas entre productores y consumidores, métodos de conreo que contrastan con los agro-negocios a gran escala, compromiso con la sostenibilidad y existencia de ciertas soluciones para el comercio".
En todo caso, el problema básico, hoy, sigue siendo más de distribución que de producción. Ya hace tiempo que se reivindican temas como el consumo de proximidad o las redes alimentarias alternativas (para reducir los impactos negativos de la producción industrial, la destrucción de selvas y la desaparición del campesinado local como organizador del territorio); la reducción del consumo de carne y pescado para reducir emisiones y preservar la biodiversidad, la reducción en el uso de conservantes, antibióticos u hormonas; o el comercio justo, para evitar la explotación de poblaciones humanas en países poco desarrollados. Las redes alimentarias alternativas estarían caracterizadas por distancias cortas entre productores y consumidores, métodos de cultivo que contrastan con los agro-negocios a gran escala, compromiso con la sostenibilidad y existencia de ciertas soluciones para el comercio (por ejemplo cooperativas, mercados de agricultores, agricultura con apoyo comunitario, etc.) (Michel-Villareal et 2019). Pero de esto hablaré más adelante.
¿Puede haber problemas del tipo predicho por Malthus?
El tema de la fragilidad en la producción alimentaria es el punto de partida de una novela de acción que leí casi sin respirar hace muchos años, La alternativa del diablo (1979), de Frederick Forsyth (autor de otros best-sellers como El día del Chacal, Odessa o Los perros de la guerra). En ella, los satélites estadounidenses detectan una "plaga" (de hecho, un tratamiento inadecuado de las semillas por un error burocrático) del trigo en la URSS que pone en peligro muy grave toda la cosecha del año. El país se verá previsiblemente obligado a comprar grandes cantidades de trigo a Estados Unidos, que así podría imponer el precio u obtener concesiones en materia de destrucción de armamento nuclear. En Moscú, el premier es un moderado, pero un grupo radical aspira a desplazarlo y atacar Europa para obtener los recursos sin humillación. En Ucrania, de donde procede el 40% de la producción de cereales, un sector nacionalista prepara un golpe para obtener la independencia de la URSS. El petrolero más grande del mundo lleva un millón de toneladas de petróleo en dirección a Europa y los ucranianos lo quieren secuestrar. En el sistema complejo socio-ecológico mundial, se combinan unos factores capaces de provocar una catástrofe global. No contaré nada más, pero el planteamiento es lo bastante verosímil como para hacer pensar
¿Hay que recordar que diez años después de la publicación de este libro la segunda potencia mundial se desintegró en un santiamén, sin que nadie lo hubiera previsto? En la relación entre producción de alimentos y demanda entran muchos factores, desde climáticos y tecnológicos a económicos y sociales, y se puede ver afectada por fenómenos de escalas que van desde la global a locales pero de repercusiones difíciles de prever al sumarse a otras contingencias, como es norma en los sistemas complejos.
Alimentos, organización social, hambre
La organización social no es ajena a la red trófica de cada sociedad. Al contrario. Los antropólogos han señalado que la aparición de jerarquías en bandas y poblados de cazadores-recolectores pasa por la asunción por algunos individuos del papel de distribuidores de alimentos y, más especialmente, de carne, en banquetes ofrecidos a toda la población. Los regímenes tribales se basaban en la cooperación entre los miembros de la tribu, lo que al aumentar la población se lograba gracias a que esta compartía una serie de mitos (Harari 2014), y, en algunos casos, se establecieron pactos entre tribus: la confederación iroquesa unió seis naciones indias durante cerca de mil años bajo una Ley Vinculante que garantizaba un sistema representativo con separación de poderes, limitando los posibles abusos de los jefes. Este sistema podría haber continuado si la llegada de los europeos no la hubiera desestabilizado, imponiendo un sistema de poder vertical al de cooperación.
"El establecimiento de jefes permanentes en una sociedad (reyes o similares) libera a éstos de distribuir sus propios recursos"
El paso siguiente al tribal en algunas sociedades es que el crecimiento demográfico tiende a agotar la caza disponible en el territorio propio y se hace necesario ir a buscar en espacios más alejados, entrando en conflicto con otros grupos. Las olas de nómadas pastores que se extendieron hacia Roma y hasta el norte de África desde el norte y este de Europa y el oeste de Asia, desde los tiempos del Imperio Romano hasta el s. XV con Tamerlán, son sólo muestras de estos fenómenos. La guerra y las expediciones requieren organizaciones más jerárquicas. El establecimiento de jefes permanentes en una sociedad (reyes o similares) libera a estos de la obligación de distribuir sus propios recursos. Con la evolución hacia el sedentarismo, el jefe se convierte en receptor de reservas de alimentos en un almacén central, que se redistribuirán cuando sea necesario. Esto se asocia a la formación de Estados que cobran tributos con los que financiar obras públicas y ejércitos, conservando aspectos redistributivos.
El paso de cazadores-recolectores a agricultores-ganaderos no fue fruto de un momento "eureka" sino resultado de un largo proceso en diferentes regiones del mundo (Mesopotamia, Turquía, valle del Indo, China y varios lugares de América). Los cazadores-recolectores seguramente empezaron a cambiar el comportamiento de sus presas y a favorecer sus plantas preferidas, eliminando a su competencia y diseminándolas (cosas que hacen también no pocas especies de animales), sin dejar de cazar y recolectar. Colin Tudge (2000) cree que se puede hablar de proto-granjeros desde hace 40.000 años, aunque la actividad agro-ganadera no aparezca en los restos arqueológicos hasta hace 10.000 años. Esto explicaría la expansión, en fase rudimentaria y a tiempo parcial, de esta actividad en lugares muy distantes. La jardinería y la horticultura no debían presentar graves complicaciones, pero arar la tierra era un trabajo duro que probablemente no se hizo de buena gana. De entrada, es posible, y los estudios arqueológicos lo confirman, que los cazadores-recolectores tuvieran dietas más variadas y ricas, mientras que los agro-ganaderos no sólo trabajaban más sino que comían poco variado y cogían enfermedades del ganado, la suciedad y los hongos que infectaban las cosechas almacenadas. Recuerda Tudge que, en la Biblia, Abel, el pastor, era el bueno y Caín, el agricultor, el malo. Dios acoge las ofrendas de Abel pero no le gustan las de Caín. ¿Era Dios ecologista? Caín labra la tierra y lo cambia todo, mientras que Abel genera bellas praderas. Ya sabemos que el conflicto termina mal para Abel.
También sabemos que la ganadería actual poco tiene que ver con los pastores y pastores acadianos. En Egipto, los que araban eran esclavos y en las Arcadias de los pintores y poetas siempre hay pastores y pastoras, entretenidos haciendo música o amándose, y no agricultores con bueyes y arados. El conflicto pastores-agricultores perdura a lo largo de la historia porque el pastor ocupa el espacio moviéndose y sin alterarlo tan drásticamente como lo hace el agricultor sedentario. Pero el agricultor, o ya el proto-agricultor no tiene que perseguir a sus presas, tiene comida siempre disponible y cuando le conviene caza sin depender de la abundancia de presas, y por tanto sin control, de manera más devastadora (tecnologías cada vez más eficientes), así que hace imposible la vida del cazador-recolector cuyas presas extingue. Finalmente, el cambio de un estadio cazador-recolector a uno plenamente agro-ganadero es un tema d coste-beneficio (Harris, 1977). Y la combinación (conflictiva) de agricultores y pastores permite poblaciones humanas crecientes, sobretodo con la industrialitzación de la producción agro-ganadera, que al mismo tiempo contribuye mucho a los problemas ambientales globales.
"La vida para los primeros agricultores empeoró, mucha faena, poca salud, la necesidad de permanecer en un sitio cuando eran atacados por vecinos, más mortaldad infantil y más muertes violentas en la defensa de la casa y los campos".
La combinación (conflictiva) de agricultores y pastores permite poblaciones humanas crecientes. Harari (2014) ha dado, sin embargo, una visión alternativa del paso hacia la agricultura como el "fraude más grande de la historia", en el que el trigo, el arroz y las patatas manipularon a los humanos para expandirse como especies, haciéndose cultivar de sol a sol. El trigo quería suelos sin demasiadas piedras, quería agua, estiércol y abonos, protección contra plagas, y los humanos empezaron a tener problemas físicos como hernias, vértebras dislocadas, artritis, problemas en los pies, falta de minerales y vitaminas y enfermedades de dientes y encías, y a necesitar casas: el trigo los domesticó. Dice Harari que domus significa casa, y que lo que vive en casas no es el trigo, son los humanos. De hecho, la vida empeoró para los primeros agricultores, mucho trabajo, poca salud, la necesidad de permanecer en el sitio para defender su casa y sus campos cuando eran atacados por vecinos, más mortalidad infantil y más muertes violentas en esta defensa, pero más hijos, muchos más hijos. El libro de Harari, aunque sea un best seller, merece ser leído.
El crecimiento demográfico y las limitaciones de recursos (tierras apropiadas para el cultivo) empujan los estados al colonialismo y al imperialismo (aunque en algunos casos la demografía se ajusta mediante el infanticidio y el alargamiento de la lactancia). Ya no se trata sólo de razzias, sino de ocupar permanentemente territorios que eran ajenos, como han hecho los europeos en África, América y Oceanía. Pero no han sido los únicos, ya que dentro de estas mismas regiones hubo muchos ejemplos precedentes de imperialismo, de los que quizás los más conocidos son las olas de maoríes de Polinesia en Nueva Zelanda (entre el 800 y el 1300 a.C.), la expansión de los incas desde Cuzco al sur de los Andes (s. XV), la de los aztecas, llegados como semi-nómadas al lago de Texcoco, donde fundaron su capital, para luego dominar (s. XIII-XV) un ancho territorio del México actual, sobre todo mediante imposiciones tributarias, la expansión bantú en el centro y sur de África posiblemente en el primer milenio a.C., basada en el cultivo de tubérculos y el dominio de la siderurgia, la expansión del imperio zulú en Sudáfrica (desarrollado entre el s. XVIII y el XIX), etc. Y hubo imperios anteriores a estos y la práctica del esclavismo de los pueblos conquistados es muy antigua y se encuentra en todas partes. Los esclavos y el ganado domesticado hacían el ingrato trabajo de la agricultura.
"La población mundial, bajo un sistema esencialmente agrario, ha pasado muchísimas tribulaciones alimentarias. La malnutrición ha sido la norma y la alternancia de los años de producción buena o normal con períodos, a veces plurianuales, de producción escasa o nula, ha hecho del hambre y sus consecuencias un fenómeno habitual en la historia."
El éxito de la agricultura al alimentar poblaciones crecientes es una evidencia. No obstante, la población mundial, bajo un sistema esencialmente agrario, ha pasado muchísimas tribulaciones alimentarias. La malnutrición ha sido la norma y la alternancia de los años de producción buena o normal con períodos, a veces plurianuales, de producción escasa o nula, ha hecho del hambre y sus consecuencias un fenómeno habitual en la historia. La causa principal de estas oscilaciones es, sobre todo, el clima, y a veces las plagas. En las diversas regiones del mundo se conocen alteraciones en las precipitaciones que son lo que más directamente afecta a las cosechas: las sequías, en primer lugar, pero también el exceso de precipitaciones o las heladas. En una organización social en la que los excedentes de la producción son retirados del campo para alimentar a la población urbana y a los ejércitos, una mala cosecha puede ser suficiente para provocar una crisis alimentaria.
Por otra parte, la presión de la población puede haber contribuido a explotaciones excesivas de los recursos: tala de bosques para tener tierras de cultivo y pasto, problemas de erosión y de colmatación de los canales de riego con sedimentos, desaparición de la madera, usada como combustible, etc. Estos problemas de degradación de los recursos y cambios en el clima fueron importantes en el fin de las civilizaciones macedonias y griegas y el paisaje actual aún muestra los resultados de la pérdida de suelos, de cuyos peligros ya advertía Platón. Sin embargo, la peor hambruna del s. XIX en el hemisferio norte parece que fue originada por una combinación de una fuerte caída de la actividad solar con la erupción del volcán Tambora, en la isla de Sumbawa, Indonesia, en 1815, que provocó, con las nubes de gases y partículas emitidos, el "año sin verano" 1816, durante el cual la joven de 19 años Mary Godwin, que se casaría con el poeta Percy Shelley, inspirada por el ambiente tenebroso, escribió el inmortal Frankenstein o el moderno Prometeo, durante la famosa estancia con Byron, Shelley y Polidori en la Villa Deodato, en Cologny, Suiza, junto al lago de Ginebra. De aquella estancia de verano oscuro también nació El vampiro, una novela breve escrita por John Polidori que presentó por primera vez en la literatura romántica a este otro fantasma que luego ha llenado miles de páginas y cientos de filmes. Byron, por su parte, escribió un célebre poema, Darkness:
I had a dream, which was not all a dream. The bright sun was extinguish'd, and the stars Did wander darkling in the eternal space, Rayless, and pathless, and the icy earth Swung blind and blackening in the moonless air; (…)All earth was but one thought—and that was death Immediate and inglorious; and the pang Of famine fed upon all entrails—men Died, and their bones were tombless as their flesh (…)Hubo nevadas y temperaturas insólitas y J.M.W. Turner pintó en extraños atardeceres el color del azufre del volcán. Mientras, mucha gente moría de hambre, y por las epidemias y las revueltas que el hambre trajo consigo.
En efecto, el hambre es compañera constante de la historia humana. Ella sola ha sido responsable de frecuentes y enormes episodios de mortalidad y caos social. Por desgracia, es frecuente que el hambre, y la miseria que produce, vengan acompañadas de epidemias y que las guerras precedan o acompañen al hambre. Los cuatro jinetes del Apocalipsis a menudo cabalgan juntos, y así se les representa frecuentemente en el arte. Las terribles imágenes del hambre nos suelen llegar de países donde hay conflictos bélicos y siempre recordaré las del documental de Sebastiao Salgado y Wim Wenders La sal de la tierra (2014).
Buñuel había filmado en 1933 el célebre documental Tierra sin pan, donde mostraban la miseria, el hambre, el consumo de agua en malas condiciones, el paludismo, el bocio y los efectos genéticos (enanismo, cretinismo) del incesto y la endogamia de las Hurdes, un territorio de 47.000 ha con muy poca tierra cultivable y entonces con un gran retraso cultural. Los únicos lujos los encontraba Buñuel en las iglesias. Diez años antes, Alfonso XIII había visitado a caballo la región, acompañado por Gregorio Marañón, pero no se notó ninguna mejora en la situación de abandono del medio centenar de pueblos con 8000 habitantes que se encontraban en aquel pedazo de su reino, aunque la Memoria sanitaria escrita por Marañón dio líneas de acción muy plausibles. El film de Buñuel contiene algunas manipulaciones efectistas, como hizo también en Los olvidados (1950), situada en un barrio periférico de México, y tuvo muchas prohibiciones y protestas (del propio Marañón también), pero fue una denuncia efectiva.
La situación de Las Hurdes hacía siglos que se arrastraba. Ya había hablado Lope de Vega en Las Batuecas del Duque de Alba (1633) y otros antes, y podría ser el resultado de un caso extremo de feudalismo en una zona muy aislada y de suelos ácidos pobres, y afectada de enfermedades que aumentaban el aislamiento, como el ya mencionado paludismo y el tifus recurrente: la gente cultivaba franjas estrechas cerca del río con suelos que acarreaba desde partes altas de las montañas. Luego, las riadas se los llevaban o perdían los nutrientes, que no se podían reponer por falta de abonos. Y es cierto que allí no se hacía pan, ni siquiera tenían arados, ni se conocía la quinina. El año pasado se estrenó un notable film de animación de Salvador Simó que relata la historia de la filmación del documental (Buñuel en el laberinto de las tortugas), basado en un comic, que ha ganado un Goya.
Sobre el tema del hambre en general es indispensable el documentadísimo libro del historiador Josep M. Salrach (2009), en el que me he basado para esta parte del artículo. Leyéndolo, uno se da cuenta, sobrecogido, de la constancia de este fenómeno del hambre a lo largo de la historia y de las tragedias terribles que ha generado, muchas de ellas casi ignoradas por el resto de la Humanidad. Hay casos en que el hambre se ha extendido por regiones inmensas. Dice Salrach:
En efecto, el 1876-1878, 1889-1891 y 1896-1902 se produjeron hambrunas terribles de magnitud planetaria, que afectaron a un gran número de regiones y países de Oceanía (Nueva Caledonia), Asia (Corea, norte de China, Java, Filipinas, India), África (Etiopía, Sudán, Magreb, sur de África) y América (noreste de Brasil). Se calcula que a causa de estas hambrunas murieron entre 30 y 50 millones de personas. La causa natural fue un fenómeno climático identificado con el nombre de El Niño, que tiene sus orígenes en el Pacífico Este tropical y se caracteriza por un calentamiento rápido de la masa de aire y de la temperatura oceánica que conlleva vientos monzónicos débiles y sequías sincrónicas en amplias regiones del planeta. Este fenómeno tiene su contrario, La Niña, que consiste en el enfriamiento inusual que conlleva precipitaciones e inundaciones en estas mismas regiones. Esta enorme oscilación térmica y de las corrientes de aire se llama ENOS (El Niño-Oscilación del Sur). Sobre las causas del hambre, creo que es muy ilustrativo este párrafo: La teoría distingue entre causas naturales y causas humanas, pero el análisis histórico revela que, con excepciones, la frontera entre éstas no es nítida. Las causas naturales prevalecen en el caso de accidentes catastróficos y, con más frecuencia, de alteraciones climáticas, pero está claro que la prosperidad de una sociedad, el desarrollo técnico, la cohesión de grupo y la forma política que se ha dado, pueden hacer mucho para aliviar el impacto de la desgracia y organizar la recuperación. El seguimiento del hambre en períodos largos muestra que el factor clima es especialmente importante para la incidencia en la producción de alimento. (...) Para las sociedades campesinas, las alteraciones o perturbaciones climáticas son el peor escenario. Es lógico: los agricultores tienen una cierta capacidad de adaptación a los cambios de tendencia y a los diferentes tipos de clima, pero es imposible adaptarse a las alteraciones o perturbaciones que, por definición, son imprevisibles."Los ecólogos hablamos de la capacidad de carga (K) de un ecosistema para una especie como el número máximo de individuos de la especie que pueden vivir con los recursos presentes."
El autor explica que las hambrunas se producían cuando la demografía se acercaba a los límites de la capacidad productiva del sistema. Los ecólogos hablamos de la capacidad de carga (K) de un ecosistema para una especie como el número máximo de individuos de la especie que pueden vivir con los recursos presentes. En el caso de los humanos, este valor K se ha incrementado en cada ecosistema cuando se han introducido nuevas tecnologías que permiten obtener más rendimiento en peso, variedad y calidad de alimentos. Esta es justamente la razón de que las predicciones de Malthus no se hayan cumplido nunca de manera global y que, de hecho, en el último siglo, los episodios de hambre en el mundo hayan disminuido. No han desaparecido, ya que aún se dan en países con economías fallidas en los que sería necesaria una reestructuración a fondo del sistema productivo y de la organización social, y los hay asociados a trastornos tales como guerras o catástrofes naturales.
El calentamiento global es una amenaza muy grave porque, aunque haya un proceso adaptativo de la agricultura al cambio gradual, sabemos que también hay una intensificación y un aumento de la frecuencia de episodios "extraordinarios" y, como dice Salrach, ello hace muy difícil que los agricultores puedan adaptarse. Difícil, pero no imposible, ya que aunque sea muy problemático luchar contra episodios de clima extremo las tendencias medias son más fáciles de adivinar. En nuestro país, empresas como Torres ya hace bastantes años que comenzaron a adquirir tierras para el cultivo de la vid en lugares más elevados que hasta hace poco parecían no idóneos para este cultivo.
Hay famosos episodios de hambre debidos a causas biológicas, como la provocada en Irlanda por una infección de la patata por un protista, Phytophtora infestans, 1845-1849, procedente de México a través de Estados Unidos, que provocó un millón de muertos y otro millón de exiliados. Pero la causa del desastre no fue sólo biológica: tuvo mucho que ver con las leyes que impedían a los católicos irlandeses (80% de la población) ser propietarios de tierras, las cuales pertenecían a la minoría inglesa protestante, en buena parte residente en Inglaterra. Los irlandeses la tenían en alquiler y tributaban a los propietarios. La patata se había convertido en un monocultivo, en tierras marginales, de una sola variedad que mantenía a la población pobre, mientras que las tierras mejores servían de pasto para producir carne para Inglaterra. Había comida, pero la población irlandesa no podía comprarla. El gobierno británico hizo una gestión nefasta de la crisis. Los líderes de las protestas fueron encarcelados y se sembró la semilla del conflicto irlandés-británico. De ello habla Van Diemen’s land, la canción de U2, recordando la deportación de John Boyle O'Reilly a la tierra de Van Diemen, antiguo nombre de Tasmania, donde había un penal. Un Lord Halifax, antepasado del que hizo un triste papel como embajador en Washington promoviendo la política de pacificación con Hitler antes del estallido de la II Guerra Mundial, fue de los que se negaron a ayudar a los irlandeses que morían de hambre.
Este ejemplo de Irlanda nos habla de que problemas ambientales (climáticos o biológicos) actúan sobre la sociedad con mayor o menor fuerza según el grado de exposición y la capacidad de respuesta (es decir, según la vulnerabilidad) de esta sociedad, y que estos factores no son sólo ecológicos y geográficos sino en gran medida sociales.
Hoy, un problema asociado al de la producción alimentaria es que la industrialización de la agricultura y la ganadería: a) ha puesto demasiado poder en manos de unas corporaciones como Monsanto, Nestlé, etc., tan grandes que son muy difíciles de controlar por los gobiernos y se han convertido en oligopolios; b) esta industrialización se ha hecho con unos impactos ambientales enormes, de alcance planetario, como es una fertilización excesiva de tierras y aguas con óxidos de nitrógeno, una pérdida constante de fósforo que se sedimenta en los fondos oceánicos, la deforestación para hacer nuevos cultivos o pastos, la dispersión de plaguicidas y otros compuestos químicos nuevos para los organismos y a menudo nocivos, la llegada a las aguas fluviales de antibióticos y hormonas empleados en granjas de cría de ganado, la contaminación de las aguas freáticas por purines, las emisiones de gases invernadero, etc.
El sistema productivo global
De hecho, el Sistema Productivo Global (SPG, sigo en este apartado Nyström et al, 2019) ha evolucionado en los últimos años hacia generar unos productos de biomasa (alimentos, combustible, fibras) con una diversidad relativamente baja (30 especies constituyen más del 80% de los productos alimenticios, cerdos y gallinas son el 40 y 34% respectivamente de la producción de carne). Este SPG ha alterado ya más del 75% de los hábitats terrestres y más del 90% de las pesquerías están sobreexplotadas, así que se puede decir que incluye prácticamente toda la biosfera. Para hacer frente a la demanda, los sistemas se simplifican (Margalef había advertido ya hace unas décadas que la pérdida de diversidad era consecuencia inevitable de la explotación) y se intensifica su funcionamiento mediante energía, abonos y plaguicidas, antibióticos y hormonas y tecnología. Además, las conexiones dentro del SPG han llevado a la fusión progresiva de mercados, por lo que los nuevos cultivos los últimos años están dirigidos a la exportación: ya son cerca de una cuarta parte del total los que tienen este objetivo y, en el caso de los mares, más del 35% de la pesca se dirige al comercio internacional. Cultivos como la soja o el aceite de palma, destinados a Europa, EEUU y China, son causa principal de deforestación en los trópicos.
"Las grandes corporaciones controlan los terrenos, los mercados, los almacenes, las redes de procesamiento y distribución de casi todo el SPG. Esto hace que se homogeneicen las variedades, es decir la genética de los cultivos"
Las grandes corporaciones controlan los terrenos, los mercados, los almacenes, las redes de procesamiento y distribución de casi todo el SPG. Esto hace que se homogeneicen las variedades, es decir la genética de los cultivos. Nyström et al. han observado que los procesos industriales que suplen el funcionamiento natural de los ecosistemas (abonos en lugar de reciclaje de los nutrientes, etc.) producen erosión, pérdidas de fertilidad, de polinizadores, de calidad del agua, etc., y que esto puede afectar a la resiliencia y facilitar cambios repentinos en los sistemas social, ecológico y socio-ecológico. La pérdida de resiliencia se debe a que la red de conexiones se ha simplificado, perdiendo parte de su estructura modular. Se sabe que, en sistemas complejos, las redes con nodos diferentes y que están poco conectados tienen respuestas sistémicas graduales, mientras que en las redes de nodos homogéneos y muy conectados las perturbaciones se propagan por toda la red. Los autores ponen el ejemplo de la crisis financiera, iniciada en unos pocos bancos (caso de Lehman Brothers) muy ligados entre sí y luego esparcida por todo el mundo.
El SPG está expuesto a fluctuaciones repentinas de los precios de combustibles, abonos y tecnología, a cambios de hábitos de consumo (dietas), a cambios en regulaciones sobre la energía y sobre las exportaciones (como guerras comerciales) y a movimientos especulativos sobre los productos alimenticios. En este contexto globalmente conectado, crisis que podrían haberse contenido a nivel local se extienden de manera rápida y son difíciles de prever. Por lo tanto, homogeneización y alta conectividad implican, por un lado, que un problema local se pueda resolver con recursos de fuera, así que se reduce la incertidumbre local, pero por otra parte que el sistema global se vuelva más frágil. El incremento de la demanda (por aumento demográfico y por mayor consumo) y el calentamiento climático aumentan los riesgos de esta fragilidad o vulnerabilidad. Las soluciones que propone el artículo se basan en los siguientes puntos: redirigir la financiación (las inversiones y los créditos) y los seguros para favorecer las actividades sostenibles y castigar las insostenibles; asegurar la transparencia radical (significa aplicar medidas de control y regulaciones de los productos en cuanto a las condiciones de trabajo de sanidad-higiene, de etiquetado y de relaciones corporativas, de manera que el consumidor tenga información sobre todo al escoger lo que compra); y empujar a las corporaciones hacia la sostenibilidad, con el apoyo de científicos en la búsqueda de nuevas soluciones.
"El incremento de la demanda (por un aumento demográfico y por un mayor consumo) y el calentamiento climático aumenta los riesgos de la fragilidad o vulnerabilidad del Sistema Productibo Global".
Bayley-Serres et al (2.019), en el mismo número de Nature, se ocupan de las posibles nuevas estrategias para pasar de la Revolución Verde (uso de variedades super-productivas) iniciada en los 1960s y los inicios de la ingeniería genética de los 1980s (orientada sobre todo al incremento de la resistencia a plagas) a una Revolución post-Verde que pueda satisfacer la demanda en un entorno climático más variable y difícil, reduciendo el impacto sobre el medio. Serán necesarias nuevas variedades de cultivo para aliviar estos problemas y será necesario avanzar en la optimización de la fotosíntesis y del uso del agua y los nutrientes, tal vez modificando la densidad estomática, generando por ingeniería genética nuevas simbiosis con fijadores de nitrógeno, estimulando las relaciones beneficiosas planta-microbioma, la protección frente a enfermedades nuevas o reemergentes, la producción de carne sintética, etc. La primera frase del artículo advierte que "la actual trayectoria de los rendimientos de los cultivos es insuficiente para nutrir la población prevista para el 2050" (de nuevo el espectro de Malthus del que hablaba antes) y que las condiciones ambientales empeorarán, así que habrá que trabajar duro.
Entre nosotros, por suerte, hoy no hay insuficiencias en la producción uy el suministro, y podemos celebras iniciativas muy loables, como el Banco de los Alimentos, para atender urgencias. En cambio, es preciso seguir luchando contra malas prácticas en la producción (como el abuso de hormonas y antibióticos o de ciertos plaguicidas) y en el consumo (que generan muchos problemas sanitarios).