De cuadros y libros
Dos cuadros y un libro que llevan a Jaume Terradas a reflexionar sobre cómo los cambios históricos y la naturaleza humana a menudo no coinciden con el arte ni con la conservación del mundo natural.
Hace unos años, en una sesión de la extinta Aula de Ecología del Ayuntamiento de Barcelona, que entonces coordinábamos Anna Àvila y yo, el arquitecto Felip Pich-Aguilera comenzó su presentación con un cuadro famoso, El Temeraire remolcado a dique seco, de 1838, del gran Joseph Mallord William Turner, que está en la National Gallery de Londres. El cuadro representa el glorioso barco de vela HMS Temeraire como un pálido fantasma cuando lo remolcaba, para ser desguazado, un barco de vapor cuya chimenea emitía un denso humo negro. Se trata de una excelente metáfora del cambio histórico más radical en el metabolismo ecológico de las sociedades humanas y que confieso haber empleado después algunas veces.
Este año, entre mis lecturas de verano ha habido una, por recomendación entusiasta de Marina Mir, que me ha recordado mucho la nostalgia del mundo de la vela tan bien expresado por Turner con una luz de atardecer: se trata de la versión castellana (espléndida, de Javier Marías) de The mirror of the sea, El espejo del mar, del gran Joseph Conrad. Es un libro de reminiscencias de su vida como oficial y capitán de la marina mercante. La riqueza de la terminología hizo muy complicada la traducción, y tal vez esto explica que ninguna editorial, que yo sepa, se haya aventurado a hacer la versión catalana —una lástima—, y que la lectura del original requiera o muchos conocimientos náuticos en inglés o mucha paciencia en el uso de diccionarios especializados.
Uno de los capítulos, prodigioso, habla de la navegación a vela y, cuando la compara con la de vapor, dice de ésta: "... esa marinería no posee la calidad artística de un combate singular con algo mucho más grande que uno mismo; no es la laboriosa, absorbente práctica de un arte cuyo resultado definitivo queda en manos de los dioses. No es un logro individual, temperamental, sino meramente la experta utilización de una fuerza cautiva, simplemente otro paso adelante por la senda de la conquista universal ". La eficacia (no la eficiencia) contra el arte.
La integración extraordinaria de hombre y artefacto con la naturaleza que describe Conrad al hablar de los veleros y los que los conducen se mantiene, ya desde sus tiempos, sólo en deportes de vela. Las ventajas de poder desentenderse de los vientos, sin embargo, son indudables. En otro capítulo extraordinario, Conrad nos habla de los vientos del oeste y del este, sobre todo en las navegaciones a vela entre Estados Unidos e Inglaterra, y cómo, a veces, después de una rápida travesía del océano bajo el empuje de un viento incluso tormentoso, había que esperar días y semanas, con riesgo de agotar las provisiones, ante el muro creado por el viento del este, como quien dice a las puertas del Canal de la Mancha, donde se acumulaban barcos llenos de hombres desesperados.
El gran transporte a vela no volverá. Se han hecho intentos de construir algunos barcos que, al tiempo que mantienen el uso de combustibles fósiles, lo complementan con velas cuando las condiciones son favorables, pero hasta ahora estos modelos híbridos no han tenido aceptación y circulan muy pocos: son unas máquinas extrañas, sin nada de la elegancia majestuosa de los viejos veleros. Ahora bien, los barcos de transporte de mercancías constituyen una fuente de contaminación muy considerable, una quinta parte del consumo mundial de combustibles. Según la ONG Transport & Environment, el combustible marino es 2.700 veces más contaminante que el diésel de los autos y está libre de impuestos, mientras que el diésel de auto paga 35.000 millones de euros en impuestos en Europa. Además, los costes sanitarios por enfermedades provocadas por las emisiones marinas en Europa son unos 58.000 millones, y se calcula que las muertes provocadas son unas 60.000 al año. Así que, mientras seguimos emitiendo enormes cantidades de gases de efecto invernadero y el calentamiento global es un hecho ya notorio, no hemos encontrado el modo de aprovechar de nuevo la inmensa fuerza de los vientos en el tráfico marítimo. Tal vez la razón es la misma por la que todavía utilizamos para la mayoría de autos motores de explosión que son meros perfeccionamientos de los de hace más de un siglo. Es decir, los combustibles fósiles son aún tan baratos que no es rentable buscar alternativas. La habanera dice “Bufa ventet, bufa ben fort” (sopla vientecito, sopla bien fuerte), pero eso ya no importa. Seguimos quemando petróleo.
A menudo he citado en mis charlas una frase de la novelista canadiense Margaret Atwood que dice que, por desgracia, la miseria y la avaricia siempre han podido con todo, queriendo decir que estas dos cosas (complementarias, ya que la miseria de muchos está relacionada con la avaricia de unos pocos) hacen muy difícil la preservación de espacios naturales y otras cosas. Desde la caída de la URSS y el triunfo del neoliberalismo desregularizador, las diferencias económicas se han disparado en el conjunto del planeta. Los valores que se imponen son los del éxito económico muy por encima de los relacionados con la solidaridad. No es un problema nuevo.
Por último, aprovechando un comentario de Franz de Waal en El bonobo y los diez mandamientos, quisiera recordar otra pintura extraordinaria, El carro del heno, de Hyeronimus Bosch (hacia 1516), que está en el Museo del Prado. La palabra holandesa hoy significa ‘heno’ y también ‘vanidad’ y el cuadro es una representación de todos los males derivados de la vanidad y la codicia. Probablemente, se inspira en un dicho flamenco: el mundo es un carro de heno del que todo el mundo toma lo que puede. Nobles, clérigos, ricos, pobres y míseros, una multitud de gente rodean y siguen el carro haciendo todo tipo de atrocidades en el camino que lleva al infierno, que es la última tabla del tríptico. Parece que sea este el camino que hemos emprendido como especie. Si aún no vemos las llamas, ya sentimos el calor.