En la cuna de la civilización
El Poema de Gilgamesh es el texto de ficción más antiguo que se conoce, y representa brillantemente el conflicto entre las sociedades nómadas y las agrícolas y urbanas; entre naturaleza y ciudad. Un conflicto que se extiende desde la Mesopotamia de hace cinco milenios hasta el actual Irak.
La Mesopotamia es la cuna de la civilización. Es un territorio rodeado de altas montañas en el norte, este y sur. Desde el norte bajan unas mesetas que se van haciendo más secas, con estepas y desiertos que continúan en la región más baja, un llano levemente inclinado hacia el sur, formado por sedimentos del Tigris y el Éufrates. Estos ríos a menudo se desbordan. Al sur hay una importante zona de humedales. La historia de Mesopotamia es la de los pueblos semitas nómadas de las estepas y desiertos, los agricultores de regadío que crearon las primeras civilizaciones urbanas, como la acadia, y los de las marismas, de características especiales. La relación compleja entre sociedades nómadas y agro-urbanas es esencial en la historia del país.
El Poema de Gilgamesh, escrito en verso, que este verano Oriol Broggi trae al Teatre Grec de Barcelona, es la obra de ficción más antigua que se conoce. El texto acadio, quizás del 600 a.C., se ha encontrado, fragmentariamente, en once tablillas de arcilla del rey Assurbanipal, de escritura cuneiforme. Otros fragmentos son de épocas posteriores, babilónicos y hititas.
El poema se basa en el quizás histórico Gilgamesh, rey de Uruk, que habría vivido unos 2700 años a.C. y hecho construir la muralla de la ciudad. Es un rey (dos tercios divino) muy duro con sus súbditos, quejosos porque tienen que trabajar sin descanso en la construcción de la muralla. El dios Anu, dios del cielo, crea un salvaje de la estepa, Enkidu, tan fuerte como el rey, un precursor del salvaje de Rousseau, para que el rey tenga un amigo que lo humanice. La ciudad nace como una sociedad autocrática, muy jerárquica, con funcionarios y trabajo forzado, donde la gente son productores sin derecho a placeres que los distraigan del trabajo.
El rey ve en Enkidu un aliado para una empresa más grande: talar los sagrados bosques de cedros del Líbano para construir, no ya la muralla, sino los palacios y templos y el zigurat de Uruk. La madera escaseaba y era muy codiciada.
(...) Quiero hacerme señor del Bosque de los Cedros para hacer saber a todo el país / la fuerza que tiene un hijo de Uruk. / Quiero hacer caer mi mano y talar los cedros / y lograr así una fama eterna.
Que el rey se vaya no es mala noticia para el sufrido pueblo, que lo celebra en la plaza mayor despidiendo a los dos héroes armados, la expedición a un país lejano y forastero ha de ser militar. No se enfrentan sólo a enemigos humanos, también al dios protector de los sagrados cedros, Shamash. Talar los árboles sagrados y hacer vigas es una hazaña heroica y toda una declaración de intenciones para con la naturaleza, lo sagrado se convertirá en utilitario: la civilización urbana desacraliza la naturaleza. Enkidu, hombre de largas greñas que come hierba y bebe de las fuentes como los animales, hace nacer sentimientos humanos en el rey. Ambos son uno, la razón constructora y el animal instintivo. El que quiere construir y el que prefiere gozar. Ambos se humanizan, el rey gracias a Enkidu, éste haciendo el amor con Shamhat, una mujer que le proporciona el rey.
Una vez saciado del placer que ella le dio / quiso volver con su rebaño / pero al ver a Enkidu las gacelas asustaron / y las bestias salvajes lo evitaron./ Enkidu las persiguió, pero ya no tenía fuerza,/ las rodillas le fallaron mientras su rebaño escapaba./ Enkidu estaba débil, ya no corría como antes./ Pero, entonces, se abrió a la comprensión de las cosas y su inteligencia se despertó.
Talar los árboles sagrados y hacer vigas es una hazaña heroica y toda una declaración de intenciones para con la naturaleza, lo sagrado se convertirá en utilitario: la civilización urbana desacraliza la naturaleza.
La mujer lo lleva a Uruk, donde conoce plazas y calles, mercados, música, fiesta, joyas, perfumes y cerveza. Es la civilización, una sociedad estatal que un muro separa de la naturaleza de la que él viene. Dentro de los muros se está seguro, y en los almacenes hay comida de reserva. La ciudad es el lugar propio del hombre, le dicen. Él, que en la naturaleza, es un animal más, se convierte realmente humano en la ciudad. Antes, daba miedo a los pastores y les quitaba las presas para liberarlas. Pero después, ya urbano:
Era él quien mataba los leones. / Del sueño de los viejos pastores / Enkidu era el vigilante, / el hombre siempre despierto, el guerrero único.
El ya civilizado Enkidu domina la naturaleza caótica. Pero la hija de Anu, Ishtar, diosa del amor, desea a Gilgamesh, que la rechaza. Ella se venga enviando el Toro del Cielo contra los dos héroes, que lo matan. Enkidu arroja un muslo del Toro a Ishtar. Ofendida, hace que Endiku enferme y muera. Gilgamesh, desesperado por la pérdida del amigo (y amante) se desentiende del poder, se va a la estepa vestido con pieles y pide la receta de la inmortalidad a Utnapishtim, superviviente del Diluvio a quien los dioses dijeron cómo tenía que construir la barca y cargarla con la semilla de toda cosa viva. El secreto de la vida eterna es el espinoso Árbol de la Vida que crece en el fondo del mar. Gilgamesh lo consigue pero, agotado, se duerme y una serpiente le roba la planta. Los dioses castigan así, cruelmente, su propósito: no lo han destinado a la vida eterna. Gilgamesh, triste, se resigna a la mortalidad pero invoca a Enkidu y habla con él (en un sueño o visión):
—Dime, amigo mío, di, dime la ley del mundo subterráneo que conoces.
—No, no te la diré, amigo, no te la diré. Si te dijera la ley del mundo subterráneo que conozco te vería sentarte a llorar.
—Está bien. Quiero sentarme a llorar.
—Lo que has querido, lo que has acariciado y que daba placer a tu corazón, es ahora como un vestido viejo roído por los gusanos. Está ahora cubierto de polvo. Todo hundido en polvo.
Gilgamesh es ya un hombre maduro que conoce su amargo destino. En un episodio previo, una camarera divina, Siduri, le había recomendado el "carpe diem":
Gilgamesh, ¿por qué erras de un lugar a otro? / La Vida que persigues jamás la encontrarás. / Cuando los dioses crearon la humanidad / le asignaron la muerte, / ellos conservaron la Vida entre sus manos. / Tú, Gilgamesh, lo que tienes que hacer / es llenar tu vientre. / Vive alegre día y noche, / que tus vestidos sean sin mácula, / lávate la cabeza, báñate, / estate atento al niño que te coja la mano, / complace a tu mujer, abrázala contra tu pecho. / ¡Este es el destino de la Humanidad!
El Poema es un mito más antiguo que el Génesis, de enorme interés sobre la naturaleza humana y la evolución social. Muestra el conflicto entre la estepa y las tierras de regadío y las ciudades, que se personifica en los dos héroes, que intercambian roles: representan el choque cultural entre pastores y agricultores, naturaleza y ciudad, que se reparte el ser del hombre mesopotámico.
Los dos héroes, Gilgamesh y Enkidu, representan el choque cultural entre pastores y agricultores, naturaleza y ciudad, que se reparte el ser del hombre mesopotámico.
Uruk floreció hacia el 3500 a.C. gracias a los sistemas de canales y a los humedales. Pero entre 3200 y 3000 a.C. se produjo un periodo de menos de 200 años en que las precipitaciones se redujeron y la gente volvió al nomadismo. Cuando vinieron tiempos más húmedos, reaparecieron sociedades urbanas en todo el Oriente Próximo y Medio: Egipto, Mesopotamia —acadios—, valle del Indo, Grecia y Creta alcanzaron sus máximos hacia el 2300 a.C.: Gilgamesh debió vivir en estos tiempos prósperos. Un nuevo periodo de sequía (con una reducción del orden del 30% de las precipitaciones) provocó un derrumbe catastrófico.
Que los cambios repentinos de condiciones climáticas han sido responsables de los colapsos de muchas civilizaciones está demostrado también en América, con la de los moches peruanos en el siglo VI, la de los maya en el s. IX, la de los tiwanaku andinos en el s. X, la de los anasazi en Norteamérica en el s. XIII. En todos estos casos, hubo períodos de al menos tres décadas o más de sequías (Weiss y Bradley, 2001). El efecto de cambios de este tipo depende también de la demografía y el empobrecimiento y mala nutrición pueden atraer otros problemas, como epidemias o una mayor debilidad ante vecinos agresivos. En Mesopotamia, ha habido de todo ello en diferentes momentos históricos y la demografía ha oscilado, con desplazamientos de población urbana a la estepa y al revés. Gilgamesh y Enkidu han sido dos caras del mismo pueblo.
El Irak, que los ingleses definieron con lápiz y escuadra en 1919, el Irak tiranizado por Sadam Hussein y martirizado por las bombas americanas y el terrible embargo que, tras la invasión de Kuwait y hasta la caída de Sadam, costó la vida a medio millón de niños (Fisk, 2005), ese Irak fue la cuna de la civilización. Hubo un tiempo, en la Edad Media, en que Bagdad, como mucho antes Babilonia, fue la ciudad más importante del mundo, antes de que los nómadas mongoles la destruyeran. Occidente no tiene derecho a despreciar a los iraquíes. Gilgamesh y Enkidu son a pesar de todo, inmortales, y tienen derecho a creerse más sabios que nosotros.
Referencias
- Fisk R. (2005). La gran guerra per la civilització. La conquesta de l'Orient Mitjà. La Magrana. 2005. ISBN: 978-84-7871-519-0
- Weiss H., Bradley R.S. (2001). What drives societal collapse? Science 291 (5506): 609-10. DOI: 10.1126/science.1058775