Indispensables, a veces letales. Los microbios, los virus y nosotros
La situación que estamos viviendo con la pandemia del COVID-19 puede no tener precedentes en cuanto a la escala de afectación, pero sus mecanismos y consecuencias ni son tan excepcionales, ni nos deberían coger por sorpresa.
Este artículo lo escribí casi entero hace quizás un año, mucho antes del estallido de la actual pandemia. Sólo he añadido algún párrafo para "ponerlo al día". Y es que los avisos de que, en un mundo globalizado y muy urbanizado, el riesgo de pandemias es muy alto lo han hecho epidemiólogos y ecólogos desde hace cincuenta años por lo menos. Uno de ellos, el ecólogo estadounidense Paul Ehrlich, Premio Ramon Margalef, daba como ejemplo el caso de una zoonosis, un virus transmitido por monos verdes (Cercopithecus aethiops) en humanos simultáneamente en laboratorios de Marburg (se dio el nombre de Marburg , o FHM, a esta fiebre hemorrágica de síntomas iguales a los del ébola), Frankfurt y Belgrado. Los monos venían de Uganda y habían pasado por Heathrow, de donde habrían podido esparcir la enfermedad de manera terrorífica (las tasas de mortalidad, según las situaciones, oscilan entre el 22 y el 88%). Por suerte, no fue así y los contagios se produjeron dentro de laboratorios de investigación. Los monos eran sólo portadores, el virus es un huésped natural del murciélago Rousettus aegyptiacus. Se infectaron 31 personas y murieron 7, más información en Garrett (1994).
Estos días se han publicado muchísimos artículos sobre la pandemia que nos afecta. Algunos tratan específicamente las relaciones entre este problema y la acción humana sobre el medio. En este mismo blog Carles Castell publica uno excelente sobre Proteger la biodiversidad es proteger nuestra salud. La AEET nos ha hecho llegar algunos links interesantes como el trabajo de Nick Patton Walsh y Vasco Cotovio sobre los murciélagos, el de Afelt y otros (2018) sobre la relación de estos animales y los coronavirus con la deforestación y una síntesis de Pol Capdevila sobre la gestión ambiental y la prevención de epidemias. Estos tres artículos se pueden encontrar en castellano en ecomandanga.org. En una contra reciente de la Vanguardia, el Dr. Del Olmo también trataba este punto de vista "ecológico" con acierto. En éste video encontraréis una conferencia del Dr. Josep M. Miró, SARS-CoV-2(COVID19), una pandemia, que es más técnica y dirigida a señalar los conocimientos médicos y las orientaciones de la investigación clínica en la lucha contra la pandemia. No es de interés que aquí repita mucho de lo que ya está dicho. Si preferís leer sólo lo que digo sobre la relación entre la ecología y la pandemia, podéis ir directamente a la parte final del artículo. Pero he optado por dar primero una visión más general sobre las epidemias. Estas han sido un factor tan relevante en nuestra historia que han marcado nuestra evolución biológica y muchas manifestaciones culturales, entre ellas la pintura, el cine y la literatura. Me limito a presentar el tema empleando algunos referentes literarios que ponen de manifiesto que lo que ahora vemos no es nuevo, ni en los efectos biológicos ni en los sociales y económicos.
Los omnipresentes microbios
Paul de Kruif escribió, en 1926, un pionero libro de divulgación muy popular sobre los microbios y los hombres que los estudiaban que empezaba:
Hace doscientos cincuenta años que un hombre humilde se asomó por primera vez en un mundo nuevo y misterioso poblado por miles de especies diferentes de seres diminutos, algunos mortíferos, otros útiles y benéficos.
Realmente, Anton van Leeuwenhoek, comerciante de telas de Delft, fué de los primeros en utilizar el microscopio, dio un paso formidable, pero el descubrimiento del mundo que él vislumbró continúa. Los microbios y virus están por todas partes. Solemos pensar mal de ellos, como causantes de enfermedades, pero es una concepción muy sesgada y errónea. Sin ellos, ni habría comenzado la vida en la Tierra ni ahora podrían existir los organismos pluricelulares. Hace relativamente pocos años que esta importancia se reconoce en todos los campos, en especial en medicina. He tratado el tema con cierta extensión en Noticias sobre evolución (podéis descargar el libro en este enlace) y no es necesario que me repita. Recordaré sólo que, además de hacer una gran parte del trabajo de descomposición de los materiales orgánicos muertos, liberando los nutrientes que contienen de manera que pueden ser empleados de nuevo en un ciclo fundamental para el mantenimiento de la vida, se encargan también de hacer una considerable labor en la digestión de todos los animales, viviendo dentro de los intestinos como comensales, mutualistas o simbiontes indispensables. La interacción con los microbios y los virus ha condicionado nuestra evolución y, en parte, ha configurado nuestro DNA, donde hay genes que hemos recibido de ellos.
Los microbios han tenido un importantísimo papel en la historia de la humanidad y sus culturas.
De hecho, no existiríamos sin los microbios. Fueron bacterias quienes generaron el oxígeno que ahora hay en la atmósfera terrestre: sin su actividad, la tierra tendría una atmósfera como la de Marte o Venus, con un 95% de CO2, y no habría vida multicelular compleja. Bacterias y virus dominan la vida en los océanos, un hecho que había pasado desapercibido hasta hace un par de décadas. Las bacterias son nuestra esperanza para deshacernos de residuos nocivos como el petróleo derramado. Los microbios han tenido un importantísimo papel en la historia de la humanidad y sus culturas. Hoy se cree que el primer cultivo que se hizo, en Oriente medio, fue para producir cerveza, un proceso que requiere la colaboración de una levadura (Saccharomyces cerevisiae). Hay un grupo de alimentos fermentados que usamos, como el pan, el vino o el yogur. Pero no hay mucha literatura que exalte la vida microbiana que nos mantiene. Es mucho más abundante la que habla de los estragos causados por epidemias. Aquí no acabaríamos nunca con los ejemplos. Un antiguo y bien conocido es el Decamerón de Bocaccio (que pasa durante la epidemia de Florencia de 1351), y otro muy famoso es La peste (1947), de Albert Camus, que sitúa una epidemia imaginaria en Orán el 1940. Alessandro Manzoni habla de la peste de Milán en 1628 en I promessi sposi (1827, traducida como Los prometidos, 1981, ed. 62, Barcelona), Gabriel García Márquez también tiene una historia de ficción durante una epidemia, El amor en los tiempos del cólera. Sinclair Lewis escribió, con la colaboración del citado Paul de Kruif, Doctor Arrowsmith (1925, premio Pulitzer 1926 y Nobel de literatura 1930), novela en la que el protagonista se enfrenta con la peste y con la industria farmacológica. John Ford hizo un film sobre esta novela en 1931. En la mayoría de estas obras, la epidemia es el contexto en que se desarrolla la acción, pero no se habla mucho de los microbios o la enfermedad (si exceptuamos Dr. Arrowsmith). Naturalmente, sí hay libros de divulgación o históricos, o bien biografías de gente que han luchado contra las enfermedades producidas por microbios. En abundancia.
Cuatro libros sobre epidemias
Yo he elegido hablar brevemente de cuatro de estas obras que me han parecido interesantes por diferentes motivos. El primer libro que mencionaré es de Daniel Defoe, el autor de Robinson Crusoe. Se trata de A journal of the plague year (1722, hay una traducción española, Diario del año de la peste, 1998, ed. B, Barcelona), una novela que es casi como un libro de no ficción que explica la historia, muy bien documentada de la epidemia de peste en Londres en 1665, escrita como una advertencia de lo que podría volver a pasar porque, cuando Defoe escribía, la peste estaba en Marsella, a las puertas de Europa. Defoe hace que un supuesto testigo explique lo que vio aquel año terrible de 1655 y lo ilustra con la evolución de la mortalidad en las diferentes parroquias, que demuestra el carácter explosivo de la epidemia.
No se sabe cuánta gente murió en total, pero fue del orden del 20% de la población de la ciudad, que estaba en un momento de efervescencia optimista, con afluencia de gente, después de la Restauración con Carlos II. Esto supuso, en la práctica, un aumento de los que vivían en malas condiciones sanitarias y también una alta densidad demográfica. La peste llegó en diciembre de 1664, con unas mercancías enviadas desde Holanda a una casa particular, y no pareció peligrosa hasta que, en junio siguiente, se manifestó en la City. La vida cotidiana se convirtió en caótica después de que, por un tiempo, proliferaran todo tipo de oportunistas que pretendían tener remedios infalibles, predecir el futuro y practicar brujerías. La gente rica y la Corte ya habían comenzado a marchar al campo, con sus séquitos, como han hecho ahora muchos ciudadanos aquí yéndose a sus segundas residencias. Defoe describe los efectos de la enfermedad y de la desesperación y el pánico que llevaba a resoluciones extremas y crueles. Y ello empeoró cuando las autoridades decidieron cerrar las casas sospechosas de estar afectadas, con las familias dentro y vigilantes armados en la parte de fuera. La epidemia remitió en septiembre, pero cuando se supo que iba a menos la gente abandonó las medidas de prudencia, y el narrador, como en casi todo lo que dice, ilustra con ejemplos concretos. Es curioso que esto mismo pasó con el sida. La liberación del flagelo es esperado entre angustias y, en cuánto hay síntomas de que el peligro disminuye, se produce una euforia antes de tiempo. Es una lección que debería tenerse presente en la actual pandemia: no hay que relajar demasiado pronto las medidas de confinamiento.
Huelga decir que también ahora la vulnerabilidad va ligada a la pobreza. No se puede confinar a la gente que, si no trabaja, no come, como puede ocurrir en muchos países donde la pandemia ahora apenas comienza.
Las diferencias sociales están muy presentes en el libro, donde queda clara la mayor vulnerabilidad de los más pobres. Dice el narrador:
Debo confesar que aunque la peste adquiriera más violencia entre los pobres, estos eran los más atrevidos y los que menos la temían, e iban a sus ocupaciones con una especie de valor irracional; es así como lo tengo que llamar, ya que no tenía su fundamento ni en la religión ni en la prudencia. Apenas si tomaban precauciones, e iban a cualquier lugar donde pudieran encontrar trabajo, aunque fuera el más peligroso, como cuidar de los enfermos, vigilar casas clausuradas, cuidar de personas contaminadas en los hospitales de apestados y, lo que aún era peor, llevar los muertos a enterrar.
Huelga decir que también ahora la vulnerabilidad va ligada a la pobreza. No se puede confinar a la gente que, si no trabaja, no come, como puede ocurrir en muchos países donde la pandemia ahora apenas comienza. Y en el nuestro no todos los geriátricos tienen las mismas condiciones. En los privados más baratos, las personas están literalmente amontonadas.
Mientras Defoe se muestra, en general, comprensivo con la actuación de las autoridades, Alessandro Manzoni, cuando describe la peste de Milán de 1628, en I promessi sposi (considerada la novela fundacional y más importante de la literatura italiana), hace un relato mucho más amargo en este sentido: los milaneses saben que la peste, llevada a la región por las tropas de Albrecht von Wallenstein (era el tiempo de la guerra de los treinta años), se acerca a la ciudad, pero las presiones de los comerciantes para salvar sus negocios hacen que no se cierren las puertas a vendedores y mercancías y la peste acaba entrando y matando entre la mitad y tres cuartas partes de los habitantes. También en este caso aparecieron todo tipo de aprovechados pero hubo una derivación más siniestra: para eludir responsabilidades por no hacer caso de los avisos y mantener las puertas de la ciudad abiertas, se hizo correr la voz de que había unos elementos que propagaban la plaga embadurnando las paredes con una sustancia que la provocaba. Esto desencadenó una caza de brujas que sirvió para eliminar adversarios políticos, personas a las que se quería despojar de sus bienes o personas que tenían enemigos, y a no pocos desgraciados, como unos pobres franceses que, admirados por el mármol del Duomo, fueron a tocarlo y fueron de inmediato acusados y encarcelados. Manzoni vio expurgado parte de su relato, que publicó después en un panfleto que se tituló Storia della colonna infame, sobre cómo tres supuestos propagadores de la peste acabaron siendo ejecutados. También en Milán se creyó superada la epidemia demasiado pronto y se celebró un carnaval que provocó el resurgimiento de la plaga en 1630. Reproduzco un fragmento sobre los inicios de la peste:
Al principio, no sólo se aseguraba que en la ciudad no había peste, sino que estaba prohibido decir esta palabra. Después se transigió con las "fiebres pestilentes"; admitiendo de manera solapada la idea mediante un adjetivo; después la epidemia fue, si no verdadera peste, al fin y al cabo peste en cierto grado: no peste propiamente dicha sino cierta enfermedad a la que no se sabía qué nombre darle. Finalmente, se reconoció la peste, clara y terminante, pero ya se le había añadido otra idea, a saber, la del veneno y el maleficio, confundiendo el significado expreso de la palabra que ya no se podía disfrazar.
Esta actitud poco ética de esconder un riesgo público por razones económicas es el tema de un clásico del teatro, Un enemigo del pueblo (1882) de Ibsen y de uno del cine, Jaws (Tiburón, 1975) de Spielberg. En la presente pandemia, se ha hablado mucho de que las autoridades chinas escondieron el riesgo y "arreglaron" las cifras en los inicios. Puede ser. Y no es dudoso que habrá un aprovechamiento político de la epidemia para debilitar a los gobiernos desde las oposiciones. Ya hemos visto muestras. Como también hemos visto retrasos en las tomas de decisiones inevitables por miedo a los efectos económicos...
No es dudoso que habrá un aprovechamiento político de la epidemia para debilitar a los gobiernos desde las oposiciones. Ya hemos visto muestras.
En Dr. Arrowsmith aparecen también las dificultades con los poderes económicos:
Para ver aceptada la existencia de la plaga, primero tuvo que luchar con los mercaderes que controlaban la Casa de Juntas, que habían aullado que una cuarentena los arruinaría, y que ahora se rehusaban a darle plenos poderes y trataban de gestionar epidemia desde la Casa de Juntas, que era algo peor que navegar en un barco mandado por un comité durante un tifón.
El tercer libro es una fascinante historia de ciencia ficción, La amenaza de Andrómeda, de Michael Crichton (1969, The Andromeda strain), filmada por Robert Wise en 1971 y con una nueva versión en 2008 de Mikael Salomon. La caída de un satélite estadounidense en un pueblo de Nuevo México (el satélite forma parte de un proyecto para captar microorganismos extraterrestres y estudiar cómo reaccionar en caso de llegada de uno de ellos a la Tierra) desencadena la muerte de todos los habitantes menos un viejo y un niño. El autor da una visión muy crítica del sistema político, empresarial y militar. El experimento es peligroso y el aterrizaje se hace en el desierto, pero alguien ha recogido el aparato y lo ha llevado al pueblo. Los científicos hacen llevar, con las precauciones del caso, el objeto y los dos supervivientes a un laboratorio subterráneo aislado para analizar el agente causante de las muertes. En el laboratorio hay un sistema de autodestrucción nuclear para una situación de este tipo, pero los científicos creen que la explosión sólo daría energía al microorganismo para multiplicarse. Todo acaba bien por los pelos.
El trabajo de los científicos es presentado como una historia detectivesca de investigación metódica de alta precisión, mientras la amenaza crece. Esto crea un suspense excelente. Hay un contraste entre la buena ciencia, dirigida a la defensa de la vida, y el torpe uso de la tecnología por parte del sistema político-empresarial-militar, que comete errores gravísimos, probablemente en la busca secreta de una nueva arma biológica, y pretende resolverlo con una bomba. La historia de Crichton (autor muy crítico con las creencias que él consideraba "religiosas" del ecologismo con y el sensacionalismo de los medios en relación al calentamiento global) desvela interrogantes serios sobre los usos de la tecnología con fines militares, los riesgos generales asumidos por unos pocos en secreto, el carácter antidemocrático del poder y, finalmente, nos viene a decir lo que escribió Isaac Assímov:
Si el conocimiento puede crear problemas, no es con la ignorancia que los resolveremos
Un principio que hay que tener bien presente. Nuestro sistema sanitario y toda la actividad de investigación se habían debilitado con los recortes que se han producido desde 2008. Ha costado mucho disponer de tests de PCR porque nuestros laboratorios no han dispuesto de suficientes equipos y durante años han ido enviando las muestras a Corea, país que, justamente gracias a su potencial para hacer tests PCR, ha minimizado mejor que ningún otro los efectos de la pandemia. En cuanto a la producción de armas biológicas, no han faltado en la actual pandemia los que han visto en ella el resultado de un complot estadounidense en su guerra comercial con China... Pero es bastante claro que el origen de la pandemia se encuentra en los mercados de animales vivos chinos.
La última obra es biográfica, pero se lee como una novela, de hecho lo es pero con aire y datos de reportaje periodístico. Se trata de Peste & cólera, de Patrick Deville, que ganó el premio Femina y el Prix diciembre Prix (2012). Existe en castellano, edición de Anagrama. Relata las aventuras del suizo de origen ruso Alexandre Yersin, discípulo del padre de la microbiología Louis Pasteur. Yersin no se quería encerrar en un laboratorio y se embarcó como médico. Sus viajes lo llevaron por el Índico y el Lejano Oriente. Cuando se produjo la epidemia de peste neumónica manchuriana en Hong Kong, en 1894, Pasteur le escribió pidiéndole que se interesara por la cuestión y el gobierno francés le encargó oficialmente el estudio de la epidemia. Él fue a Hong Kong e identificó por primera vez la bacteria causante de la enfermedad, un organismo que ha marcado severamente la historia de la humanidad y que ahora lleva su nombre, Yersinia pestis, y desarrolló, en una estancia en el Instituto Pasteur y con otros colegas, una vacuna. También descubrió que las ratas podían actuar como transmisores, pero fue otro, Simond, quien vio que eran las pulgas las que pasaban el microbio de las ratas a los hombres. El japonés Kitasato Shibasaburo aisló, independientemente, el bacilo pocos días después que Yersin.
Yersin se instaló en Vietnam, donde fundó una clínica en Na Trang, en el mar de China, que financiaba con explotaciones agrícolas de arroz, maíz y café, y no cobraba nada a los pobres. Exploró territorios nunca transitados antes por los occidentales y cruzó la cordillera que, separaba Na Trang del Mekong, fue herido por una lanza por un grupo de fugitivos de una prisión y fundó, con Doumer, la ciudad de Dalat, a 1500 m de altura, en el altiplano de Lang Bian, hoy uno de los centros turísticos más importantes de Vietnam. Importó árboles de Hevea brasiliensis, el árbol del caucho, de que tanto he hablado ya, y de la quinina (Cinchona ledgeriana), que se usa para combatir la malaria, con el fin de cultivarlos. Fue el primer director de la escuela médica de Hanoi. En Vietnam, donde murió en 1943, es un personaje muy querido. En algún momento, Deville hace un canto a los hombres del Instituto Pasteur que es un homenaje a la ciencia, al espíritu de aventura y a un talante opuesto al del colonialismo imperante:
Los éxitos de las vacunas y, después, de los antibióticos, han hecho pensar en Occidente que esto de las epidemias era cosa del pasado, que nuestra sanidad podía resolver estos problemas fácilmente.
(...) una pequeña banda que se va a pasteurizar el mundo y limpiarlo de microbios (...) temerarios, aventureros (...) cuando era tan peligroso acercarse a las enfermedades infecciosas como hacer que se elevase un avión de madera.(...) jóvenes con coraje que cierran sus baúles llenos de probetas, autoclaves y microscopios, suben en trenes y naves y se lanzan contra las epidemias (...), jeringa en mano como si fuera una espada (...) Aplican el método pasteuriano, que se puso a punto con la rabia. Tomar muestras, identificar, cultivar el virus y atenuarlo para obtener la vacuna (...) En unos años, plagas que eran como monstruos son fulminadas una tras otra: la lepra, la fiebre tifoidea, el paludismo, la tuberculosis, el cólera, la difteria, el tétanos, el tifus, la peste (...) muchos se dejan la piel (...) A la muerte de Pasteur, la pequeña banda de apóstoles laicos se dispersa por todos los continentes y abre institutos, propaga la ciencia y la razón.
Los éxitos de las vacunas y, después, de los antibióticos, han hecho pensar en Occidente que esto de las epidemias era cosa del pasado, que nuestra sanidad podía resolver estos problemas fácilmente. Huelga decir que era una ilusión sin fundamento, como el coronavirus está demostrando. Y no es el único. Pero aún tenemos ejemplos de heroísmo y de dedicación altruista a los enfermos y a la ciencia.
Las epidemias, hoy
Las epidemias constituyen un riesgo permanente para los humanos, sea directa o indirecta, cuando afectan a sus fuentes de alimentación básicas (rebaños o determinados cultivos).
Las epidemias constituyen un riesgo permanente para los humanos, sea directa o indirecta, cuando afectan a sus fuentes de alimentación básicas (rebaños o determinados cultivos). Han condicionado nuestra historia y han provocado colapsos demográficos y sociales. El caso más grave relativamente reciente fue hace un siglo, cuando la gripe llamada española de 1918 produjo bastantes más muertes que la Gran Guerra que acababa aquel año. Durante un tiempo, hemos visto cómo estas amenazas se iban venciendo con dos armas básicas: las vacunas y los antibióticos. Esto y una mejora de las condiciones higiénicas, la disminución de las tasas de mortalidad infantil y el aumento de la disponibilidad de energía para extraer recursos, han dado lugar a la explosión demográfica increíble de los últimos doscientos años. Ahora bien, es indudable que la excesiva densidad de población facilita la expansión de pandemias. De hecho, esta es una regla que se da en todas las especies y un factor de regulación de las poblaciones. Por lo tanto, una bacteria o un virus contra el que no tengamos vacuna, un organismo inicialmente desconocido quizás contagiado de un animal salvaje, como podría ser el caso del ébola, el FMH, la fiebre de Lassa o un mutante del propio virus de la gripe, y no digamos un arma biológica, hoy tienen facilidades para provocar una pandemia realmente global, debido al tráfico de personas y mercancías y a la demografía, que no existían antes.
Esto es lo que nos ha demostrado el coronavirus COVID19. Al mismo tiempo, estamos viendo cómo los antibióticos pierden la carrera evolutiva contra la evolución de la resistencia en los microbios: es un experimento al por mayor de cómo funciona la selección natural y cómo de rápida puede ser la evolución en organismos en los que las generaciones tienen duraciones de horas o días. Los trabajos de Pasteur y sus discípulos con las vacunas mostraron un camino. Pero esta es una guerra que nunca estará ganada del todo. Sólo la viruela ha sido erradicada. El cólera, la peste, el tifus, la sífilis, la tuberculosis, el sarampión, la malaria y otras muchas enfermedades infecciosas siguen con nosotros, y el SIDA, la encefalitis del Nilo occidental, el SARS, el MERS, la gripe aviar y otras (véase Foz y González Sastre 2010) son novedades, enfermedades emergentes. El cambio climático y los desplazamientos humanos ayudan, además, a la expansión de enfermedades como el chicungunya o la malaria.
La pandemia ha sido como el grano de arena que provoca la avalancha. Y ha mostrado que el emperador iba desnudo: hay demasiadas cosas que ignoramos.
Un factor que se añade al riesgo del incremento del transporte con la globalización y a las crecientes concentraciones urbanas (temas que he tratado en Apuntes previos) es la alteración de los ecosistemas, que tiene varias caras. Dos ejemplos: 1) la deforestación aproxima los humanos a especies con las que no ha tenido demasiado contacto previo (o que lo tenía sólo poca gente y muy aislada), con el riesgo de contagio de muchos virus totalmente desconocidos; y 2) el tráfico de especies exóticas, sea como mascotas o por otras razones. La pandemia es un aviso más, que se añade al cambio climático y a la contaminación entre otras cosas, de que estamos haciendo una pésima gestión de nuestro poder transformador de las condiciones del planeta Tierra para la vida. La lección de la pandemia ha sido, sin embargo, más clara: a nivel individual y a nivel social, somos muy vulnerables. Nuestras complejas, y cada vez más entrelazadas redes sociales, como todos los sistemas complejos, viven al borde del caos. La pandemia ha sido como el grano de arena que provoca la avalancha. Y ha mostrado que el emperador iba desnudo: hay demasiadas cosas que ignoramos. De este virus no sabíamos casi nada. Aún no sabemos gran cosa. Cuántas personas se han inmunizado, cuánto tiempo dura la inmunidad, si se reducirá o no el riesgo de contagio estacionalmente, si el virus puede mutar a formas más o menos agresivas, si habrá nuevas oleadas de contagio ... Se cree que en los animales salvajes (muchos de ellos se encuentran en bosques que estamos deforestando o humedales que desecan) pueden haber cientos o miles de virus potencialmente peligrosos de los que tampoco sabemos nada. Claro que nuestra medicina es mucho mejor que la de los tiempos de Defoe, pero aún así hemos visto que una pandemia puede colapsar el funcionamiento de sociedades modernas.
Si buscamos literatura con una visión menos terrorífica de los imprescindibles y prodigiosos microbios, puedo recomendar los Cuentos de microbios, de Arthur Kornberg (2011), muy bien traducidos por Ricard Guerrero y Mercè Piqueras. Y, por favor, no echemos la culpa de todo a los murciélagos: el admirado comentarista de La Vanguardia John Carlin, al final de un artículo excelente, acababa estropeándolo al proponer su exterminio. Es preferible que los estudiemos mejor y aprendamos de ellos, mientras ellos nos ayudan comiendo mosquitos, que transmiten otras enfermedades, como el chicungunya y la malaria, que es por cierto todavía la enfermedad infecciosa que causa más muertes en el mundo.
Referencias:
Afelt A, Frutos R & Devaux C. 2018. Bats, Coronaviruses, and Deforestation: Toward the Emergence of Novel Infectious Diseases? Frontiers in Microbiology, 9. DOI: 10.3389/fmicb.2018.00702.
Foz, M., F. González Sastre (eds.) 2010. Malalties emergents. Institut d’Estudis Catalans, Barcelona.
Garrett, L. 1994. The Coming Plague: Newly Emerging Diseases in a World out of Balance. Farrar, Strauss and Giroux. També en paperback per Barnes and Noble.
Kornberg, A. 2011. Cuentos de microbios. Ed. Reverté, Barcelona.