La alta montaña también sufre la sequía
Lluis Gómez Gener y su equipo cargan la furgoneta y conducen hasta el Valle de Molières, frontera entre Alta Ribagorça y Vall d'Aran. Es allí, justo en la entrada del túnel de Vielha, donde se levanta la estación científica de alta montaña liderada por la Universidad de Barcelona, el ECAM. El investigador junto con su personal técnico instala cuidadosamente los laboratorios portátiles y preparan el material para salir a campo: nos adentraremos con ellos en el Parc Nacional d’Aigüestortes i Sant Maurici, y el Parc Natural de l’Alt Pirineu.
Es a partir de 2.000 metros sobre el nivel del mar donde comienza la investigación de Lluis, así que toca cargar mochilas y subimos hacia las cabeceras de los ríos del Pirineo. Allá arriba, donde las condiciones climáticas son extremas tanto en verano como en invierno, el equipo tiene instaladas diversas estaciones ambientales para monitorizar constantemente los ríos de alta montaña. Y es que la investigación de Lluís se centra en el estudio de los procesos hidrológicos, ecológicos, y biogeoquímicos de los arroyos y turberas de alta montaña en un contexto de cambio ambiental. Más concretamente, en el proyecto C-IntrMont, financiado por la Fundación la Caixa, estudia cómo estos procesos se ven afectados por la intermitencia -el secado esporádico o estacional de los cursos fluviales.
Ríos… intermitentes?
En el año 1972 los tripulantes de la nave espacial Apollo 17 fotografiaron por primera vez el planeta Tierra en color y lo bautizaron como “The blue marble” por la vista que ofrecía desde el espacio. ¡Casi tres cuartas partes están recubiertas por agua! Ahora bien, de ésta sólo un 1% se encuentra sobre la superficie terrestre, creando los ecosistemas de agua dulce: humedales, lagos y ríos.
Más de la mitad de los ríos son intermitentes y se estima que este porcentaje aumenta por los efectos del cambio climático y las extracciones humanas.
Cuando pensamos en las masas de agua que nos rodean tendemos a pensar que son una fotografía estática, que siempre son así y, a lo mejor, traen más o menos agua cuando llueve. Pero la realidad es otra: más de la mitad de los ríos del planeta son intermitentes y se estima que este porcentaje está aumentando debido a los efectos del cambio climático y las extracciones humanas.
Los ríos intermitentes están en las cuencas de climas áridos y semiáridos, como el Mediterráneo, ya que combinan el déficit hídrico y las altas temperaturas durante el verano y la abundancia repentina de agua con las tormentas del otoño y la primavera. Sin embargo, también existen en otras regiones más frías y húmedas como las alpinas, concretamente en las cabeceras, ya que las cuencas son muy reducidas y están estrechamente ligadas a las precipitaciones estacionales o el deshielo de la nieve.
“En un contexto de alta montaña estamos viendo cómo las nieves estacionales desaparecen antes y las redes hidrográficas contienen más tramos que permanecen secos durante períodos de tiempo más largos”.
LLUIS GÓMEZ GENER, investigador postdoctoral del CREAF.
Vida azul
A pesar de su relativa poca extensión, los ecosistemas de agua dulce acogen casi el 10% de las especies conocidas en el mundo, convirtiéndolos en espacios de altísimo valor biológico y ecológico. Las comunidades biológicas que habitan en los ríos intermitentes sufren los cambios de condiciones ambientales y tienen estrategias para soportar la falta de agua puntual. Por ejemplo, muchas especies de insectos acuáticos migran después de realizar la metamorfosis, adquiriendo formas de vida terrestres y prescindiendo de la necesidad de agua. Por otra parte, todas aquellas especies estrictamente fluviales, que necesitan un flujo constante de agua, migran antes de que el río se seque. “El problema es cuando el cambio no es esperado y constante, como está ocurriendo cada vez más con las sequías recurrentes, y muchas especies mueren”, nos explica Gómez-Gener mientras subimos por el barranco de la Ribereta del Contraix hasta la última estación experimental.
En algunos casos, los ríos quedan reducidos en balsas aisladas que permanecen durante toda la estación seca y no acaban de desaparecer. Estas balsas son en refugio para muchas especies (como por ejemplo algunos peces), pero las condiciones que aparecen cada vez son menos compatibles con la vida: el agua se calienta como una sopa con el aumento de las temperaturas, el oxígeno disuelto decae y los recursos y el espacio menguan, lo que hace que aumente la competencia entre los individuos que quedan, entre otras consecuencias. Son cada vez menos las especies que pueden soportar estas condiciones, y las que lo hacen están muy bien adaptadas.
Los ecosistemas acuáticos de alta montaña ayudan a regular, entre otras cosas, el reservorio hídrico de las cuencas hidrográficas inferiores.
El cambio climático está forzando la migración altitudinal de los ecosistemas, haciendo que aquellos propios de cotas altas se estén viendo sustituidos por otros de cotas inferiores. Por otra parte, el difícil acceso y las duras condiciones invernales hacen que los ecosistemas acuáticos de alta montaña sean de los más prístinos, aunque la introducción humana de especies invasoras parezca ser inevitable. Estos dos motivos hacen que sea de suma importancia la protección y conservación de los ecosistemas y especies de alta montaña, ya que “ayudan a regular, entre otras cosas, el reservorio hídrico de las cuencas hidrográficas de las que todas y todos dependemos” comenta Gómez Gener conduciendo furgoneta de vuelta hacia la ECAM después de una larga jornada en el campo.