¿Qué es la resiliencia forestal?
Debido al cambio climático registramos cada año temperaturas más elevadas y las precipitaciones se están volviendo escasas. Este cambio de paradigma climático, sumado a un cúmulo de perturbaciones como incendios forestales y plagas, pone a prueba la resiliencia de los bosques de todo el mundo y especialmente los de las zonas de clima mediterráneo que están sufriendo un aumento de las condiciones de aridez. La capacidad de las especies para adaptarse a estas condiciones definirá a los bosques del futuro. Pero, ¿son suficientemente resilientes los bosques mediterráneos?
¿Qué es la resiliencia forestal?
El concepto resiliencia fue acuñado a mediados del siglo pasado y, a lo largo de los años, se ha adoptado en diversos campos, como el de la ecología, la psicología y otras ciencias tecnológicas sociales, lo que la ha popularizado.
En ecología utilizamos a menudo el término resiliencia para describir la capacidad de un sistema ecológico para recuperar sus propiedades después de verse alterado por una perturbación o un estrés intenso y continuado. Esta definición puede parecer muy simple, pero esconde muchos conceptos. Expliquémoslos por partes:
Ante todo, debemos saber que los ecosistemas son sistemas complejos, ya que existen infinidad de interacciones entre los elementos que los forman: desde el agua, pasando por los hongos y los insectos más pequeños, hasta los árboles más grandes. Todos los elementos tienen un papel importante y participan en las múltiples propiedades y funciones de cada ecosistema, como puede ser la retención de agua, el almacenamiento de carbono o la reutilización de la materia. Por eso decimos que los ecosistemas, y en este caso los bosques, son sistemas multifuncionales.
Por otra parte, una perturbación es una modificación del ambiente que provoca la pérdida de materia viva de un ecosistema. Es decir, destruye gran parte de los organismos que viven allí. Existen muchos tipos de perturbaciones, tanto naturales como provocadas por los humanos, pero las que principalmente afectan a los bosques europeos son las plagas de insectos, la caída de árboles por viento y los incendios forestales. Esta última es la más habitual en los bosques mediterráneos. Sin embargo, no todas las perturbaciones son desastres ecológicos o perjudiciales para todas las especies. Los pinos de los bosques mediterráneos, por ejemplo, se han adaptado para convivir con el fuego y lo utilizan para dispersar sus semillas. Por otra parte, la caída de árboles a causa de ventoleras genera espacios abiertos dentro de los bosques que permiten la entrada de luz en el sotobosque y esto favorece algunas especies. Así pues, las perturbaciones no afectan a todos los componentes de un ecosistema por igual.
Aunque el aumento continuado de las temperaturas asociado al cambio climático no constituye una perturbación como tal, conjuntamente a la escasez de precipitaciones, estresa las especies, haciéndolas mucho más susceptibles de colapsarse después de una perturbación. Sin embargo, las especies también muestran cierta resiliencia ajustando su fisiología, su ciclo vital, o modificando su comportamiento. Por ejemplo, existen pájaros que están dejando de migrar al continente africano porque ya encuentran recursos durante todo el año en Europa, o hay especies vegetales que están avanzado la floración semanas, incluso meses.
Por último, el cambio climático lleva asociado un aumento de la frecuencia e intensidad de algunos tipos de perturbaciones, haciendo que tengamos que ampliar el campo de visión, y no sólo tener en cuenta las perturbaciones de forma aislada (como por ejemplo un incendio ), sino también incorporar el conjunto de sus características de frecuencia, intensidad y la extensión, lo que llamamos régimen de perturbaciones.
¿Cómo evaluamos la resiliencia de un bosque?
Para poder evaluar la resiliencia de un ecosistema es necesario definir un estado previo con el que poder comparar el antes y el después de la perturbación. Al ser imposible conocer todas las propiedades de un ecosistema (riqueza de especies, estructura vegetal, retención de agua, etc.), tan sólo se consideran las más relevantes o representativas, las que llamamos indicadoras. Por ejemplo, es difícil saber el número total de especies, -¡de hecho todavía no conocemos toda la biodiversidad de Cataluña!-, y por eso se utilizan grupos que llamamos bioindicadores. En función de la presencia y abundancia de estas especies, podemos valorar la salud de un ecosistema. Por otra parte, la calidad o salud del suelo (cantidad de materia orgánica, grado de compactación, humedad) nos proporciona mucha información sobre la salud del ecosistema que se encuentra encima.
En muchas ocasiones, las perturbaciones son inesperadas y esto hace que, si no se tenían datos previos a la perturbación, sea complicado poder evaluar la recuperación hacia un estado que se desconoce. Por eso es de suma importancia estudiar de manera continuada los ecosistemas mediterráneos y de todo el mundo, especialmente aquellos más amenazados. El mayor conocimiento de nuestro entorno permite gestionarlo de forma más adecuada y con visión de futuro.
¿Cómo mejorar la resiliencia de un bosque?
A lo largo de la historia, los bosques mediterráneos han tenido que adaptarse a las condiciones variantes del clima mediterráneo. Su variabilidad estacional (primaveras y otoños lluviosos y veranos calurosos y secos) comporta sufrir estrés hídrico en verano (entre otras consecuencias) y les ha llevado a ser bosques especialmente resilientes. Por el contrario, el cambio climático está modificando estas condiciones rápidamente y está poniendo los bosques en la cuerda floja. Sin embargo, podemos contribuir a favorecer la resiliencia de los bosques para mejorar su resiliencia.
Una de las acciones que está en nuestras manos es potenciar su biodiversidad. Cuanta más diversidad de fauna y flora, de paisajes y de tipos de bosque haya, más probable es que los bosques sobrevivan a las condiciones cambiantes que tenemos y que nos esperan.
Los resultados del proyecto europeo BIORGEST, coordinado por el Consorcio Forestal de Cataluña, del que ha sido uno de sus principales socios, indican que una correcta gestión forestal puede potenciar la biodiversidad de los ecosistemas forestales mediterráneos y su resiliencia de forma eficiente y en un período de tiempo relativamente corto.
Se puede potenciar la resiliencia forestal de forma eficiente y en un período de tiempo relativamente corto, mediante una correcta gestión forestal que favorezca la biodiversidad.
Además proporcionan un indicador importante para poder evaluar la capacidad de un bosque de alojar biodiversidad: el Índice de Biodiversidad Potencial (IBP). La presencia de especies autóctonas adaptadas a las condiciones locales, de diferentes estratos de vegetación, de madera muerta, de árboles de grandes diámetros, así como de espacios abiertos, pequeños escondrijos o presencia de agua que puedan ser utilizados por la fauna son algunas de las propiedades que evalúa el IBP y que caracterizan la biodiversidad de los ecosistemas forestales.
Otro punto en el que podemos incidir es la gestión forestal orientada a la falta de agua. La falta de agua es un estrés evidente en los bosques mediterráneos, pero no podemos regarlos de forma generalizada. Ahora bien, para disminuir la competencia para un recurso tan limitado como es el agua, podemos utilizar una gestión forestal adaptativa combinada con ganadería extensiva. Los resultados del proyecto europeo MIDMACC, con participación del , demuestran que los aclareos selectivos y el desbrozado de matorrales disminuye la densidad forestal, promoviendo bosques más maduros y sanos, reduce el riesgo de incendio y favoreciendo el desarrollo rural gracias a la silvopastura.
Por último, también podemos hacer un bosque más resiliente en los incendios. Aunque nuestros bosques estén acostumbrados, un cambio en el régimen y la intensidad de los incendios puede acarrear grandes fuegos en el bosque con consecuencias no deseables. Esta gestión pasa por realizar cremas controladas de sotobosque o de baja intensidad, unas prácticas que pueden reducir considerablemente el riesgo de incendio. En el caso de zonas ya quemadas, la acción humana también puede ayudar a recuperar el ambiente quemado pasados unos meses del incendio, realizando actuaciones que eviten la erosión del suelo o en aquellos casos en que la vegetación no es capaz de restablecerse, favoreciendo la llegada de semillas y el establecimiento de nuevos individuos.
La preocupación por la continuidad de los bosques se está extendiendo por todo el planeta. Esto ha promovido que centros de investigación de toda Europa, siendo el y la Universidad de Vigo los representantes en la Península Ibérica, se hayan coordinado en el proyecto internacional RESONATE para encontrar puntos en común que ayuden a la resiliencia de los bosques, generando nuevo conocimiento y transmitiéndolo a propietarios y administraciones de todas partes ante los retos que comporta el cambio climático.