Opinión

Sobre resiliencia y biodiversidad

Investigador/a sénior

Jaume Terradas Serra

Nacido en Barcelona, ​​1943. Es catedrático honorario de Ecología de la Universidad Autónoma de Barcelona, ​​después de haber sido catedrático emérito. Organizó el primer equipo de investigación sobre ecosistemas terrestres
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En torno a la temática ambiental, y en particular al cambio climático y sus efectos, existe una polarización acusada entre dos grupos: los que opinan que hay que salvar la biodiversidad y detener el “business as usual”de forma inmediata (p.e., restringiendo el uso de coches y aviones, incluso para aquellos cuyo trabajo depende de estos medios, o prohibiendo instalaciones industriales, aunque sean para hacer electricidad por vía renovable), y quienes creen que sólo los negocios entendidos al modo neoliberal pueden garantizar el progreso de las sociedades (y ven las propuestas conservacionistas como un suicidio económico). Me temo que ambos sectores extremos de opinión, que son los que más se hacen oir, como suele ocurrir, ignoran un punto que es crucial: el cambio en el clima y la degradación de los sistemas ecológicos (por cambios en el clima, erosión de los suelos, contaminación de aire y agua, alteración de ciclos biogeoquímicos, fragmentación de selvas, etc.) están a las puertas de una fase diferente, en que algunos procesos se auto-aceleran: comienzan a progresar por ellos mismos y puede ser que ya no estemos a tiempo de detenerlos. Ahora ya, con los gases de efecto invernadero acumulados en la atmósfera, el calentamiento provoca la fusión de los glaciares en los mares y continentes, y la del permafrost, reduciendo la reflexión que llega del sol (albedo), alterando las corrientes marinas, y liberando CO2 y metano de los suelos deshelados o de los humedales, más los que emiten los incendios, cosas que a su vez aceleran los cambios climáticos de formas diversas a escala local y global. Además de las temperaturas, se alteran las precipitaciones y la frecuencia de episodios de clima violento, fenómenos todos ellos que pueden acelerar la degradación de los ecosistemas. Por este camino, el cambio ya no dependerá sólo de lo que hagamos nosotros, porque estamos cruzando algunos umbrales o puntos de inflexión a partir de los cuales la resiliencia de los ecosistemas y de las sociedades resulta insuficiente, y se pueden producir saltos de los sistemas a estadios diferentes, en general nada deseables. Pero, ¿se auto-acelera ya el cambio climático? Un artículo todavía en prensa (consultable por internet) de Hansen et al. así lo afirma. Aún no hay consenso sobre el tema, pero sin duda los mecanismos de auto-aceleración existen y, si todavía no se han disparado, no tardarán en hacerlo.

Poco antes del verano, hablando con Joan Pino, llegamos a la conclusión de que, en Cataluña, se estaba imponiendo la idea de que los ecosistemas son más resilientes cuanto más maduros, idea que a ambos nos parecía necesario reconsiderar con prudencia. En este artículo intentaré hacerlo.

El cambio global al que asistimos queda reflajado en les gráficas anteriores (Rosell y Terradas, 2019). Aumentan las poblaciones humanas y de ganado rumiante, las emisiones y las temperaturas, se reducen los recursos de agua dulce, la superficie forestal y la biodiversidad (solo se da el ejemplo de las especies de vertebrados).
El cambio global al que asistimos queda reflajado en les gráficas anteriores (Rosell y Terradas, 2019). Aumentan las poblaciones humanas y de ganado rumiante, las emisiones y las temperaturas, se reducen los recursos de agua dulce, la superficie forestal y la biodiversidad (solo se da el ejemplo de las especies de vertebrados).

Resiliencia y diversidad, ¿de qué hablamos?

Hace casi 20 años, el conocido ecólogo Stuart L. Pimm publicó un artículo (Pimm, 1984) sobre las relaciones entre complejidad y estabilidad en ecología, en el que decía que estudios antiguos sugerían que los ecosistemas simples eran menos estables que los complejos, pero que estudios posteriores llegaban a la conclusión opuesta. La confusión venía de los distintos significados de los términos “complejidad” y “estabilidad”. También sobre los conceptos de resiliencia y de biodiversidad hay bastante confusión. Los defensores de la biodiversidad a menudo creen incuestionable que una mayor biodiversidad implica una mayor resiliencia (y que, por tanto, todo lo que necesitamos hacer es preservar la biodiversidad). Es cierto que, si comparamos dos ecosistemas de similar estructura trófica, el que tenga más especies (y bastante redundancia funcional entre ellas) tendrá también más posibilidades de regenerarse después de una perturbación, ya que es más posible que algunas especies resistan mejor el impacto y garanticen la recuperación. En general, la biodiversidad y la conectancia contribuyen a que los ecosistemas y las sociedades tengan mayor capacidad de reponerse ante perturbaciones. Bien, la conectancia hasta cierto punto: un sistema, para ser resiliente no debe estar ni demasiado conectado, ni demasiado poco, conviene que su red de relaciones tenga estructura modular. Sin embargo, la relación entre estos conceptos no es sencilla y los dos términos se emplean a menudo en sentidos distintos y, en ocasiones, incorrectos.

Resiliencia

Resiliencia es la capacidad para adaptarse, para reorganizarse soportando la perturbación.

Se suele utilizar el término resiliencia pensando en la capacidad de recuperación de un sistema (cómo “rebota” después de una perturbación), pero de hecho resiliencia es la capacidad para adaptarse, para reorganizarse soportando la perturbación. Resiliencia no es “resistir sin cambiar”, como puede hacer un puente o un edificio ante un terremoto. Es “cambiar para resistir”, lo que se acerca más a la célebre frase del Príncipe de Salinas en “Il gattopardo”: todo debe cambiar para que nada cambie. El príncipe quería decir que la vieja forma de hacer política y la organización social debían cambiarse del todo para que las élites mantuvieran el poder ante las convulsiones revolucionarias. Se trataba de aprender una lección para adaptarse, y esto es la esencia de la resiliencia. Que puede ser buena o mala, porque los dictadores perversos, los paisajes salinizados y los estados psicóticos de las personas son resilientes (véase Walker, 2020).

Como que la resiliencia se aprende, un sistema que esté privado de perturbaciones no la adquiere, al igual que un niño sobreprotegido no desarrolla habilidades sociales ni un buen sistema inmunitario. Pero las perturbaciones no deben sobrepasar ciertos umbrales, a partir de los cuales el sistema ya no sea capaz de adaptarse y se derrumbe. La caída repentina del zarismo en octubre de 1917 fue provocada por un grupo muy minoritario, pero el sistema estaba muy debilitado por el malestar social desde hacía décadas. Muchos ejemplos históricos son similares (pensemos en el derrumbe de las civilizaciones indígenas de México o Perú por la llegada de unos cientos de conquistadores... y sus virus), mientras que otras transiciones han sido mucho más lentas, como la caída del Imperio Romano (que tenía una estructura más modular). La resiliencia incluye ser capaz de una transformación muy importante cuando el sistema se dirige inevitablemente a traspasar los umbrales a partir de los cuales se producen caídas en cascada: ya no se trata entonces de adaptar un poco el sistema, lo que no evitaría el desastre, sino de modificarlo profundamente para evitar el desastre.

Biodiversidad

Medir la biodiversidad por la riqueza de especias no permite entender bien su relación con la resiliencia. Intervienen las biodiversidades intraespecíficas (genéticas), interespecíficas (de especies) y la biodiversidad ecosistémica (entre componentes del paisaje). Es necesaria una aproximación holística a la biodiversidad para realizar una gestión que mantenga la resiliencia frente al cambio climático, y la mejor es a nivel de paisaje (Vasiliev, 2022). Y todos esos componentes de la biodiversidad no son los únicos factores que determinan la resiliencia.

La red de la vida es inmensamente compleja. La figura muestra las relaciones entre 24 plantas de una brota mediterránea del Garraf y los insectos que las polinizan. El estudio de Sara Reverté encuentra que estos insectos pertenecen en 169 especies diferentes. La anchura de las bandas indica la frecuencia de interacción entre una planta y un insecto concretos. No todas las interacciones son igualmente importantes, pero la riqueza de posibilitados mujer estabilidad al sistema: si cambian las condiciones ambientales, una relación que era importante puede serlo menos y una que no era mucha acontecer mucho. En el sistema hay muchos más elementos no incluidos en este estudio: animales que comen plantas y dispersan entonces, animales, hongos y microbios que se alimentan de restos al suelo, y un muy largo etc. Las plantas pueden competir entre ellas por el agua, la luz o los nutrientes; los animales, entre ellos de muchas maneras. Y la red de la brota está conectada a la otros ecosistemas vecinos. Todo esto, y la variedad genética de cada una de las especies, y la relación de esta comunidad con las vecinas en el paisaje, forman la biodiversidad. Esta figura, del Grupo de Polinización del CREAF, fue incluida a Terradas (2019).
La red de la vida es inmensamente compleja. La figura muestra las relaciones entre 24 plantas de una brota mediterránea del Garraf y los insectos que las polinizan. El estudio de Sara Reverté encuentra que estos insectos pertenecen en 169 especies diferentes. La anchura de las bandas indica la frecuencia de interacción entre una planta y un insecto concretos. No todas las interacciones son igualmente importantes, pero la riqueza de posibilitados mujer estabilidad al sistema: si cambian las condiciones ambientales, una relación que era importante puede serlo menos y una que no era mucha acontecer mucho. En el sistema hay muchos más elementos no incluidos en este estudio: animales que comen plantas y dispersan entonces, animales, hongos y microbios que se alimentan de restos al suelo, y un muy largo etc. Las plantas pueden competir entre ellas por el agua, la luz o los nutrientes; los animales, entre ellos de muchas maneras. Y la red de la brota está conectada a la otros ecosistemas vecinos. Todo esto, y la variedad genética de cada una de las especies, y la relación de esta comunidad con las vecinas en el paisaje, forman la biodiversidad. Esta figura, del Grupo de Polinización del CREAF, fue incluida a Terradas (2019).

Sistemas complejos

El pasado 25 de octubre se otorgó el premio Ramon Margalef al ecólogo neerlandés Marten Scheffer. Las aportaciones más conocidas de Scheffer giran en torno al comportamiento de los sistemas complejos y su estabilidad, y vienen muy a cuento aquí. Sheffer probó que los sistemas complejos (ecosistemas, sociedades) a veces se acercan paulatinamente a ciertos umbrales o puntos de inflexión. Cuando los pasan, se pueden producir transiciones repentinas: se desencadena una variación autopropagada (una cascada de cambios) que conduce a un estadio totalmente nuevo (Sheffer et al., 2012), lo que decíamos que ocurre con un cambio climático. Los sistemas complejos pueden ser redes de poblaciones, ecosistemas (con estadios estables alternativos), bancos (solventes o no), redes eléctricas, mercados, organismos, cerebros y mentes, etc. En estas redes, dicen los autores mencionados, si hay heterogeneidad en la respuesta de los nodos individuales y un bajo nivel de conectividad, puede que la red, como un todo, cambie gradualmente en respuesta a un cambio ambiental. En cambio, si los nodos son similares y tienen un alto nivel de conectancia, pueden mostrar resistencia al cambio hasta un umbral, a partir del cual existe una transición crítica del sistema en la que todos los nodos cambian en sincronía (en cascada), y el cambio entonces es repentino. De este segundo proceso los autores dan ejemplos de corales y de sistemas bancarios muy conectados, en los que una perturbación local puede provocar un efecto dominó en cascada y una transición del sistema (pensamos también en cómo se ha transmitido la COVID en un mundo globalizado). Y añaden que, en estos sistemas muy conectados, el hecho de que se recuperen reiteradamente de pequeñas perturbaciones puede dar una falsa imagen de resiliencia, escondiéndonos que el sistema se acerca a un punto de inflexión y a un cambio sistémico. Los corales del Caribe, considerados muy resilientes por su recuperación ante tormentas devastadoras, sufrieron en los años 1980 un gran colapso repentino por una plaga de erizos de mar (algo aparentemente menor, como el comunismo en tiempo del zar o como lo parecía el 9 de agosto de 2007 que el banco francés BNP Paribas suspendiera tres fondos que invertían en el mercado hipotecario de EEUU, lo que, sin embargo, provocó un efecto cascada y el inicio de la gran depresión). Las redes ecológicas en las que predominan las relaciones competitivas resultan más robustas si las interacciones están compartimentadas entre módulos poco conectados entre sí. Las redes mutualistas (como las de polinización) son más robustas si tienen grupos de especialistas que se asocian sobre todo a generalistas y éstos actúan como centros de conectividad. Brevemente: no es sólo la diversidad de especies, sino las características de las redes de relaciones, lo que determina el comportamiento frente a las perturbaciones. Y otras cosas.

En su charla en la Facultad de Biología de la UB, al día siguiente de recibir el premio, Scheffer nos avisó de la importancia de formularse las preguntas correctas, dijo que tenemos mentes racionales pero no las usamos demasiado para las decisiones importantes, que la ecología del futuro será muy diferente a lo que se predica en base a la conservación,que el nicho humano (y la mayor parte de la población) se encuentra en climas con una media de 15ºC y eso no ha cambiado ni con calefacciones y aires acondicionados, y que el cambio producirá ganadores y perdedores. Advertencias que vale la pena tener presentes.

Los desastres en cascada (como fichas de dómino) se pueden producir cuando unos desastres aumentan el riesgo de otros (p.e., las sequías generan fuegos; la degradación ambiental provoca migraciones y estas conflictos sociales). Con factores de estrés múltiples, cuando proliferan los estreses climáticos, la resiliencia y la capacidad adaptativa de las poblaciones pueden ser socavadas. (Rising et al 2022, redibujado).

Las extinciones en masa en redes ecológicas, las quiebras en cascada de redes eléctricas o informáticas, o las de sistemas financieros, pocas veces pueden predecirse o revertirse. Los modelos que tenemos para entender la resiliencia consideran redes de pocos nodos, y no sirven para su aplicación a redes complejas. Pero existen síntomas que pueden sernos útiles.

Ecosistemas complejos y ricos que muestran señales de posible colapso

Después de lo que he explicado, no debería sorprender que ecosistemas con muchos niveles tróficos y mucha biodiversidad, como las selvas lluviosas tropicales o los arrecifes coralinos, se estén mostrando poco resilientes ante los severos cambios ambientales que sufren. Son ecosistemas que han adquirido una enorme complejidad a lo largo de un proceso evolutivo de millones de años, pero bajo condiciones casi constantes. Responden bien a los tipos de perturbaciones de su medio (caídas de árboles en las selvas, tormentas en los arrecifes), pero la complicada estructura de niveles tróficos, mutualismos y relaciones entre presas y depredadores con conexiones muy fuertes entre especies, ciclos muy precisos de reproducción, etc., todo ello es extremadamente vulnerable a cambios importantes y novedosos del medio, derivados de múltiples causas humanas y del calentamiento climático.

Los episodios de calor y sequía producen una masiva mortalidad de árboles en las selvas y el blanqueamiento y las pérdidas de biodiversidad de los corales se repiten. La señal más alarmante es que las tasas de recuperación de los ecosistemas comienzan a ralentizarse, proceso que se puede seguir con imágenes de satélite y que indica que los sistemas se acercan al umbral del colapso, que en las selvas se relaciona con un cierto nivel de baja disponibilidad de agua (Verbesselt et al, 2016).

Resiliencia en bosques

Thompson et al (2009) analizaron las relaciones entre biodiversidad, resiliencia y cambio climático en ecosistemas forestales. Aunque enfatizan la importancia de la biodiversidad, señalan que “los impactos regionales del cambio climático, sobre todo en interacción con otras presiones sobre los usos del suelo, pueden bastar para superar la resiliencia de áreas, incluso extensas, de bosques primarios, empujándolas a un estadio diferente permanente”... como puede ser una sabana, inferior tanto en biodiversidad como en servicios ecológicos.

El mantenimiento de los servicios de los bosques tropicales lluviosos a largo plazo es incierto y perderlos sería un problema de alcance planetario, con efectos en el clima global. En cambio, bosques pobres en especies, como los pinares boreales, pueden tener un elevado grado de resiliencia porque las especies de árboles que hay tienen mucha variabilidad genética, se adaptan a perturbaciones importantes y condiciones ambientales bastante variables.

Bosque tropical Autor: Toni Arnau.
Bosque tropical Autor: Toni Arnau.

La respuesta a los grandes cambios ambientales: un proceso multifactorial

La respuesta de la vegetación al aumento de CO2 en la atmósfera puede ser una mayor producción de las plantas (efecto fertilizador), pero esto depende de la disponibilidad de agua, de nitrógeno, etc. Lo mismo puede decirse de las consecuencias de otros cambios, como el aumento de la temperatura. De hecho, existe una situación multifactorial interactiva y, además, las respuestas pueden ser alteradas por acontecimientos azarosos (Canadell et al., 2007). Con independencia de las diversidades, la resiliencia se ve afectada por la capacidad de las especies para moverse, sea por sus habilidades o por efectos de la fragmentación del sistema. Los bosques mediterráneos y submediterráneos podrían pasar a estadios de matorral, pero algunos se desplazarían montañas arriba si queda espacio, algo improbable sobre todo en el caso de nuestros bosques caducifolios. La resiliencia de los bosques al cambio climático depende de cómo es el bioma, cuál es la composición de especies de árboles, cómo son sus suelos y sus pobladores, cuál es su régimen natural de perturbaciones, cuáles, cómo y cuándo son las nuevas perturbaciones, etc.

La biodiversidad es importantísima, y que hay que protegerla, pero que la mera decisión de conservar no garantiza nada.

De todo lo que decimos resulta que la biodiversidad es importantísima, y que es necesario protegerla, pero que la mera decisión de conservar no garantiza nada. El tema no se resuelve con un dogmático “a mayor biodiversidad, mayor resiliencia”. Folke et al (2004) dejaron claro que no siempre la biodiversidad protege a los ecosistemas de perturbaciones abióticas mayores:“difícilmente las comunidades pueden resistir un cambio paulatino progresivo, como es el cambio climático. La tolerancia de las especies dominantes, su variedad genética y la presencia de especies diferentes que tienen características funcionales similares, mejoran ciertamente la resiliencia, pero la capacidad de aclimatación y la plasticidad fenotípica no son suficientes para mantener el sistema tal y como es… y es más fácil que el área sea invadida por especies que funcionen mejor a altas temperaturas. Entonces, las especies originales tendrán que tratar con nuevos competidores y depredadores, además del cambio en factores abióticos...” Las funciones del ecosistema alterado se modificarán también. "La comunidad original podrá, hasta cierto punto, desplazarse a más profundidades oa otras áreas geográficas, pero éstas pueden diferir en otros aspectos ecológicos".

¿Otros factores de resiliencia?

Moretti et al (2006) estudiaron los efectos de los fuegos recurrentes sobre tres grupos de artrópodos distintos en bosques del sur de Suiza. Analizaron su composición, abundancia y diversidad en parcelas con varios tiempos desde el último fuego, sea un solo incendio o el último de varios. La recuperación de los artrópodos era buena a los 6-14 años de un fuego único, pero se necesitaban 17-24 años después de varios fuegos recurrentes. Encontraron que los insectos voladores zoófagos o fitófagos eran el grupo más resiliente, los polinófagos y zoófagos que viven en la superficie del suelo tenían una resiliencia intermedia y los artrópodos saprófagos y saproxilófagos, que viven en la hojarasca y facilitan su descomposición, tenían la menor resiliencia. Por lo general, la composición de grupos funcionales es un aspecto esencial en el comportamiento de la respuesta a las perturbaciones, que no se relaciona de manera sencilla con la diversidad de especies.

Por otra parte, la resiliencia de todo un ecosistema puede depender de una buena recuperación de una sola especie dominante. Algunos ecosistemas responden sobre todo a partir de los grupos funcionales, otros más según las especies, en ocasiones el propio ecosistema da respuestas diferentes según las circunstancias del tipo de perturbación, el momento en que tuvo lugar, etc. La recuperación después de una perturbación, y esto se sabe desde hace mucho, depende también de la extensión y severidad de la perturbación (caso extremo, una erupción que cubre de lava un territorio), y de su recurrencia. Son especialmente preocupantes los incendios dichos de sexta generación, o mega-incendios, como los que se han producido últimamente en Canadá, Australia y California, afectando a millones de hectáreas, y en territorios menores pero proporcionalmente enormes en Grecia y Portugal, y que se pueden dar en Cataluña en las condiciones de los veranos actuales, con sequías larguísimas y gran mortalidad de árboles. Hace años (Díaz-Delgado et al, 2002), demostramos la disminución de la capacidad de regeneración en bosques mediterráneos cuando en una zona se habían repetido incendios varias veces: la ralentización progresiva de la recuperación después de cada episodio se ha de considerar un aviso de riesgo de transición catastrófica, como ya he dicho.

Las sequías en el Mediterráneo occidental tienden a hacerse más frecuentes, largos e intensos. Esto aumenta la mortalidad de los árboles, sea directamente por la carencia de agua o por un debilitamiento ante las plagas, y el riesgo de incendios, que pueden ser más frecuentes y de mayores dimensiones. La figura muestra el Indicador Combinado de Sequía, basado en indicadores de precipitación, humedad del suelo y condiciones de vegetación a mediados de mayo de los años 2021, 2022 y 2023. A lo largo de estos tres años, los valores que dan situación de alerta se han extendido por el Magreb y la Península Ibérica, incluida buena parte de Cataluña, y el mismo pasa con el calentamiento. Esto afecta, además, y de manera importante, a la disponibilidad de agua dulce y a la producción agrícola.
https://joint-research-centre.ec.europa.eu/jrc-news-and-updates/severe-drought-western-mediterranean-faces-low-river-flows-and-crop-yields-earlier-ever-2023-06-13_en?fbclid=IwAR3LKrKbKLNLuz_nvXwSN7XgWe1x4jBALYbHkK_irw1SMoA6c-5W9rzmoeQ
Las sequías en el Mediterráneo occidental tienden a hacerse más frecuentes, largos e intensos. Esto aumenta la mortalidad de los árboles, sea directamente por la carencia de agua o por un debilitamiento ante las plagas, y el riesgo de incendios, que pueden ser más frecuentes y de mayores dimensiones. La figura muestra el Indicador Combinado de Sequía, basado en indicadores de precipitación, humedad del suelo y condiciones de vegetación a mediados de mayo de los años 2021, 2022 y 2023. A lo largo de estos tres años, los valores que dan situación de alerta se han extendido por el Magreb y la Península Ibérica, incluida buena parte de Cataluña, y el mismo pasa con el calentamiento. Esto afecta, además, y de manera importante, a la disponibilidad de agua dulce y a la producción agrícola. Podéis encontrar más información aquí.

Un mito a revisar

La “defensa de la biodiversidad”, por sí sola, no garantiza que los bosques o espacios marinos protegidos sigan siendo cómo son, ante un cambio progresivo en el clima

Todo esto significa que la “defensa de la biodiversidad”, por sí sola, no garantiza que los bosques o espacios marinos protegidos sigan siendo como son, frente a un cambio progresivo en el clima. Esto es algo que deberíamos aprender: ante la perturbación gradual y progresiva que supone el cambio climático, la vieja idea, nunca acertada, que para conservar basta con dejar de intervenir, no sirve. Aquel procedimiento de declarar un espacio protegido, delimitándolo sobre un mapa y publicando la noticia en el BOE o en el DOG, junto con unas normas de prohibición que rara vez se controlaban, y sin normas (o dinero) para una acción positiva, son, frente al cambio climático, perfectamente estériles: si el cambio continúa, el sistema puede colapsar. Necesitamos observaciones sobre la evolución de las especies en los espacios protegidos, pero por desgracia existen directores y gestores de espacios protegidos que no ven urgente el estudio y monitoreo de los efectos de los cambios sobre especies y ecosistemas, como si por el mero hecho de haberse decretado la protección ésta quedara garantizada. Lo cierto es que actuaciones bien dirigidas podrían ayudar a mejorar su resiliencia, haciendo cambios en el sistema para evitar su caída en cascada.

Gestionar para la resiliencia

Bellamy et al (2018, véase este enlace) han estudiado las relaciones entre biodiversidad. a nivel genético, de especies y de comunidades y la capacidad de los bosques para soportar y adaptarse a condiciones cambiantes y perturbaciones. Han identificado una serie de atributos que influyen positivamente en la biodiversidad forestal y favorecen la resiliencia, lo que les permite realizar recomendaciones realmente útiles para la gestión. Concluyen que la biodiversidad es fundamental para la resiliencia, pero no sólo la diversidad de especies sino también la variabilidad genética (sobre todo de los árboles dominantes), y lo es junto con la continuidad (no fragmentación) de la masa y también la creación de pequeños espacios que favorezcan la regeneración, además de la regulación de los herbívoros, el control de las plagas, etc.. Hacen una larga lista de recomendaciones. Es decir, no proponen la intangibilidad de los sistemas a proteger, sino una gestión orientada a fomentar la resiliencia. Según Gladstone-Gallaher et al (2019), la preservación de la biodiversidad no implica necesariamente la conservación de la composición de especies de la comunidad, porque ésta no es un requisito para mantener sus funciones. El cambio del clima modificará los ecosistemas, digan lo que digan las normativas, y muy rápido en algunos casos, y los remedios son mitigación y gestión adaptativa.

Los sitios con alta biodiversidad deben gozar de una protección especial y quedar excluidos de intervenciones tecnológicas excesivas que les pongan en peligro, pero a menudo alguna intervención inteligente les puede favorecer para evitar que el cambio llegue a pasar los puntos de inflexión y exista una transición de fase. También la sociedad debe evitar pasar ciertos límites y por eso necesitamos una transición ecológica que la haga más resiliente. Debemos decidir con cuidado dónde se pueden hacer y dónde no un parque eólico, una instalación industrial de placas solares, etc., y con qué diseño. Es muy posible que los planes que se han hecho hasta ahora en Cataluña y en España deban revisarse a la luz de los conocimientos científicos que ya tenemos. De hecho, deberemos ir ajustando nuestras previsiones a los avances del conocimiento y la tecnología, y a los efectos observados. Por ejemplo, según la información que me ha proporcionado Josep Maria Gili, del Instituto de Ciencias del Mar y en su autorizada opinión, el parque eólico flotante de Tramuntana debería moverse más al sur, lejos de las áreas protegidas , aunque las condiciones de viento sean peores, y reduciendo el número de molinos, para preservar zonas de alta diversidad y evitar efectos no deseados sobre las rutas migratorias, sobre los vientos superficiales, que generan productividad (Broström, 2008), etc . Los pescadores probablemente estén en contra de cualquier ubicación de este parque y, si se hace, querrán aumentar su actividad en otros sitios, con los efectos esperables.

Reserva Xures Geres. Foto: Sergei Gussev, CCBY
Reserva Xures Geres. Foto: Sergei Gussev, CCBY

Por otro lado, todo el mundo debe entender que, si no reducimos las emisiones (en buena parte, abandonando los combustibles fósiles) y no emprendemos políticas adaptativas, el mar se seguirá calentando y acidificando, la producción en la zona iluminada disminuirá , llegará menos materia orgánica a las aguas profundas en detrimento de los ecosistemas bentónicos, continuarán las invasiones de especies tropicales, los ecosistemas ricos que tenemos pueden colapsar por mucho que los declaremos protegidos y, además, tendremos problemas socio-económicos gravísimos. En lugar de oponerse a todo, sería mejor que todos ayudaran a elegir dónde se podrían realizar instalaciones capaces de proveernos de la electricidad, el biogás, el hidrógeno verde, la biomasa, la geotermia o lo que sea que necesitamos, rentables y con los mínimos impactos ambientales posibles. Ir aplazando decisiones es reducir nuestra resiliencia (Walker, 2020). Y el principio de precaución que recomienda no poner en peligro la biodiversidad también debe aplicarse a prevenir los riesgos sociales del calentamiento: hay que actuar con sensatez, pero ya.

No entiendo que hoy, aquí, se utilice la “defensa de la biodiversidad” para oponerse a cualquier propuesta de intervención sobre el territorio que facilite el abandono de los combustibles fósiles. No lo entiendo porque, con independencia de los muchos ataques que suponen para la biodiversidad muchas actividades humanas, la biodiversidad ya está siendo afectada, en tierras y mares, por el calentamiento climático causado por las emisiones de gases de efecto invernadero, y por sus consecuencias (episodios de clima violento, acidificación y subida del nivel de los mares, secos extremos, etc.). No es científico creer que la mejor defensa de la biodiversidad es no hacer nada, cuando el clima está cambiando. No se puede decir que una alta biodiversidad, por sí sola (lo más a menudo entendida sólo como abundancia de especies) garantizará suficiente resiliencia frente a un cambio en las condiciones físicas del entorno. Y no entiendo el no a todas las iniciativas de energía sostenible de una escala algo grande, porque hoy el cambio climático amenaza tanto a los ecosistemas relativamente naturales (en nuestro país, y casi en todas partes, no hay ecosistemas libres de acción humana), como a las sociedades y a las redes de conexiones entre unos y otras, y no podemos prescindir de esta complejidad e ignorar la urgencia de la transición energética y ecológica, para que el nicho humano no quede excesivamente reducido en un mundo en el que viven ocho mil millones de personas, lo que implicaría enormes desastres humanitarios. Ante la emergencia, la peor actitud es minimizar el problema y equivocar las prioridades, posponiendo la acción de estudio en estudio y de comité en comité. Esta actitud recuerda a la franco-inglesa antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial: ir haciendo concesiones y no prepararse para lo que todo el mundo veía venir menos quienes más tenían la obligación de reaccionar. Es necesario estudiar cada caso, actuar y estudiar efectos, corregir y seguir actuando con diligencia.

Conclusiones

La situación de nuestros bosques, nuestros ríos, nuestras costas, nuestros campos y prados, nuestras poblaciones... del país entero y de nuestra economía, está afectada por una alteración que crece cada año que pasa. Es el peor reto con el que nunca nos hemos enfrentado, pero como es gradual (aunque lo suficientemente rápido, véase la evolución de los últimos años) no nos decidimos a cambiar de chip, y seguimos engañándonos. En Australia, había grandes parques naturales (de alta diversidad), pero se han quemado todos, nos avisa Josep Canadell que lo ha vivido de cerca: el verano de 2019-20 quemaron 24.3 millones de hectáreas, 7, 6 veces la superficie de Cataluña. Desde enero al 6 de octubre de este año, en Canadá habían quemado 184.961 km2, cerca de seis veces la superficie de Cataluña. En Grecia, este agosto han quemado 52.801 ha y en 2021 en todo el año 130.744 ha. En 2022, en España, el país más afectado de Europa, se quemaron 315.705 ha. ¿Creéis que están seguros nuestros parques naturales y lugares de interés por su alta biodiversidad? ¿No habéis visto cómo en pocos años se empobrecía la fauna acuática en nuestro litoral? ¿No sabéis que hay una entrada continua de especies tropicales en el Mediterráneo? ¿Y que nos llegan por tierra nuevas especies, algunas invasivas o vectores potenciales de enfermedades epidémicas? ¿No es cierto que cuesta cada vez más mantener las playas, por la subida del nivel del mar y la fuerza de los temporales? Y las playas son muy importantes para el turismo, del que en gran parte vivimos (algo que hay que revisar, pero no lo haremos en cuatro días). Las temperaturas cada vez más altas del verano, y las sequías cada vez más largas, van en contra no sólo del turismo, sino también de la producción alimentaria y de la salud de las personas. ¿No es evidente la necesidad y urgencia de la transición energética?

Ah, pero esto no quiere decir que aquellos que sólo ven los aspectos económicos no tengan que esforzarse en entender el problema ambiental. ¿Cómo es posible que Foment crea que el tema de La Ricarda se soluciona construyendo la prolongación de la pista del aeropuerto elevada por encima de la laguna? Debajo de la pista quedaría un charco de agua sin ningún valor ambiental. La solución es tan pedestre que sólo nos dice que un organismo tan importante de nuestro empresariado no tiene ni idea (o no quiere tenerla) de lo que es un ecosistema. Los pájaros rehuirán, como cualquiera, de nosotros, establecerse en un sitio unos pocos metros por encima del cual cada cinco minutos circula un jet. Y esperamos que los pájaros sean más listos que los señores de Foment, porque un pájaro tragado por un reactor puede provocar un terrible accidente.

En definitiva, nuestra sociedad parece dividida entre los que creen que no se debe hacer nada nuevo, y que hay que dejar de hacer todo lo que hacíamos hasta ahora, y los que creen que no podemos parar el “business as usual” por mucho que el mundo haya entrado en ebullición, como dice Antonio Guterres. Es bastante decepcionante. Schiller dijo que la verdad subsiste en medio de la decepción. Por si tuviera razón, estaría bien que nos pusiéramos a buscar esa verdad, ya que la decepción quizás nos la esconde. Hugues et al (2007) nos advertían de la necesidad de un cambio cultural: “Los viejos paradigmas que ven los humanos separados de la naturaleza, los recursos naturales inagotables o sustituibles hasta el infinito, y el mundo estable, predecible y en equilibrio, ya no pueden mantenerse. Surgen nuevos marcos conceptuales basados en una aproximación adaptativa enfocada a una gestión de aprendizaje y flexible en un paisaje socio-ecológico dinámico. Según ellos, la integración de los aspectos científicos y sociales de la gestión de los recursos naturales puede guiar la evolución de sistemas de gobernanza multiescalares que se enfrenten con éxito con la incertidumbre, el riesgo y el cambio, aprendiendo paso a paso.

Parque Natural dels Aigüamolls de l'Empordà. Foto: Mikipons CC BY-SA via Wikimedia Commons.
Parque Natural dels Aigüamolls de l'Empordà. Foto: Mikipons CC BY-SA via Wikimedia Commons.

Propongo que se prioricen:

  1. La mejora de la capacidad de la red eléctrica;
  2. La corrección rápida de los planes actuales para producir energía sostenible, con instalaciones pequeñas y algunas industriales, preservando los espacios de alta biodiversidad y sus conexiones (habrá cada vez más espacios de secano que se abandonarán por falta de rentabilidad, y para aumentar la rentabilidad de otros lugares con mejores condiciones necesitaremos energía que se puede producir en estos terrenos abandonados);
  3. La realización de convenios para estimular una gestión forestal que incremente la resiliencia al fuego y al cambio climático y que ayuden a realizar y comercializar producciones agrícolas de especial calidad, con variedades resistentes a la sequía;
  4. La producción de combustibles alternativos a partir de residuos forestales o desechos;
  5. La toma urgente de medidas para combatir el creciente déficit de agua dulce;
  6. Las medidas de adaptación de los ambientes urbanos al cambio.

En general, es necesario aplicar las medidas relacionadas con la transición energética, de acuerdo con las líneas ya indicadas por la UE de mitigación y, sobre todo, de adaptación, teniendo bien presente que la situación geográfica de Cataluña las hace muy urgentes.

Es un momento crucial para hacer sentir la voz de los expertos y la valentía de los políticos y gestores, y porque se llegue a consensos.

En lugar de seguir en la cola de Europa en este terreno, dejando pasar plazos y oportunidades ante cualquier protesta local, a menudo sin una base ecológica solvente, y no corrigiendo deprisa lo que sea necesario de los proyectos cuando haya razones para hacerlo, deberíamos ponernos a la cabeza, como este país ha hecho algunas veces a lo largo de su historia. Los catalanes teníamos cierto prestigio por la capacidad de iniciativa que, lamentablemente, frente a esta crisis gravísima, no mostramos, aunque ahora algunas cosas empiezan a moverse. Es un momento crucial para hacer oír la voz de los expertos y la valentía de los políticos y gestores, y para que se llegue a consensos:hay que encauzar el futuro del país, dejando de lado los “no a todo” y los “sí a todo” y hacer lo que sea más útil, atentos a ir ajustando el rumbo sobre la marcha, entre todos, ecólogos, ingenieros, economistas, conservacionistas, pescadores, agricultores, políticos, etc., en función de lo que aprendamos por el camino y de las posibilidades y obstáculos que, sin duda, descubriremos. La emergencia ambiental y social es de enormes dimensiones, y no se puede mirar sólo a un lado, no se puede simplificar, ni parando la economía (pero sí cambiándola bastante), ni devastando tierras y mares (pero aprovechando con cordura los recursos). Es una emergencia en la que interactúan muchos factores. Admitamos esto y dialoguemos para encontrar soluciones, mejorarlas y ganar esperanza. Lo que está en juego no es sólo el águila perdicera o la llegada del turismo coreano, es el futuro de los catalanes dentro de cinco, diez o cincuenta años.

Una vieja maldición de los confucianos dice: Espero que vivas tiempos interesantes. El siglo XXI es sin duda un “tiempo interesante”. Demasiado interesante. Pero es el que nos ha tocado vivir.

Referencias

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