Y todo esto, ¿como lo explicamos?
Es indudable que buena parte de la batalla para cambiar radicalmente y llevar a cabo una verdadera transición ecológica se entregará en el campo de la comunicación y la sensibilización social. Sin embargo, a pesar de la gran cantidad de información disponible, sigue resultando difícil concienciar a la sociedad y sobre todo conseguir poner en marcha el cambio de hábitos necesario para modificar nuestro estilo de vida y reducir el impacto sobre el entorno. ¿Porque sucede esto?
La información ambiental, en términos generales, ha ido ganando peso en determinados medios de comunicación de numerosos países, sobre todo del mundo anglosajón. Importantes grupos de prensa escrita, como The Guardian, o canales de televisión, como la BBC, han apostado decididamente por esta temática y son referentes en noticias, reflexiones y artículos tan globales como específicos, centrados en el cambio climático, la pérdida de biodiversidad o la degradación de los sistemas naturales. Reflejándose con estas experiencias, en España varias cabeceras pusieron en marcha secciones especializadas en medio ambiente que todavía se mantienen. La situación en Cataluña ha variado bastante en los últimos años, con apuestas iniciales suficientemente potentes tanto de prensa escrita como de televisión. Desgraciadamente, en la actualidad el contexto es bien decepcionante, fuera muy contadas excepciones, con la desaparición de muchas de estas iniciativas y un tratamiento tan sólo puntual cuando surge alguna noticia, generalmente negativa, relacionada con la conservación de nuestro entorno.
En Cataluña el panorama de comunicación ambiental en los medios de comunicación es bien decepcionante, con un tratamiento puntual y generalmente negativo de los temas referentes a cambio climático, biodiversidad y conservación de la naturaleza.
Por otra parte, los estudios y encuestas muestran como hay una elevado porcentaje de la población que se manifiesta preocupado por los problemas ambientales, cuando se les pregunta específicamente sobre esto. Sin embargo, esta temática no aparece nunca entre las preocupaciones recogidas en las encuestas generalistas. Del mismo modo, la relativa inquietud ambiental creciente tampoco se ha traducido en un incremento de la movilización, como lo demuestran los datos históricos de personas socias o voluntarias de entidades ambientalistas o asociaciones vinculadas a la protección del territorio, que llevan muchos años en un número bastante constante. El aspecto positivo es la constatación, por parte de estas entidades, de un notable incremento de demandas de colaboración voluntaria en los últimos meses, tanto por parte de personas como de empresas, vinculadas a la situación vivida a raíz de la pandemia y el confinamiento.
En paralelo, las evidencias científicas son cada vez más sólidas y irrebatibles para demostrar tanto el alcance, escala y gravedad de la problemática ambiental en el conjunto del planeta, como los impactos directos e indirectos sobre nuestra salud y nuestro bienestar. Los fenómenos meteorológicos extremos, la contaminación, la expansión de especies exóticas o la aparición y propagación de enfermedades (como la actual COVID-19) son muestras muy evidentes de los riesgos que conlleva nuestro modelo actual y de cómo necesitamos una naturaleza bien conservada que nos proteja y garantice la supervivencia y calidad de vida. No entraremos de nuevo en el tema concreto y candente de las zoonosis y las pandemias, ya tratado en artículos anteriores. Sin embargo, no hay que olvidar que los estudios científicos han demostrado ampliamente como la mayor parte de epidemias debidas a patógenos provenientes de la fauna salvaje se han producido debido a la degradación del medio natural y la implantación de actividades humanas (granjas , urbanizaciones), que han provocado el paso de los agentes infecciosos a las personas a través de especies vector, como los murciélagos y las especies domésticas.
Hay los elementos necesarios para impulsar un cambio social pero algo no acaba de cuajar, la sociedad no reacciona.
No soy ningún experto en comunicación ni en psicología ambiental, pero parece que existan los elementos necesarios para impulsar el cambio social, pero que algo no acaba de cuajar. Por ello, a continuación me referiré a algunos de los numerosos y complejos procesos que pueden ayudar a entender esta aparente falta de reacción.
De le ecofatiga a la finite pool of worrying
Por un lado, hemos oído hablar de sobresaturación de información. Términos como ecofatiga, ecoindefensión, ecofatalismo o ecosaturación han convertido en fuerza familiares. Resulta evidente que no se puede mantener un nivel de tensión constante. Algunos psicólogos han postulado que las personas tenemos un "espacio finito de preocupación" (finite pool of worrying) y que, por ejemplo, en el contexto actual de la COVID-19, centraríamos nuestra inquietud en la pandemia y bajaría en otros ámbitos. Sin embargo, algunos artículos han contradicho esta teoría y han demostrado como la preocupación por el cambio climático no sólo no se ha reducido, sino que se ha incrementado a lo largo del último año de pandemia.
En este mismo contexto, la psicología ha explicado ámpliamente como el pánico ante las malas noticias, sobre todo si se plantean como hechos casi inevitables, puede provocar una reacción de parálisis, o indiferencia - "total, si tampoco se puede hacer nada "-, que no ayuda en absoluto al cambio necesario. La relación de artículos al respecto es interminable y me permitiré citar una obra de ficción, el reciente libro de Jenny Offill, traducido al catalán con el título "Com el temps", que plantea, a caballo de la ironía y de la reflexión, cuestiones tales como cómo se puede compaginar pensar a la vez en la emergencia climática y en la lista de la compra. Es decir, cómo podemos estar concienciados sin estar continuamente angustiados, y seguir llevando una vida cotidiana. La frase "el trabajo va muy bien, pero todo indica que vamos hacia el fin del mundo", resume muy bien el quid de la cuestión.
La frase "el trabajo va muy bien, pero todo indica que vamos hacia el fin del mundo", resume muy bien el quid de la cuestión.
Imagino que los procesos psicológicos que mencionaba antes hacen que nos acostumbramos a todo, que nuestro cerebro evita vivir en una angustia constante. Sólo así se puede entender que miles de personas hayan conformado, en varias regiones de nuestro país, a vivir con el agua permanentemente contaminada debido a las actividades agrícolas o ganaderas intensivas. O quizás es que no hemos sabido explicar bien la relación tan directa que existe entre la salud de nuestro entorno, la de todo el planeta, y nuestra salud. Aún no han percolado suficiente en la sociedad conceptos tan relevantes con el de salud global: no es posible que haya personas sanas en una naturaleza enferma. No podemos vivir en plenitud sin los beneficios que la naturaleza bien conservada tiene para el bienestar físico, mental, social y espiritual de la gente.
Cada vez hay más conocimiento científico sobre los efectos concretos del contacto con la naturaleza, de los mecanismos por los que nos beneficiamos de estar rodeados de un entorno en buen estado de conservación. Y al contrario, de cómo la degradación del medio ambiente es la causa directa de numerosos trastornos, enfermedades y muertes prematuras. Este es un campo que tiene un poder comunicativo enorme. ¿Quien no reaccionaría con contundencia al saber que determinadas actividades tienen un efecto nocivo sobre su salud? Pues incluso parece que esto no es suficiente para despertarnos..
¿Y si ni tan solo es verdad?
La atribución de responsabilidades es otro frente que genera mucha controversia. Por un lado, subjetivamente, a las personas nos cuesta aceptar que nos responsabilicen, sobre todo si se hace desde una cierta superioridad, riñendonos, para entendernos; por otra parte, de manera objetiva, la atribución de responsabilidades colectivas (en países, sectores sociales o económicos) a menudo ha sido sesgada, respondiendo a intereses de determinados grupos, sin responder a los mínimos niveles de equidad y justicia ambiental, la lo que no ha favorecido a generar un consenso global y una asunción de compromisos.
Si tiramos el hilo de los numerosos y poderosos intereses, vamos a caer de cabeza en el campo de la manipulación de la información. Al igual como sucedió el siglo pasado con las tabacaleras, podemos encontrar muchos ejemplos de trabajos de investigación que niegan el cambio climático, financiados por las élites dominantes que no quieren perder su statu quo. Aunque pueda constituir un colectivos científico reducido y marginal, no es difícil intoxicar los mensajes, sobre todo si se cuenta con el apoyo de grandes lobbys políticos, económicos y sociales y de sus redes de medios de comunicación. Ante la mera existencia de artículos científicos en un sentido u otro, resulta relativamente sencillo y gratuito plantear el cambio climático como una hipótesis, que tanto puede ser cierta o no, y que, en todo caso, puede no tener ninguna relación con el actividad humana. La desinformación y la confusión ya están servidas.
Además, a menudo aparecen contradicciones y espejismos que pueden desdibujar esta relación tan estrecha que existe entre la conservación del patrimonio natural y nuestra calidad de vida.
Si nos fijamos con los gráficos sencillos, de elaboración propia, a partir de los datos del Living Planet Index y de la Organización Mundial de la Salud podemos observar como en los últimos cincuenta años, durante los cuales se han perdido dos terceras partes los animales salvajes (individuos) que pertenecen a las 4.000 especies objeto de seguimiento, la esperanza media de vida en el planeta se ha incrementado en quince años. Con estos datos, que darían una correlación inversamente proporcional entre las dos variables, puede resultar complicado, al menos en determinadas partes del mundo, convencer a la gente que la pérdida de biodiversidad, y el estilo de vida que la provoca, tiene un efecto negativo sobre nuestra salud. Se puede argumentar que esta correlación que presento es una anécdota cogida por los pelos, un juego con la estadística, pero creo que resulta paradigmática de la complicación de lo que tenemos entre manos, y los malentendidos, de la desinformación que puede generar, de forma casual o intencionada.
Un problema que nos viene grande
Es que la complejidad de los procesos que rigen las problemáticas ambientales, las interacciones y la complicada trama de causas y efectos, no ayudan a producir y transmitir mensajes sencillos, consensuados y contundentes. Además, la distancia temporal, espacial, social, de muchos de los efectos de los problemas ambientales, añaden dificultad para que las personas entendamos que el problema es actual, afecta a todo el mundo, en todas partes, ya se está produciendo, y hay que reaccionar inmediatamente manera urgente y radical. Recuerdo un compañero, educador ambiental, responsable de un programa sobre cambio climático en los institutos, que se desesperaba cuando los adolescentes veían lejísimos los efectos que él les explicaba que sufriremos en el año 2030. De esta misma manera, a muchas personas les resulta aunque difícil preocuparse por los efectos de un huracán en los trópicos o por el sufrimiento que las olas de calor, o de frío, provocan sobre los colectivos más vulnerables.
Por si fuera poco, muchos procesos no son sólo difíciles de entender, y de explicar, sino que constituyen incluso un contrasentido para el cerebro humano. Estamos acostumbrados a relaciones lineales lógicas y simples: si un kilo de patatas vale un euro, dos kilos de patatas valen dos. Fácil, no? En cambio, la naturaleza se rige por multitud de relaciones no-lineales, potenciales, logarítmicas o exponenciales. El gráfico adjunto es un ejemplo sencillo y clásico de una relación exponencial, que muestra el grosor que tendría una hoja de papel si la fuéramos doblando por la mitad cincuenta veces (aunque sabemos que es materialmente imposible).
Hasta los cuarenta pliegues, parece que el grosor del papel no haya casi aumentado, pero se dispara repentinamente y, después del pliegue cincuenta, el espesor es de 113 millones de kilómetros! Casi la distancia de la Tierra al Sol.
Es que la complejidad de los procesos que rigen las problemáticas ambientales, las interacciones y la complicada trama de causas y efectos, no ayudan a producir y transmitir mensajes sencillos, consensuados y contundentes.
De este mismo modo, la pérdida de una superficie natural relativamente pequeña puede provocar la extinción de un elevado porcentaje de especies (como explica la ecología insular clásica), así como la impermeabilización causada por una transformación más en una cuenca hidrográfica, puede disparar los picos de las riadas en su parte baja de forma muy acusada y aparentemente inesperada.
Un caso concreto de estas relaciones no-lineales son los "puntos de no retorno", es decir, aquellos umbrales los cuales, cuando son superados, desencadenan efectos y dinámicas irreversibles. El conocimiento cada vez más completo y detallado sobre el cambio climático está mostrando numerosos procesos de esta naturaleza, como el deshielo del permafrost, que, al producirse, liberará una gran cantidad de carbono acumulado en estos suelos helados.
¿Y qué más puede hacer la comunidad científica?
Ante todo esto, de tanta complejidad, de tantos intereses, de tantos obstáculos, como debería actuar desde el mundo de la comunicación científica? Pues evidentemente no tengo la respuesta, ni creo que sea única, ni simple. Hay personas mucho más cualificadas que yo que llevan años trabajando en este campo, que han reflexionado y que creo que han identificado los puntos críticos y han propuesto lo que consideran la forma más adecuada de abordarlos.
El fundamento imprescindible es el compromiso del mundo científico, académico y de la comunicación. Todos a una, sin fisuras ni contradicciones, más allá de las que resultan sanas e inevitables, como ya hemos visto. Mensajes claros y sencillos, pero a la vez pujantes y convincentes. Partir de los datos más rigurosos, objetivos y actualizados de que disponemos, y transmitirlos de manera realista, sin edulcorar, pero también sin mensajes catastrofistas que paralizan la reacción de las personas. Se han de buscar aproximaciones originales, en positivo siempre que sea posible, que golpeen las personas para animarlas a actuar. Las experiencias vivenciales, en contacto directo con la naturaleza, provocan a menudo más reacción que todos los artículos y documentales.
Porque, en definitiva, necesitamos una transformación emocional de las personas, el verdadero motor del cambio, mucho más potente y duradero que la racionalidad. Es necesario que las personas, aunque no dispongan de toda la información, se sientan vinculadas emocionalmente con las amenazas y las esperanzas existentes, de forma que se impliquen activamente en las soluciones. Es el paso previo imprescindible para la verdadera transformación social. Porque la sociedad, de manera reflexiva, pueda adoptar una visión compartida del riesgo y de los perjuicios que podemos sufrir, y repartir las responsabilidades y los compromisos entre los colectivos de forma justa y equitativa.
Es necesario que las personas, aunque no dispongan de toda la información, se sientan vinculadas emocionalmente con las amenazas y las esperanzas existentes, de forma que se impliquen activamente en las soluciones.
En el ámbito específico de la comunicación científica, tenemos en casa varios ejemplos de iniciativas y proyectos, fruto de la colaboración entre el mundo de la investigación, las entidades y la administración, que creo que constituyen un buen modelo a seguir. Desde la misma tarea global que realizan el CREAF y el CTFC en materia de comunicación y divulgación científica, hasta propuestas concretas como la plataforma de conocimiento Prismàtic o el informe sobre el Estado de la Naturaleza en Cataluña 2020, fruto del trabajo compartido de muchas personas e instituciones, publicado en el año 2020. Estoy convencido de que el recientemente creado Observatorio del Patrimonio Natural y la Biodiversidad debe constituir en el futuro el eje del tratamiento y la difusión de la información en Cataluña, tanto para generar el conocimiento necesario para la conservación de la naturaleza como para su transferencia adecuada a la sociedad.
También estoy seguro de que la tarea actual se podría fortalecer y multiplicar la implicación de toda la comunidad científica, formada y sensibilizada para trabajar con los expertos en comunicación. Incorporando los aspectos sociales, a veces un poco olvidados, poniendo los pilares que la sociedad pueda construir el nuevo modelo social y económico, y pueda llevar a cabo la urgente transición ecológica que sitúe las personas, y la naturaleza, en el centro del progreso y el bienestar.
He escrito este artículo en colaboración con José Luis Ordóñez y Anna Ramon, del Departamento de Comunicación del CREAF.