Cómo reducir la fragilidad del agua en un contexto de sequía
¿Por qué no se puede achacar la sequía que vive hoy Cataluña sólo al cambio del clima? ¿La situación de sequía persistente puede ser un anuncio de lo que vivirá Europa en los próximos años? ¿Hasta qué punto la situación tiene que ver con las políticas de gestión del agua? ¿Cuáles son los pasos que debemos dar en adelante? Intentamos hacer un compendio para contestar a estas preguntas, sobre un caso que no es aislado y que puede ser el preludio de situaciones que se irán produciendo en los próximos 50 años.
Con demasiada frecuencia focalizamos el debate de la sequía meteorológica en el clima, al que atribuimos toda la responsabilidad como causante de la falta de agua. Esto está ocurriendo con la sequía meteorológica que vive Cataluña en invierno de 2024. Lo que realmente hace falta es abrir el debate sobre el auténtico problema: la demanda crónica de agua de nuestro modelo de desarrollo económico. Una sed de agua de todos los sectores que nos hace consumir agua de forma excesiva, superando la capacidad natural de los recursos disponibles.
Incluso en tiempos de normalidad, consumimos más agua de la que sería viable por nuestro sistema. Un ejemplo: en 2019 España, Grecia, Italia, Malta, Portugal y Chipre vivieron el episodio de escasez de agua más crítico que ha experimentado nunca ningún país de la Unión Europea en una estación, según el índice de explotación del agua. Este indicador nos aporta información sobre la escasez de agua y nos da la presión que reciben los recursos de agua dulce y nos indica la cantidad de agua extraída cada año en proporción al total disponible. La escasez de agua (también llamada sequía hidrológica) es la falta de disponibilidad de agua para los diferentes usos que le damos, mientras que la sequía (meteorológica) es la falta de lluvias durante un período largo.
Un invierno seco, caluroso, sin lluvia y con días cercanos a los de primavera. La sequía que vive Cataluña este invierno de 2024 es una excepcionalidad en la orilla sur Mediterránea que, además, se ha instalado de forma persistente en el cuadrante noreste de la península ibérica. Alguna leve lluvia ha abierto una ventana de optimismo, pero las reservas de agua en los embalses son de un 15,01% a mediados de febrero de 2024. Cataluña vive un estado de excepcionalidad, consultable desde el Visor de la sequía de la Generalitat de Catalunya donde es evidente que más de 2/3 partes del territorio han entrado en estado de extrema sequía pluviométrica.
Agua y cambio global
La evidencia científica apunta a la necesidad de instaurar cambios profundos. Desde la ciencia, algunas propuestas plantean un nuevo modelo de consumo de agua –hoy muy ligado a la construcción, el turismo y vinculado a la prosperidad económica–, al restaurar y proteger los sistemas hidrológicos –ríos, rieras y acuíferos. En algunos casos recientes, la acción política ha escuchado la recomendación de las voces especializadas que han recomendado derrocar infraestructuras que afectaban a la evolución de un litoral dinámico con evolución de las dunas, como es el caso de Calafell (Catalunya).
Desde organizaciones especializadas en gestión del agua se insiste en impulsar un cambio de mentalidad y un nuevo sistema de gobernanza participativa del agua, que tenga en cuenta la experiencia previa y el conocimiento aportado por la ciencia. El caso, por ejemplo, de derribar paseos marítimos de localidades costeras por parte del Ministerio para la Transición Ecológica permite renaturalizar la franja litoral y devolver espacio a la playa, para minimizar los destrozos que provocan los temporales marítimos, cada vez más frecuentes y devastadores a causa de la crisis climática.
Tecnología y agua dulce
A medio y largo plazo, revertir esta situación pasa por replantear nuestro modelo socio económico sobre explotación de los recursos hídricos. A corto plazo, Cataluña dispone del Plan especial de la sequía, que contempla el uso de tecnología y, por tanto, gestiona la escasez produciendo agua que abastezca la demanda, mediante soluciones como la reutilización y la desalación. Son alternativas tecnológicas útiles a corto plazo para ayudar a encarar sequías puntuales, pero que no pueden mantenerse en el tiempo porque tiene un coste ambiental inmenso, aparte del económico y el energético.
El impacto de la desalinización es elevado: es necesario construir las infraestructuras, además de otras nuevas para trasladar el agua desalada a las zonas donde se necesita; produce emisiones a la atmósfera resultado de la construcción, y vierte al mar salmueras de las plantas de desalinización que perjudican a la flora marina.
Reciclar agua procedente de las depuradoras (con usos industriales, municipales, agrícolas o para recargar acuíferos) para el consumo humano es una solución puntual, no viable a gran escala por su altísimo impacto ambiental. ¿Por qué? El agua depurada se devuelve al río y, en cambio, si se recicla para el consumo humano provocamos una reducción de los caudales fluviales y empobrecemos el ecosistema. Por ejemplo, el río Besòs está alimentado al 100% por aguas depuradas.
Personas, bosque, mariposas y montaña
La sequedad del aire que respiramos las personas, la falta de humedad en nuestros bosques, la mortalidad de árboles, la reducción del número de mariposas en los parques urbanos, el calentamiento de zonas garantes de la biodiversidad, el cambio drástico de las economías de montaña, la subida de la línea del bosque, las floraciones fuera de época... las consecuencias del cambio del clima hacia patrones de aridez son múltiples y nos afectan como sociedad y en nuestro entorno.
Desde el CREAF estamos informando exhaustivamente sobre estas consecuencias y a continuación ofrecemos una elección de lo más reciente:
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