Crecimiento o decrecimiento: ¿de qué hablamos?
Las discusiones sobre la actitud a tomar frente al cambio global a menudo se reducen a la confrontación entre los partidarios del crecimiento (económico, se supone) y los del decrecimiento. Por lo general, a lo largo del debate, los primeros se manifiestan como optimistas tecnológicos y los segundos creen que el optimismo tecnológico nos lleva al desastre. Sin embargo, vayamos paso a paso. Sin embargo, vayamos paso a paso.
Para empezar, es cierto que las etiquetas crecimiento o decrecimiento parecen separar dos líneas de actuación muy diferentes. Pero si hablamos del crecimiento en el conocimiento, en la mejora del bienestar social, en la mejora del funcionamiento de las instituciones, en las medidas para evitar conflictos bélicos y uso de armas de destrucción masiva, todo el mundo está de acuerdo. Si hablamos de decrecimiento en el desperdicio de los recursos, en las emisiones de sustancias contaminantes, empezando por el CO2, en la explotación hasta la extinción práctica de la pesca, en el vertido masivo de residuos, etc., también seguramente todo el mundo está de acuerdo, en principio. El desacuerdo está en que unos creen que no se puede pagar la transición hacia sociedades menos contaminantes y más respetuosas con el entorno si no hay crecimiento económico para pagar los costes de este cambio y otros piensan que la obsesión por el crecimiento continuado en el beneficio de las empresas es justamente la causa de que las sociedades provoquen el cambio global y el desaguisado del entorno.
Para avanzar, se necesitan pactos que hagan posible una transición de los negocios ambientalmente nocivos a otros negocios que solemos calificar de sostenibles.
Es un hecho que cualquier iniciativa para reducir las emisiones o proteger la biodiversidad tiene efectos perjudiciales de entrada sobre aquellos que se dedican a actividades que generan emisiones o destruyen biodiversidad. Y estos afectados, por tanto, se oponen casi siempre a la iniciativa, porque les va en ello su negocio y, además, los puestos de trabajo ligados a este. Cuando se trata de negocios muy importantes o de amplios sectores sociales, no hace falta decir que la oposición tiene una fuerza enorme, que puede paralizar a las administraciones encargadas de hacer avanzar la iniciativa. Para avanzar, se necesitan pactos que hagan posible una transición de los negocios ambientalmente nocivos a otros negocios que solemos calificar de sostenibles. En esto, de hecho, consiste la transición ecológica.
Debemos reconocer que esta transición es difícil de realizar. Por un lado, quienes disponen de todo un montaje para explotar un recurso (sea petróleo, gas, pesca, plantaciones de aceite de palma o de torta, barcos pesqueros, cruceros, y tantos negocios pequeños y grandes) querrán amortizar tanto como puedan este montaje antes de pasar a otra cosa, y es de esperar que hagan todo lo posible para alargar su actividad mientras ésta sea rentable. Por otra parte, las administraciones suelen pensar más en hacer normas reguladoras que en soluciones alternativas socialmente aceptables (es más fácil, naturalmente). Entonces, a menudo, se enfrentan dos poderes: el de la solución económica que ya existe, pero que es ambientalmente dañina, contra el de la regulación sostenibilista, pero que a menudo no se acompaña de un repuesto económico. En esta confrontación, los argumentos económicos para seguir como siempre tienen ventaja, ya que la gente necesita trabajar para ganarse la vida, y ojo porque en los países democráticos la pérdida de empleo favorece los populismos de ultraderecha, o sea, los fascismos y similares.
Ecologismo, política y economía
El aumento de fuerza del ecologismo es la consecuencia de la creciente evidencia de los riesgos terribles que suponen el calentamiento climático y el creciente deterioro del entorno en todo el mundo (de lo que nos da un amargo testimonio la pérdida generalizada de insectos, pájaros, fauna y flora del litoral marítimo, etc.). Como el ecologismo quiere transformar la sociedad (con el feminismo ocurre algo parecido), choca con las personas y colectivos de mentalidad conservadora y los ya mencionados intereses, y por tanto tiende a acercarse a políticas de izquierda. La izquierda, en los países occidentales, ha visto de cerca el fracaso del comunismo a la hora de generar economías funcionales, pero cuenta con logros indudables: la socialdemocracia levantó Europa después de la Segunda Guerra Mundial y el New Deal de Roosevelt funcionó en Estados Unidos: apareció la noción de sociedad del bienestar.
La caída de la URSS, convertida Rusia en una economía de mercado oligopolista y mafiosa, y el paso de China comunista a una economía de mercado en una dictadura de partido único, así como una clara esclerosis burocrática de las socialdemocracias, favorecieron la derrota de las recetas keynesianas en favor de un neoliberalismo des-regulador, como comenté en mi anterior Apunte.. Esto ha acelerado, de forma extraordinaria, el expolio mundial de recursos y la globalización. En muchos países, la consecuencia ha sido que oligopolios cada vez más grandes y poderosos se han apoderado de los mercados y han expulsado a las empresas locales y al pequeño comercio, provocando un aumento del paro y de los precios y una pérdida del poder adquisitivo (sobre este tema recomiendo vivamente Eeckout 2023), así que últimamente, en algunos de ellos ha girado últimamente la opinión pública ha girado de nuevo a la izquierda (p.e., Brasil y algunos otros países latinoamericanos). China ha desarrollado una forma peculiar de capitalismo con control estatal. India crece deprisa, bajo un gobierno cada vez más autoritario. Europa se tambalea y el Reino Unido ha entrado en una crisis profunda. Hay en el mundo un cambio bastante acelerado de las relaciones y afinidades que ya se verá hacia dónde va. Esto no es irrelevante en el contexto de lo que hablamos, ya que recursos hoy necesarios para la transición energética y las nuevas tecnologías se encuentran sobre todo en países como China, Congo, Vietnam, Chile, etc.,y el control de estos recursos tiene mucho papel en los cambios que se están produciendo en las afinidades entre países.
¿Optimismo o pesimismo? Realismo
Las políticas ambientalistas hallan importantes obstáculos. Y sin embargo las urgencias las empujan. Volvamos al debate crecimiento-decrecimiento, optimismo tecnológico-desfianza tecnológica. El hecho es que necesitamos crecer en muchas cosas, he mencionado algunas que sobre todo tienen relación con aumentar la resiliencia, pero también en mejorar el bienestar en una proporción lo más grande posible de la población mundial. Cuando se dice que debemos decrecer es pensando en la manera de vivir de los países ricos, derrochadora y contaminante, no en condenar a los pobres a ser aún más pobres, acusación que los ecologistas suelen recibir de los defensores del crecimiento infinito (una idea, la del crecimiento infinito, que es un disparate físico).
De lo que debe tratarse es de cómo podemos crecer en lo que nos conviene y decrecer en lo nocivo.
Francamente, creo que los términos demasiado simplistas (como crecimiento y decrecimiento) llevan a discusiones inútiles. De lo que debe tratarse es de cómo podemos crecer en lo que nos conviene y decrecer en lo nocivo. Y esto implica que los ambientalistas deben encontrar soluciones win-win para la economía y el ambiente. Bien, no sólo los ambientalistas, también los que aún no lo son, pero que acabarán descubriendo que de verdad estamos ante una emergencia (que ya tardan demasiado). Existen ejemplos de estas soluciones en las que las disposiciones reguladoras de las malas prácticas van acompañadas de soluciones alternativas asumibles. Luego volveré a ello. Por otra parte, el optimismo tecnológico no tiene ninguna base científica, es una fe casi religiosa (viene a decir que los humanos somos tan listos que todo va a arreglarse, como si no hubiera provocado nuestra especie una cantidad inmensa de desastres de todo tipo). Y la desconfianza tecnológica puede estar motivada por inventos tan horrorosos como las bombas atómicas, pero no se puede poner la mano en el fuego para decir que no encontraremos nunca una tecnología que tome CO2 de la atmósfera y lo fije en algún lugar de la corteza terrestre de una manera eficiente y asequible (ya se puede hacer, pero por ahora sale muy caro) o que se invente un "parasol" eficiente contra el exceso de radiación solar. Así que tampoco sirve de nada situar el debate en términos de optimismo-pesimismo. El futuro no es previsible y estos términos sólo reflejan estados de ánimos sin base seria.
Hemos desatado un proceso global de cambio que ahora se auto-acelera independientemente de nosotros
Lo que debemos hacer es mirar la realidad física. Y es preocupante. No se trata de que será más fácil la transición si hacemos una economía fuerte, o de que si se imponen las ideas ambientalistas evitaremos el cambio climático. Estamos en otro estadio, completamente nuevo. Hemos desatado un proceso global de cambio que ahora se autoacelera, independientemente de nosotros. Pondré el ejemplo más claro, partiendo de que el calentamiento del clima ya está en marcha hace años (y las evidencias son muchísimas). Pues bien, este calentamiento provoca la fusión del hielo: del hielo de los glaciares en las montañas, y sobre todo en Groenlandia, el océano Ártico y en la Antártida, así como el hielo del permafrost en las regiones continentales del norte. Una consecuencia de ello es que la Tierra pierde superficie reflectante de la radiación solar: el hielo hace de espejo, pero este espejo se está reduciendo muy rápido, y ya tenemos un proceso de autoaceleración del calentamiento que no depende de nosotros. Si ahora detuviéramos, las emisiones, el hielo con la temperatura actual seguiría deshaciéndose. Otra consecuencia es que, al fundirse el permafrost de los suelos de inmensas regiones boreales, se activan los microbios descomponedores de la mucha materia orgánica que estaba prisionera del hielo, lo que implica emisiones de CO2 y de metano que, ellas también, seguirán por más que reduzcamos las emisiones o las detengamos: más gases invernadero debido a los que escapan del permafrost. A este proceso se puede añadir el metano que desprenden en mayor cantidad los humedales tropicales debido al calentamiento, algo que se ha demostrado muy recientemente. Hay otros cambios que se están produciendo por el calentamiento desde que se inició, y que no controlamos. Más sequías, más calor, más incendios forestales (que a su vez emiten más CO2). Cambios en la circulación atmosférica, pero también en la temperatura del mar y en la circulación de las corrientes oceánicas que, a su vez, afectan al clima (preocupa especialmente el aumento de temperatura en el agua profunda en los alrededores de la Antártida). Cambios en las relaciones entre especies y propagación de invasoras y plagas, sobre todo virus zoonóticos. Cambios en la producción de cultivos. Subida del nivel del mar. Etc.
Y ahora, ¿qué hacemos?
Ésta es una realidad física, indiferente a nuestros debates sobre el crecimiento-decrecimiento y aún más en nuestros estados de ánimo optimistas o no.
A veces, oyendo a los partidarios del crecimiento y del optimismo tecnológico (y también, hay que decirlo, de quienes proponen medidas de mitigación y sobre todo la reducción de las emisiones) se tiene la impresión de que creen que todo depende de nosotros, y que, si tenemos una buena economía, haremos la transición y encontraremos la manera de detener las emisiones. Pero muchos cambios de los que he señalado ya no dependen de nosotros. Ahora los esfuerzos deben continuar en la dirección de la mitigación, sin duda, pero sobre todo deben orientarse a la adaptación, al aumento de la resiliencia de nuestras sociedades frente a un ambiente que de todas formas cambia y cambiará más, y en Cataluña y en toda la Península Ibérica en concreto lo hace claramente hacia mucho peor (en sequías, temperaturas con picos muy altos, y todo lo que esto representa para la disponibilidad de agua, la agricultura, la biodiversidad y la salud de las personas). Ésta es una realidad física, indiferente a nuestros debates sobre el crecimiento-decrecimiento y aún más en nuestros estados de ánimo optimistas o no. No haremos nada de provecho si no nos ponemos a buscar respuestas: cómo cambiamos nuestra economía, nuestras ciudades, nuestras instituciones, nuestra manera de vivir, construir, urbanizar, cultivar y producir alimentos, protegernos y curarnos, etc., , para amortiguar el impacto del cambio y seguir funcionando con el máximo bienestar posible.
La estrategia ambientalista debe pasar del no a todo, a propuestas ambientales-sociales innovadoras. Necesitamos una nueva manera de vivir, y esto no es sólo un problema educativo. Lo es en parte, pero nos educamos actuando o, si no, no nos educamos. No todo se arregla predicando el decrecimiento, porque la gente no votará a favor de medidas que les dejen sin trabajo. Muy al contrario, y esto puede ser políticamente peligroso. Este fue el mensaje principal de mi intervención en la reciente jornada El Futur es Ara (ver la jornada en vídeo en www.elfuturesara.cat),, organizada por un grupo de entidades de la sociedad civil catalana que quieren empujar a las administraciones y al país a priorizar ya las acciones que nos ayuden a evitar el riesgo de un colapso.
La mayoría de la gente vive en ciudades y la adaptación de las ciudades es, por tanto, crucial. Las ciudades deben emitir menos contaminantes y deben garantizar su abastecimiento de agua y alimentos, de energía para regular el clima en el trabajo, en las escuelas o en las casas, de refugios climáticos en la calle... Pero si empezamos por dificultar la circulación de vehículos es seguro que no cambiaremos los usos de vehículos por las personas que no tienen alternativas, y entonces lo que tendremos es más contaminación, por la marcha lenta en los embotellamientos, más multas y una población más cabreada. Antes, hay que hacer aparcamientos periféricos bien conectados con el interior urbano por autobuses eléctricos y metro y hay que realizar instalaciones de tomas de corriente para recarga de vehículos eléctricos, para fomentar su uso que ahora, todavía, sólo puede ser muy minoritario porque, por ejemplo, ¿dónde están los enchufes en Barcelona? Enverdecer la ciudad es una manera de crear refugios climáticos, pero debe hacerse considerando los efectos sobre la circulación en las zonas vecinas, la resiliencia de las plantas ante un clima cada vez más adverso y las capacidades disponibles de los servicios de jardinería para hacer el mantenimiento. Las ciudades plantean serios problemas en relación al agua y a la electricidad en un futuro sin combustibles fósiles. El agua, por el riesgo de sequías casi permanentes, lo que exige un alto porcentaje de reutilización (ver Folch, 2023), con ayuda complementaria de desaladoras. En el caso de la electricidad, la energía solar captada en el casco urbano no podrá abastecer ni con mucho a todas las viviendas, así que una parte importante de la captación deberá hacerse en otros territorios. Parece también claro que muchas ciudades tendrán que construir no sólo en altura sino también bastante más que ahora bajo tierra. La subida del nivel del mar es otro factor a tener bien presente en las ciudades costeras (la mayoría de la población vive en la costa). Por un lado, el problema de las inundaciones de sótanos e, incluso, el retroceso de la línea de costa, son consecuencias obvias, pero también existe la corrosión de infraestructuras por el agua salada, la salinización de los freáticos, la destrucción de carreteras, vías de tren, etc. y la pérdida de playas. Estos problemas se presentarán también, en mayor o menor grado, pero inevitablemente porque el mar se está calentando más rápido de lo previsto y el ascenso del nivel se debe a la dilatación del agua al calentarse y a la fusión del hielo en las zonas polares. Por tanto, las ciudades costeras tendrán que poner en funcionamiento programas de actuación que tiendan a reducir estos efectos. El peligro es especialmente grave en territorios muy poco por encima del nivel del mar (delta del Mekong, delta del Nilo, Bangladesh, muchas islas del Pacífico (Tuvalu, Fiji, etc.). También será necesario practicar un urbanismo muy diferente, que considere los refugios climáticos, la electrificación del transporte, la recuperación del agua, etc.
Atención a las ciudades, pero también al campo y al mar, de donde sacamos los alimentos. La agricultura y la ganadería intensivas, que derrochan el agua, dispersan plaguicidas y abonos, hormonas y antibióticos, y destruyen la vida en los suelos y en el mar, deben cambiarse radicalmente, regenerando los suelos, empleando el agua con responsabilidad, reduciendo el uso de productos químicos, el consumo de carne producida en granos todo, reduciendo el consumo de carne roja, que está haciéndose a expensas del 60% de los terrenos agrícolas del mundo para obtener un escasísimo 2% de nuestros alimentos).
Todo lo que acabo de decir implica por un lado la necesidad de implementar programas inteligentes de aumento de la resiliencia frente a cambios que son previsibles, pero también supone oportunidades para nuevos tipos de actividad económica y de generación de puestos de trabajo. Las empresas y las administraciones tendrán que trabajar en la misma dirección. Por eso creo que debería revertirse la tendencia actual hacia un capitalismo oligopolista, que contradice los principios de la economía de mercado, según los cuales el papel virtuoso del mercado deriva de la competencia entre un número significativo de empresas en competencia, y no de su secuestro por unos oligopolios enormes que se ponen de acuerdo para repartirse el pastel, imponiendo precios, recortando salarios, forzando a los estados a eliminar todo cuánto les moleste en la carrera del aumento incesante de la tasa de beneficios y encima no pagando los impuestos correspondientes, etc. La transición ecológica debe ser también una transición económica. Las estructuras piramidales, tanto de las empresas como de las administraciones, deberían dar paso a estructuras celulares cooperativas. Esto es fácil de decir pero difícil de hacer, ya que las grandes corporaciones tienen más poder que los estados, pero hay experiencias de que la implicación de los trabajadores mejora el funcionamiento de las empresas.
Las nuevas energías, por supuesto, necesitarán técnicos en la fabricación, instalación y reparación de los aparatos. Será necesario un gran esfuerzo en materia de innovación para diseñar equipamientos que funcionen con materiales menos raros y más fáciles de obtener y reciclar que los que hoy se usan y que, en no pocos casos, se están agotando. La reconstrucción sostenibilista de los paisajes urbanos y agrarios pedirá mano de obra y nuevos conocimientos. La opción por la producción y el consumo de proximidad debe incrementar la diversidad de la oferta, y por tanto de los tipos de trabajo. Esto debe favorecerse con políticas fiscales dirigidas a generar una distribución menos desigual de la renta. El envejecimiento de las poblaciones europeas debe suponer un incremento en los trabajos ligados al cuidado de los viejos y a la sanidad, y también al ocio, que debe tender a facilitar la socialización, ya que un eje esencial del bienestar es evitar el aislamiento de las personas mayores.
¿No sería más inteligente cambiar los objetivos, hacer crecer el bienestar y no el PIB?
La jardinería urbana es otro sector que debe crecer, con las plantaciones de azoteas y muros verdes. La gente no necesita consumir tanta ropa de mala calidad y sería preferible que mostrase su creatividad promoviendo asociaciones que incrementen la auto-organización de barrios para mejorar su entorno. Estas actividades pueden suponer también algunos consumos, pero deben realizarse con menos residuos y mucho reciclaje. También de la ropa. Se necesitará formar a personas que puedan enseñar a otros este tipo de actividades y creo que convendría que se ofreciera la posibilidad de aproximar, en actividades sociales, a personas de diferentes generaciones, y hacerlo ya, porque hoy hay casi una confrontación entre jóvenes y viejos. En el futuro, es previsible que los humanos trabajen menos, por la automatización de muchos trabajos. Es necesario crear empleos a tiempo parcial que ayuden a la socialización creativa. Los países con mayor índice de bienestar no son aquellos en los que crece más rápido el PIB. De hecho, bienestar y PIB no están demasiado correlacionados. ¿No sería más inteligente cambiar los objetivos, hacer crecer el bienestar y no el PIB? Sin duda, todo esto quiere un cambio que nos parece casi imposible, y sin embargo el New Deal de Roosevelt, con la entrada en la guerra de Estados Unidos, transformó la economía americana de arriba abajo en sólo un año. Por eso, en Estados Unidos ha nacido el movimiento Green New Deal (GND), que propone que para salir de la emergencia hay que declarar la guerra al cambio ambiental. Está claro que los más radicales defensores del decrecimiento creen que el GND no es lo suficientemente revolucionario porque defiende sólo un crecimiento de otro estilo, y no el fin del capitalismo, pero lo que encuentro relevante es que exista la capacidad de cambiar mucho de prisa la economía.
Naturalmente, la cuestión es si esa revolución es posible. No estamos seguros, pero podemos estar seguros de que el crecimiento del consumo de recursos, de la ocupación del espacio, de la expansión de los humanos, de la producción agroganadera, en un planeta finito, debe tener forzosamente unos límites. Sólo acercarse a estos límites ya es extremadamente arriesgado.
Referencias
Eeckhout, J. 2022. La paradoja del beneficio. Como las empresas exitosas amenazan a la economía. Universitat Pompeu Fabra, Barcelona, 521 pp.
Folch, R. 2023. Agua circular. Rescatar agua para combatir la aridez climática creciente. Mètode, 117: 33-37.