Un paseo por la resiliencia
A María Ángeles,
Las complejidades de la resiliencia ecológica
La resiliencia es a la capacidad de un sistema para mantener sus propiedades ante alteraciones importantes de su entorno, ya sea una perturbación o un estrés intenso y continuado. La alternativa a dicho mantenimiento es que el sistema cambie de estado, y en el caso de los ecosistemas, por ejemplo, que se pierda la cubierta vegetal, con la consiguiente pérdida de suelo y la imposibilidad de que la vegetación se reestablezca, o que se pase súbitamente de un lago oligotrófico, bien oxigenado, a otro eutrófico, anóxico. Diríamos que el sistema ha perdido su resiliencia. Estas transiciones pueden ser rápidas, hasta cierto punto inesperadas y nos remiten a la idea de las catástrofes y colapsos ecológicos. Los factores que han acercado al sistema a un umbral de cambio de estado ("tipping point") han estado operando desde hace tiempo, aunque a menudo de forma imperceptible. Algunos de ellos pueden atribuirse a algunas características del sistema, como un empobrecimiento de sus componentes o un debilitamiento de los mecanismos internos de regulación. Otros corresponden a modificaciones del medio que se han prolongado y se han hecho más intensas con el tiempo. El cambio climático es un buen ejemplo. En un principio, el sistema era resiliente y podía amortiguar los efectos de estas modificaciones, pero con el tiempo esta capacidad ha ido desapareciendo. No es raro que determinados episodios extremos, como las perturbaciones, acaben siendo el detonante que lleve al umbral de cambio de estado, que consideramos irreversible a corto o medio plazo. La ecología estudia los procesos que regulan el funcionamiento de los ecosistemas y que permiten su permanencia en un determinado estado, es decir que determinan su estabilidad, y por tanto su resiliencia.
De hecho, en ecología, el concepto de resiliencia se utiliza con frecuencia para analizar cómo se recupera un ecosistema azotado por una perturbación, como por ejemplo un incendio. Es una idea claramente relacionada con el mantenimiento de un determinado estado, explicada anteriormente. Esta idea aparentemente sencilla entraña importantes dificultades a la hora de ser analizada. Primero, hay que establecer las propiedades del ecosistema que queremos considerar, por ejemplo, su biodiversidad, o su capacidad de almacenar carbono. También tenemos que identificar un estado de referencia al que comparar el ecosistema afectado para ver si se recupera. De hecho, un sistema ecológico se caracteriza de muchas formas: por su composición en especies o por su capacidad de asimilar energía y reutilizar la materia, entre las más destacadas. La manera más fácil de aplicar el concepto de resiliencia es medir esas diferentes propiedades a lo largo del tiempo después de la perturbación y comparar las mediciones con el estado de referencia seleccionado. Pero el comportamiento de las diferentes propiedades del ecosistema no es idéntico. La composición de especies puede ser muy resiliente después de un incendio, mientras que el suelo se erosiona y disminuye la productividad. O puede recuperarse la productividad de un bosque después de un huracán gracias a la actividad de especies que no se encontraban antes de la perturbación. Por tanto, la resiliencia es también un término relativo por cuanto se refiere a una propiedad determinada del sistema y no es fácil tener una única medida integrada de todas las propiedades del sistema.
La selección del estado de referencia con el que queremos medir el ecosistema alterado es fundamental para analizar la resiliencia. Una posibilidad en principio evidente es compararlo con la situación previa a la perturbación. Pero esta opción entraña dificultades porque a menudo es difícil caracterizar dicho estado, y porque las condiciones previas a la perturbación no vuelven a darse. El medio físico cambia constantemente. El clima es un buen ejemplo. También cambia la biota, ya que muchos organismos se desplazan y sus linajes evolucionan. Una alternativa es escoger como estado de referencia un ecosistema no perturbado. Pero en este caso tenemos que asegurarnos de que las condiciones físicas (clima, suelo) y biológicas que lo determinan son similares a las del ecosistema perturbado. También puede ocurrir que ese ecosistema no perturbado no nos convenga como referencia, por ejemplo, por que esté degradado. En ese caso, podemos definir un estado de referencia "ideal", con unas propiedades a las cuales comparamos la evolución del ecosistema perturbado.
Además, la definición de ‘perturbación’ puede tener una cierta arbitrariedad. De forma intuitiva diríamos que corresponde a una situación en que se destruye de forma rápida una parte significativa de la biomasa de un ecosistema, modificando por tanto el medio. Esta alteración suele implicar una mayor disponibilidad de algún recurso, por ejemplo, la luz después de un vendaval que abre claros en el bosque. Los incendios son un ejemplo típico de perturbación, y la vegetación mediterránea se considera resiliente a ellos por su capacidad de reestablecerse posteriormente. Sin embargo, no todas las perturbaciones tienen un gran impacto. Algunas, pueden tener efectos beneficiosos para ciertas propiedades del ecosistema.
No todas las pertorbaciones suponen un gran impacto para el ecosistema. Algunas pueden tener efectos beneficiosos para ciertas propiedades del ecosistema afectado.
Por ejemplo, un claro abierto en el bosque aumenta la diversidad de hábitats y por tanto de especies. También puede haber situaciones en las que la variabilidad temporal del medio conduzca a importantes mortalidades sin que podamos decir claramente que se trate de una perturbación, como es el caso de periodos prolongados de sequía. El cambio climático aparece como gradual cuando lo observamos año a año, pero es claramente acusado cuando lo consideramos a escalas de decenios o cuando experimentamos episodios extremos que se hacen más frecuentes e intensos. Además, la secuencia de las perturbaciones es importante. La resiliencia a una perturbación puede depender de la intensidad y de la frecuencia de perturbaciones anteriores —lo que llamamos el ‘régimen de perturbaciones’. Por tanto, analizar la resiliencia implica determinar la escala temporal a la que nos referimos, tanto durante el momento del impacto de la perturbación como en la fase posterior de recuperación, todo ello enmarcado en un contexto temporal más amplio en el que se dan las perturbaciones.
La resiliencia desde otras perspectivas: un principio de síntesis
A las dificultades de la ecología con la resiliencia, se añade la utilización de ese concepto en otros ámbitos. Se utiliza en ingeniería y ciencias físicas cuando se estudia el comportamiento de sistemas o materiales cuando se desplazan de un estado de equilibrio, como, por ejemplo, la recuperación de la red de distribución de electricidad después de un evento que causa su interrupción, o la de materiales sujetos a deformación. El concepto de resiliencia también se emplea en psicología o en ámbitos sociales. En la década de 1970, los psicólogos lo introdujeron para describir la capacidad de un individuo para adaptarse con éxito a unas condiciones sociales adversas, a menudo traumáticas (como padres alcohólicos o con enfermedades mentales). Es interesante que en este ámbito la resiliencia se considera un proceso, no una propiedad, reforzando la idea de la adaptación de los individuos, frente a la de predisposición. El término pronto se utilizó desde una perspectiva epidemiológica y se extendió a las ciencias sociales y políticas. Así aparece la idea de ‘resiliencia comunitaria’, que considera los mecanismos que tiene la sociedad humana para enfrentarse a adversidades, como por ejemplo los conflictos bélicos o la reciente pandemia, y reorganizarse, para así seguir funcionando.
No es de extrañar que el concepto de resiliencia haya encontrado acogida y se haya desarrollado ampliamente en una disciplina que bebe de todas las perspectivas mencionadas. Es el caso de la socio-ecología y de las disciplinas dedicadas a la sostenibilidad ambiental. Han surgido grupos de expertos en resiliencia, como el Stockohlm Resilience Centre, o revistas especializadas. En este ámbito la resiliencia describe la capacidad de un sistema socio-ecológico, es decir, que integra los componentes ecológicos, sociales, económicos, culturales y políticos, de enfrentarse al cambio y de adaptarse a ellos para continuar desarrollándose. Lógicamente, en este ámbito los cambios van asociados a transformaciones ambientales provocadas por las sociedades humanas, como el cambio climático, aunque es evidente la gran transversalidad del concepto.
Si después de este recorrido comparamos la resiliencia utilizada en ecología con la ’resiliencia psicológica o comunitaria’ y con la ’resiliencia socio-ecológica’ podemos hacer algunas consideraciones interesantes. En primer lugar, el estado previo del sistema ha ido perdiendo su relevancia, lo cual probablemente presenta más ventajas que inconvenientes, incluso para los ecólogos. En segundo lugar, la idea de perturbación se ve ampliada, desde un cambio traumático a cualquier factor adverso o incluso a cualquier cambio ambiental. Considerar los cambios de forma más general permite abordar situaciones, como el cambio climático, en las que el concepto de perturbación puede ser confuso o relativo. Además, la idea de adaptación, en sentido social, no es tan lejana del estudio de los mecanismos que explican la respuesta más o menos resiliente de los sistemas ecológicos. En tercer lugar, la resiliencia de los servicios que proporcionan los ecosistemas a la sociedad, considerados como propiedades clave, se ha convertido un objeto importantísimo de análisis.
La razón última de este interés por la resiliencia es encontrar formas de actuar que favorezcan la resiliencia de los sistemas, de manera que estos sigan manteniendo unas propiedades fundamentales. Pero, ¿cómo podemos traducir conceptos bastante sofisticados, y con matices importantes entre disciplinas, a una manera común y operativa de abordar ese reto? Para ello podemos establecer una serie de pasos. El primero es identificar las propiedades que definen el sistema, las cuales es importante puedan medirse de alguna forma. A continuación, debemos reconocer los agentes de las alteraciones, causantes de perturbaciones o de modificaciones continuadas y intensas, y la escala temporal y el espacio en que operan. El siguiente paso es seleccionar el estado de referencia al que queremos comparar el sistema alterado, de alguna forma más o menos cuantitativa; esta comparación será propiamente la medida de la resiliencia. Seguidamente, es importante analizar que factores determinan una mayor o menor resiliencia. Algunos de estos factores corresponden al contexto en el que se produce la alteración del sistema, por ejemplo, el tipo de ecosistema o la historia cultural que determina el funcionamiento de una sociedad. Otros factores son susceptibles de ser modificados por nuestra acción, por ejemplo, la composición de especies de un bosque o las normativas que regulan la sociedad. Estos factores cuya gestión predice la resiliencia del sistema son la pieza clave para implementar medidas que la promuevan, incluso antes de que la alteración sea muy severa. Finalmente, habrá que establecer criterios para decidir cuales de estas acciones son más o menos prioritarias en función de las diferentes propiedades del sistema en las que queramos promover la resiliencia.
La resiliencia es un concepto complejo, utilizado en múltiples contextos y frecuentemente poco definido.
La resiliencia es un concepto relativo, que obedece no sólo a las propiedades del ecosistema a las que nos referimos, sino también a la propia naturaleza de la alteración y al estado que consideramos debe persistir en el tiempo. Se trata de un concepto complejo, utilizado en múltiples contextos y frecuentemente poco definido. Puede pensarse que una acepción amplia del término es una ventaja para establecer marcos narrativos, pero esa indefinición hace que pueda emplearse a conveniencia del usuario, sin criterio para establecer objetivos y acciones evaluables. No obstante, vemos que es posible reconocer una serie de elementos básicos que hacen posible utilizar la resiliencia de una forma operativa que permita que podamos actuar para favorecerla.