Verdades y mentiras sobre la sequía y el uso del agua
La sociedad española piensa que la tecnología puede solucionar la crisis del agua o que el agua que no se utiliza y llega al mar es un desperdicio.
Si salimos a la calle y preguntamos a la ciudadanía qué piensa sobre la actual sequía, ¿cuáles pensáis que serán las respuestas? ¿Señalarán el derroche que hacemos del agua? ¿Hablaran del cambio climático? ¿O quizás se quejarán de que faltan embalses y grandes infraestructuras? Por suerte, no hace falta elucubrar sobre estas respuestas, porque el Observatorio Ciudadano de la Sequía ya ha hecho esta tarea y presenta los resultados en su reciente ‘Informe de resultados de la encuesta sobre el agua y la sequía’.
En este informe se revela que la sociedad española piensa que la tecnología nos puede solucionar la crisis del agua en España, o que el agua que no se utiliza y llega al mar es un desperdicio. Así mismo, a pesar de que la gran mayoría de personas aciertan al mencionar la agricultura intensiva como uno de los sectores que más agua consumen, piensan que los regadíos representan sólo un 50% de esta demanda, cuando en realidad son el 80%. Analizamos paso a paso con nuestras expertas qué resultados son ciertos y cuáles caen todavía en mitos climáticos y tecnooptimistas.
¿Salvados por la tecnología?
"Nuestros acuíferos están al límite y a su vez están en riesgo de degradarse, comprometiendo aún más la situación de escasez”, explica la investigadora Annelies Broekman.
Que tenemos un problema con el agua es una evidencia científica y social; casi el 60% de las personas encuestadas piensan que no tenemos suficiente agua y que no se puede aumentar el consumo –sobre todo aquellas que han sufrido una sequía intensa en su propia piel–. No obstante, la población sigue creciendo y cada vez es más demandante. ¿Qué hacemos entonces para asegurar el suministro a largo plazo? La mitad de las personas (55%) piensan que una opción es aprovechar más los acuíferos y que las medidas de gestión más importantes son reutilizar las aguas residuales y aprovechar el agua del mar (aguas no convencionales). Al respecto, nuestra investigadora Annelies Broekman advierte que “hay que tener mucho cuidado con estas visiones, “porque hay el riesgo de crear falsas expectativas”.
En primer lugar, la realidad es que “nuestros acuíferos están al límite y que también están en riesgo de degradarse, comprometiendo aún más la situación de escasez.” De hecho, si lo comparamos a nivel europeo, España es el tercer estado con mayor explotación de sus reservas de agua –en proporción a la que tenemos disponible– por detrás de Chipre y Grecia. Y dentro de España, el Segura, el Júcar y el Guadiana se llevan la palma. Por poner algunos ejemplos, en Catalunya el acuífero Carme-Capellades desde 2016 está teniendo mínimos históricos del volumen de agua y se han declarado restricciones de agua recurrentemente. Otro caso conocido es el de Doñana, que está agotando sus acuíferos y, al tener poca cantidad de agua, se concentran más nitratos y llega a unos niveles peligrosos para la población.
En segundo lugar, si la idea de explotar más los acuíferos no es válida, tampoco lo es la de solucionarlo con tecnología.
"Las desaladoras para aprovechar el agua del mar son infraestructuras que encarecen mucho el agua, tanto por su coste energético como por el impacto ambiental que tienen. Es común el vertido de salmueras al mar en las zonas cercanas a estas instalaciones. Por supuesto son un apoyo para momentos puntuales, por supuesto, pero no la solución a la crisis del agua que tenemos."
ANNELIES BROEKMAN, investigadora del CREAF.
Por otra parte, cuando hablamos de reutilizar aguas residuales “olvidamos que tienen muchas limitaciones, porque la depuración es muy costosa energéticamente y económicamente. Para que la calidad sea buena para el regadío hay que depurarla al máximo, cosa que en muchas ocasiones no compensa”, nos explica nuestra experta. La clave está en organizar los usos del agua a la baja y restaurar y proteger todas las masas de agua de una cuenca, para asegurar la salud de los ecosistemas y la disponibilidad para usos humanos. Lamentablemente, ahora mismo estamos muy lejos de saber gestionar este equilibrio.
El agua que no consumimos no se pierde
Al final, el problema de base es que tendemos a pensar que hay que aprovechar cada gota de agua a toda costa antes de que llegue al mar. En el mismo informe del Observatorio de la Sequía, el 47% de las personas encuestadas apoya este pensamiento y defiende que “el agua que no es consumida se pierde y no tiene utilidad”.
“Este mito hace muchos años que ha percolado en la sociedad y sugiere que, en general, la población enfatiza en el valor productivo del agua, pero ignora que también este valor productivo depende de la salud del sistema hidrológico y de los ecosistemas vinculados.”
ANABEL SÁNCHEZ, responsable de impacto social de la ciencia en el CREAF
Es importante recordar que la llegada del agua de los ríos y acuíferos al mar es esencial para el buen funcionamiento de todo el ecosistema y también de la actividad humana relacionada. Cuando falla la llegada de aguas continentales al mar implica que nos quedamos sin playas, perdemos vida marina porque se queda sin nutrientes, incluidos algunos del peces que consumimos, y cambian las condiciones de temperatura y salinidad del mar.
Según Broekman, “el agua dulce transporta nutrientes, que son fundamentales para que se mantengan las poblaciones de peces, y sedimentos, que se distribuyen a lo largo de la costa y son la razón de que tengamos playas. Gran ejemplo de este fenómeno es el Delta del Ebro, que está desapareciendo por la falta de sedimentos que quedan retenidos en los numerosos embalses en la cuenca”.
El regadío, el consumidor más grande
Solo un 7% de las personas encuestadas aciertan al indicar que se destina al riego de cultivos en torno al 80% del agua disponible.
Un último punto de interés del informe es quién gasta más agua. La encuesta hace una separación por sectores, en la cual, la mayoría de población apunta a que son la agricultura y la industria los mayores consumidores. Si bien esto es cierto, pues la agricultura intensiva es la más demandante de agua, desde el Observatorio indican que sorprenden las cifras, porque “solo un 7% de las personas encuestadas aciertan al indicar que se destina al riego de cultivos en torno al 80% del agua disponible”. La mayoría de las personas creen que el consumo de agua por parte de la agricultura se sitúa alrededor del 50% del total, un 30% menos de la realidad.
No obstante, también hay que tener presente que no todos los tipos de agricultura están dentro de este mismo saco de sobreconsumo. Sánchez y Broekman hacen hincapié en ello: “La mayoría de esta agua consumida está vinculada a la agroindustria más intensiva, mientras que los modelos de explotación menos intensivos tienen demandas más reducidas. Es muy importante que la sociedad tenga esta información y sea consciente de cómo nuestro modelo de consumo de alimentos influye en el consumo de agua. Además, no olvidemos que esto también tiene implicaciones para el mantenimiento de un mundo rural vivo y de unos ecosistemas de calidad.”
Por último, más de la mitad de las personas considera que la superficie dedicada a regadío ha disminuido en los últimos diez años. Otra premisa falsa, pues “precisamente la extensión de los cultivos de regadío se encuentra en la raíz del estrés hídrico que sufre el territorio ahora mismo”, advierten las expertas del Observatorio. Sin embargo, hay esperanzas. Según explica Annelies Broekman, “existen sistemas agrícolas con menor huella hídrica, como es el caso de la agricultura regenerativa o la ganadería extensiva, y que no perjudican ni a las masas de agua ni a los agricultores y agriculturas”.