Deberíamos hacernos mayores...
En una entrada anterior en este mismo blog, hablábamos de las dificultades de comunicar adecuadamente las problemáticas ambientales. No resulta sencillo explicar con claridad el complejo entramadode causas y efectos relacionados con nuestros impactos negativos sobre el medio natural, y de rebote sobre nuestra salud y bienestar, sin caer en el catastrofismo o la frivolización. Ni, lógicamente, en el negacionismo de las evidencias científicas.
No hemos logrado detener estos procesos, sino que siguen consolidándose y acelerándose más de lo que lo habían hecho hasta ahora.
En los últimos meses los paneles internacionales han publicado varios informes muy relevantes que actualizan la situación en referencia al cambio climático y la pérdida de biodiversidad, entre otras temáticas. Los resultados muestran que no sólo no hemos logrado detener estos procesos, sino que siguen consolidándose y acelerándose más de lo que lo habían hecho hasta ahora. En el momento de escribir esto ―abril de 2022― el último informe es el del IPCC 'Mitigación del Cambio Climático', en el que la ONU manifiesta que 2025 es el límite para evitar la catástrofe climática.
Al mismo tiempo, ya no hay ninguna duda –si es que quedaba alguna– del agotamiento de nuestro modelo actual, explotador de recursos naturales mucho más allá de la capacidad del planeta. Las guerras y las crisis sanitarias y socioeconómicas no han hecho más que precipitar las dinámicas de agotamiento de las energías fósiles y la escasez de recursos naturales estratégicos en el contexto actual de transición energética y de cambio de modelo de producción.
Buena parte de las sociedades siguen inmersas en una laberinto de parches para tratar de mantener lo que hace aguas por todas partes.
Sin embargo, sigue resultando una tarea agotadora y estéril cualquier intento por intentar planificar la imprescindible transformación antes de llegar simplemente al anunciado colapso, con el dolor y la miseria añadida que generará, especialmente entre los colectivos más desfavorecidos, como suele ocurrir. Los gobiernos, las grandes empresas, las personas que podrían pilotar el cambio y, en general, buena parte de las sociedades, siguen inmersas en una laberinto de parches para tratar de mantener lo que hace aguas por todas partes. Una de las últimas iniciativas para cambiar esto ha sido la llamada de los científicos del clima a una rebelión, una huelga simbólica, para pedir a los gobiernos que se tomen las decisiones necesarias para luchar contra la emergencia climática.
"Hay los elementos necesarios para impulsar el cambio social pero algo no acaba de cuajar, la sociedad no reacciona", Carles Castell.
Esto escribíamos en la mencionada entrada de hace un tiempo. Y se analizaban numerosos aspectos, desde la ecofatiga hasta el negacionismo, de los intereses elitistas a los mensajes a veces confusos o contradictorios. A raíz de la lectura de un artículo científico de hace unos años ' Overparenting and narcissism in young adults (Winner & Nicholson, 2018) ', quisiéramos compartir algunas ideas sobre el fenómeno conocido como “infantilización de la sociedad” y las dificultades que añade a la responsabilidad colectiva
El siglo XIX y la actualidad no son tan diferentes
En el imprescindible y delicioso libro El mundo de ayer: Memorias de un europeo, Stefan Zweig, comparando los años anteriores a la Segunda Guerra Mundial con su juventud de finales del siglo XIX, escribía: “Mientras que hoy, en la nuestra época completamente cambiada, los hombres de cuarenta años hacen todo lo posible por parecer de treinta y los de sesenta aparentar cuarenta, mientras que hoy juventud, energía, empuje y confianza en sí mismo son cualidades que promueven y recomiendan el individuo, antes, en aquella época de seguridad, quien quería progresar debía disfrazarse como fuese para parecer más viejo.
En aquella época de seguridad, quien quería progresar debía disfrazarse como fuese para parecer más viejo. Todo ello sólo para producir en sus pacientes el efecto de “experiencia”.
Los periódicos recomendaban medios para acelerar el crecimiento de la barba, los médicos de veinticuatro o veinticinco años, que acababan de licenciarse, llevaban abundantes barbas y se ponían gafas doradas aunque su vista no debiera necesitarlas, y todo ello sólo para producir en sus pacientes el efecto de «experiencia». Se ponían levitas largas y caminaban poco a poco y, si era posible, adquirían un cierto embonpoint que encarnase esa gravedad deseable, y quien era ambicioso se afanaba en anular, al menos exteriormente, su juventud, una edad sospechosa de poca solidez…”.
No quiero ni imaginar qué pensaría hoy en día el Bueno del Zweig si viera el rechazo psicológico a la edad adulta por parte de muchas personas, que buscan refugio en el mundo de los jóvenes ante la ansiedad y la frustración que sienten ante la época que les ha tocado vivir. De hecho, la situación actual tiene ciertos paralelismos con la que describía Zweig, cuando comparaba la sociedad sólida y segura de finales del siglo XIX en Austria ―gobernada por viejos, estrictos y conservadores, donde los cambios eran rechazados de pura cepa y , por tanto, los jóvenes y sus ansias de cambio rápido y radical eran tenidos por muy peligrosos ― con la de la década de los 30 del siglo XX, de transformaciones sociales y económicas aceleradas.
La era del carpe diem
En nuestro entorno, a diferencia de muchos países occidentales, el gran cambio social y económico de la segunda mitad del siglo XX se produjo con bastante retraso, debido a tantos años inmersos en un estado dictatorial mientras la posmodernidad ganaba terreno en medio mundo. Cuatro décadas de estado totalitario en las que la juventud era vista como el caos y la anarquía y que, por tanto, era necesario tener bien controlada a través de todos los poderes gubernamentales, sociales y a menudo familiares. Una juventud que, finalmente, con la muerte del dictador y los años de transición, salió a la calle, con espíritu transformador en origen; una juventud que acabó accediendo a las esferas de poder, al menos a algunas de ellas a partir de la década de los ochenta, y que con la bonanza económica olvidó los ideales socialistas y abrazó rápidamente valores burgueses y tradicionales que les garantizaran el mantenimiento del statu quo alcanzado.
Después, las sucesivas crisis socioeconómicas han hecho que finalmente llegaran también a nuestro país, con una rapidez e intensidad galopantes, todos los principios más liberales e individualistas, el contexto de la sociedad líquida de Zygmunt Bauman y ese rechazo rotundo a la condición adulta que mencionábamos anteriormente. Un rechazo que ha encontrado en las redes sociales y los actuales estilos de vida y consumo un hábitat ideal para desarrollarse. Ante la aparente carencia de futuro, el presente, la juventud eterna, es la única propuesta realmente atractiva. Se busca la belleza y el culto al cuerpo a través de la actividad física y los tratamientos de todo tipo; el éxito rápido, potenciado y exhibido mediante redes sociales, con mensajes y propuestas instantáneas, efímeras y banales; y, en definitiva, la carencia de unos compromisos y unas responsabilidades, ya que no parece que actualmente aporten ninguna compensación satisfactoria. Carpe diem, más que nunca.
Una sociedad infantilizada
Volviendo al artículo de Winner & Nicholson, los autores relacionan el infantilismo y el narcisismo en adultos jóvenes (18-26 años) del sudeste de EE.UU., con la “sobrepaternidad”, o la “crianza en helicóptero”, para referirse a la bienintencionada, pero intrusiva y sobreimplicada paternidad, que impide el adecuado desarrollo de la autonomía e independencia de los jóvenes. Probablemente este fenómeno resulta también bastante habitual en nuestra sociedad, tanto en generaciones pasadas ―familias de posguerra que dieron a los descendientes todo lo que ellas no tuvieron― como presentes, en las que la crianza parental se centra en complacer y consentir a los hijos sin exigir ningún tipo de responsabilidad.
En cualquier caso, en estos contextos de falta de responsabilidad y disciplina desde la paternidad, son a menudo otros organismos como la escuela, los medios de comunicación o el propio estado, las que adoptan un papel muy relevante. Desde instituciones escolares de carácter casi paramilitar, hasta medios de comunicación propagandísticos y estados paternalistas, juegan ese rol que acaba educando y adoctrinando a las nuevas generaciones en un sentido u otro, de acuerdo con los intereses imperantes.
Parece que la conjunción de la falta de responsabilidad con la infantilización de la sociedad se ha convertido en la coyuntura ideal para que el estado tome decisiones sin apenas control ni consideración crítica por parte de la ciudadanía.
Actualmente, parece que la conjunción de la falta de responsabilidad con la infantilización de la sociedad se ha convertido en la coyuntura ideal para que el estado tome decisiones sin apenas control ni consideración crítica por parte de la ciudadanía ―entretenida al vivir un presente eterno―, las dinámicas socioeconómicas se desarrollen sin mucho respeto por las personas ni el entorno, de acuerdo con los intereses de determinados grupos, y en las redes sociales y medios de comunicación los mensajes sean eslóganes ―a menudo cargados de odio y manipulación― sin ninguna profundidad reflexiva.
Las sociedades infantilizadas son un escenario ideal para la aparición de grupos de intereses en los que triunfan el negocio inmediato, la corrupción y la falta de escrúpulos.
Se ha escrito ampliamente sobre la deriva de los medios hacia la cultura del entretenimiento por encima de la información y el análisis riguroso. Y también sobre los gobiernos infantilizados, a reflejo de la sociedad, que caen en consignas y políticas simplistas y “presentistas”, que no encajan con la complejidad y largo plazo de los retos que tenemos como sociedad. Una tendencia que algunos expertos indican que se ha acentuado con la actual pandemia. En el campo de la economía y la sociología, Mancur Olson realizó grandes aportaciones para entender cómo las sociedades infantilizadas son un escenario ideal para la aparición de grupos de intereses ―formados a su tiempo por pseudoadolescentes irresponsable y ventajistas, que se imponent por su griterío y redes de contactos― donde triunfan el negocio inmediato, la corrupción y la falta de escrúpulos.
Este escenario que podrían simplificar llamando “del presentismo o del sálvese quien pueda” quizá iría tirando, mal que bien, con grandes desigualdades e injusticias, como de hecho ya ha sucedido en otros momentos de la historia.
"Nos encontramos en un momento crucial en el que necesitamos urgentemente que las personas, la sociedad, seamos responsables: por un lado debemos exigir a los gobernos que tomen de inmediato las decisiones inaplazables para afrontar esta crisis sistémica; por otro, debemos asumir los cambios y las renuncias imprescindibles para emprender la transición inmediata ante los retos ambientales del planeta"
Carles Castell, colaborador del CREAF
En la búsqueda de los puntos de inflexión
Hasta ahora, todo el mundo ―estados, medios de comunicación, grupos de interés― estaba encantado con la sociedad infantilizada que se conformaba con vivir al día y pensar que sería eternamente joven, sin tomar ninguna decisión trascendental ni reclamarla a los gobiernos y grupos que mencionábamos. Pero ahora, es necesario hacerlo. Y cuando, ante las evidencias ambientales, pero también sociales y económicas que indican claramente el fin de un ciclo, por fin comienzan a moverse tímidamente los grandes poderes mundiales ―más allá de las lógicas reticencias de determinados intereses― nos encontramos con que la sociedad, o al menos buena parte, no está preparada.
Desde la sociedad civil organizada y las personas de forma individualizada es necesario impulsar estos cambios.
Sin duda, los cambios deben venir en gran medida de los poderes que toman las grandes decisiones, y que han actuado en el pasado hasta llevarnos a la situación en la que nos encontramos hoy. Ahora bien, desde la sociedad civil organizada y las personas de forma individualizada es necesario impulsar estos cambios y, al menos, contribuir a que las innovaciones que comienzan a tener lugar y pueden constituir puntos de inflexión (tipping points) con un importante componente transformador se implanten de forma rápida y generalizada. No podemos permitirnos el lujo de que la infantilización de la sociedad y la posible falta de responsabilidad asociada constituya un factor que frene estos cambios más allá de las reticencias clásicas descritas desde hace tiempo por los estudios sociológicos y que se muestran en la tabla siguiente.
Para contrarrestar estas tendencias y potenciar que las transformaciones lleguen incluso a las personas más refractarias, se han descrito recientemente qué variables y mecanismos es necesario controlar, reforzar e impulsar para garantizar la máxima velocidad y solidez de los cambios que deben llevar a dichos puntos de inflexión (tipping points), como se describe en el siguiente esquema.
Ni tanto ni tan poco
Asimismo, la mencionada mentalidad infantil también provoca que a menudo impere la “sociedad del pánico”, personas que se han vuelto extremadamente conservadoras, empujadas por el paternalismo y los mensajes de miedo y supuesta protección por parte de los estados, y que ahora se encuentran paralizadas frente al cambio necesario. Un contexto idóneo para que aparezcan los populismos y la desinformación, frente a la incapacidad de las personas para discernir entre la ciencia y la manipulación.
Muchas personas con conciencia ambiental han canalizado su activismo hacia parcelas muy concretas del ambientalismo, desconectadas de la visión y la acción global.
De la misma manera, hemos podido contemplar cómo muchas personas con conciencia ambiental, quizás contagiadas por el ritmo frenético actual y los mensajes cortos y simplistas predominantes en las redes sociales, han canalizado su activismo hacia parcelas muy concretas del ambientalismo, desconectadas de la visión y la acción global. Desde el animalismo hasta las energías renovables, pasando por el veganismo, la defensa de la bicicleta o el reciclaje, encontramos corrientes muy potentes, necesarias y respetables, que sin embargo no se acaban de convertir en las imprescindibles palancas del cambio integral debido a su excesiva especificidad, desconexión y con frecuencia desinterés hacia el resto de problemáticas ambientales.
La ciencia reacciona, ¿y tú?
"Vivimos en una sociedad exquisitamente dependiente de las ciencias y la tecnología, en la que prácticamente nadie sabe nada sobre la ciencia y la tecnología", Carl Sagan.
Este desconocimiento, y el riesgo asociado, ha tomado hoy una actualidad y una relevancia que probablemente Sagan no había imaginado. O quizás sí, visionario como era. En su libro The Demon-Haunted World, Sagan, consciente hace ya 30 años, poco antes de su muerte, de la importancia de la cultura científica y tecnológica, presentaba las herramientas de pensamiento crítico de los científicos para ayudar a distinguir entre pseudociencia peligrosa y ciencia real, y defendía la necesidad de que la ciencia tuviera un lugar preeminente en la educación y la cultural popular.
Es necesario hacer urgente incidencia sobre los grupos que toman las decisiones, para que se actúe ahora y para que se haga de la forma radical que reclama la situación de emergencia.
Hoy en día esto es más necesario que nunca. De ahí la importancia de las plataformas de divulgación científica como las que se han desarrollado desde el CREAF y otras instituciones públicas de Cataluña como el Prismàtic o el Observatori del Patrimoni Natural i la Biodiversitat. Pero no tenemos tiempo para esperar a que todas las personas tomen conciencia: hay que hacer urgente incidencia sobre los grupos que toman las decisiones, para que se actúe ahora y para que se haga de la forma radical que reclama la situación de emergencia.
Por eso, enlazando con el inicio de esta reflexión, resulta especialmente relevante la rebelión científica que está teniendo lugar ahora mismo. A menudo a lo largo de la historia se ha reclamado al mundo de la ciencia que saliera de su torre de marfil y se implicara en los problemas reales de la sociedad. En los últimos años, los científicos y científicas han trabajado con toda la información disponible para informarnos y sensibilizarnos sobre el alcance de la crisis ambiental y los riesgos que comporta, no sólo para la biodiversidad y los procesos ecológicos, sino para nuestras vidas, tal y como las conocemos.
Quizás deberíamos escucharnos, ¿no?