Revolución Rusa y ambiente
Se conmemoran los 100 años de la Revolución de Octubre liderada por Lenin y los bolcheviques. ¿Cuál fue la política científica y ambiental que siguió la URSS a partir de entonces y hasta el 1989, año de su disolución?
Este mes de octubre se cumple un siglo de la Revolución Rusa y la implantación del régimen soviético, que se mantuvo hasta 1989, 72 años. La destrucción de la URSS fue causada por una combinación de factores: la incapacidad productiva crónica del sistema soviético, las tensiones internas del Imperio, el empuje del neoliberalismo, triunfante en Estados Unidos con Ronald Reagan y el Reino Unido con Margaret Thatcher, la revuelta polaca con una fuerte influencia de la Iglesia católica y, en particular de Juan Pablo II, etc. La Revolución de 1917 fue uno de los hechos capitales del siglo XX. El primer ensayo de un estado comunista en un imperio tan inmenso como el ruso se convirtió de inmediato en un modelo, por unos, del camino a seguir y, por otros, de aquello en que no había que caer. Hasta 1989, la URSS fue el contrapeso a los sistemas capitalistas. Pero no pretendo hacer historia. Quiero comentar la actitud del modelo alternativo soviético en relación a los temas ambientales y la ciencia en general.
Algo tenemos en común la inmensa mayoría de los humanos con los revolucionarios de 1917: la idea de que no es bueno que demasiado poder esté en muy pocas manos y libre de cualquier control.
La URSS hizo esfuerzos muy importantes en algunos campos de la ciencia y la tecnología, en gran parte ligados a la carrera de armamento y por la conquista del espacio, y alcanzó progresos importantes, sobre todo en Física y Matemáticas entre las ciencias básicas. El asunto Lysenko ciertamente fue muy negativo para la imagen de la ciencia soviética. Este agrónomo prometió propulsar la producción agrícola sobre la base de ideas lamarckianas. El hecho de que Stalin, hombre sin formación científica, fuera partidario de Lamarck y que necesitara un urgente cambio en la agricultura propició el ascenso de Lysenko a la cabeza de la Academia de Ciencias, la posterior depuración y deportación (a partir de 1935) de genetistas de sólida formación académica y el asesinato del más destacado, Nikolai Vavilov. El lisenkoïsme duró desde 1929 a los años 60 y fue un tema predilecto de las campañas desde Occidente contra el sistema soviético.
Los prejuicios ideológicos (que no son exclusivos de la URSS) no fueron las únicas fallas de las aplicaciones de la ciencia soviética. Un problema muy grave fue la centralización de las decisiones, tomadas por burócratas en Moscú u otras capitales, a menudo sobre enormes territorios. Para revitalizar el campo, destruido por la guerra y la mala gestión, se ensayaron introducciones de especies exóticas, como antílopes africanos o canguros, con considerables fracasos.
El desastre más conocido, sin embargo, fue la desviación de caudales de los ríos Amu Daria y Sir Daria para regar grandes extensiones de cultivo de algodón en Uzbekistán y al Kazajstán. Estos ríos alimentaban los 68.000 km2 del inmenso lago endorreico conocido como mar de Aral. Al perder estas aportaciones, el Aral se redujo hasta una décima parte de su tamaño inicial. La industria pesquera quedó aniquilada, los abonos y plaguicidas que se habían depositado en el lecho del lago y, una vez éste quedó en gran parte seco, el viento los esparció por los alrededores. Esto provocó enfermedades, deformaciones de fetos y otras complicaciones sanitarias gravísimas.
El centralismo en la toma de decisiones sobre intervenciones en grandes territorios conlleva riesgos muy graves.
En general, se destinó mucho dinero a regadíos que se gastaron en proyectos a menudo mal concebidos que causaron daños ecológicos. Los problemas por contaminación industrial fueron importantes (p.e., la intoxicación de un millar de personas por una fábrica de albúminas en Agarsk). La URSS, además, sufrió dos gravísimos accidentes nucleares, el de 1957 en Kasli (en la zona de los Urales), con más de un millar de muertos y 15.000 km2 afectados y el de 1986 en Chernóbil, en la actual Ucrania, con una zona llamada de alienación de 30 km alrededor de la central y unas consecuencias sobre la salud que nunca han sido plenamente evaluadas. El de Chernóbil ha sido el accidente nuclear más importante de la historia junto con el de Fukushima en Japón de 2011. El año pasado aún se terminó un nuevo sarcófago inmenso por el reactor en fusión que se espera que aguante un siglo.
No es menos cierto que accidentes nucleares importantes los ha habido en otros lugares, y también problemas por contaminación industrial. El secretismo soviético, por un lado, y la voluntad de hacer propaganda antisoviética en los EEUU por la otra, hacen muy difícil un balance objetivo de la cuestión ambiental en la URSS, que sin embargo no puede ser bueno, como no lo es en China, con terribles problemas de erosión y contaminación.
El centralismo en la toma de decisiones sobre intervenciones en grandes territorios conlleva riesgos muy graves. Ahora bien, también hay que decir que el régimen de oligopolios con poderes globales que se ha ido imponiendo a escala global tiene el doble riesgo de que se toman las decisiones desde lejos sobre territorios a menudo remotos (para nosotros) que, además, a los promotores les importa poco agotar, y el de que el objetivo no es mejorar la producción sino incrementar los beneficios empresariales. El caso del aceite de palma puede ser un muy buen ejemplo (véase el espléndido artículo de Ramon Folch en el último número de Sostenible: http://www.erf.cat/es/blog/llevarse-la-palma).
Han pasado cien años desde un momento que fue de esperanza para los pobres y humillados de la tierra. Un siglo lleno de guerras y genocidios, de desastres económicos, ecológicos y sociales y también de espectaculares progresos en estos mismos campos y en la ciencia y la tecnología, al cabo del cual tenemos, más que nunca, la urgencia de afrontar importantes incertidumbres. Tal vez la mayor sea si la mejora de las condiciones de vida en una población creciente no será a cambio de pasar umbrales que provoquen el colapso de procesos esenciales en los sistemas de soporte de vida. El futuro no se puede predecir, pero es prudente aprender de los errores pasados y presentes.
Algo tenemos en común la inmensa mayoría de los humanos con los revolucionarios de 1917: la idea de que no es bueno que demasiado poder esté en muy pocas manos y libre de cualquier control.